sábado, 24 de noviembre de 2018

Ida Vitale o la vitalidad de la poesía


    Una buena noticia para América Latina, por segundo año consecutivo, es la concesión del Premio Cervantes 2018 a la extraordinaria poeta uruguaya Ida Vitale, tan vital ella a sus 95 años y todavía viviendo en olor de poesía, esa forma laica y suprema de la santidad. Abrumada de premios –el 2009 recibió el Octavio Paz; el 2014, el Alfonso Reyes; el 2015, el García Lorca; el 2016, el Reina Sofía; el 2017, el Max Jacob; y este año, el que otorga la Feria del Libro de Guadalajara; y ahora, el más importante de la lengua–, la escritora, poseedora de un gran sentido del humor, ha ironizado diciendo que los premios los dan a la ancianidad, pero que no dan la impunidad.
    Creadora trashumante, salió de su país natal cuando la dictadura militar se instaló en los años 70, como casi en todos los países nuestros. Se instaló en México, donde fue acogida cálidamente, según la magnífica tradición de esa gran nación que antes hizo lo mismo con españoles, argentinos, chilenos y tantos otros exiliados que huían expulsados por los déspotas de turno. Al final recaló en Austin, en los Estados Unidos, donde ejerció la docencia por cerca de una década, hasta el retorno definitivo a la patria para vivir con la democracia recobrada.   
    Y allí, en su Montevideo querido, ha recibido el anuncio del ministro de Cultura de España, quien además ha leído uno de sus más emblemáticos poemas. Integrante de la generación del 45, con nombres mayores como los de Mario Benedetti, Juan Carlos Onetti e Idea Vilariño, esta creadora infatigable, bajo el embrujo magistral de Juan Ramón Jiménez y de José Bergamín, ha sabido dotar a sus versos de una sencillez y profundidad parejas, piezas líricas desnudas de retórica, donde aborda todo el abanico de la experiencia humana. De su oficio, artesana de la palabra, dice: “Expectantes palabras,/ fabulosas en sí,/ promesas de sentidos posibles,/ airosas, aéreas, aireadas, ariadnas./ Un breve error / las vuelve ornamentales./ Su indescriptible exactitud/ nos borra”.
    En su libro del 2002, Reducción del infinito, título revelador de su afán constante por corregir, borrar, pulir el poema, habla del verso como alimento para el hambriento, del pan del espíritu, como “si fuese el fruto necesario / para el hambre de alguien”, en este mundo cada vez más alejado de las necesidades del alma, de la belleza del lenguaje, de la estética inconcebible de la palabra, que se ha pervertido en las sentinas de esa comunicación amputada y tronchada de las redes virtuales, herida de muerte en el balbuceo vertiginoso del hombre pasmado de estos tiempos.
    Fue compañera de ruta del acucioso crítico literario Ángel Rama, muerto en  el infausto día aquel de 1983 en que un accidente de aviación en el aeropuerto de Barajas, en Madrid, se llevó a lo más selecto de nuestras letras, truncando las expectantes vidas del crítico uruguayo, del novelista peruano Manuel Scorza y del poeta mexicano Jorge Ibargüengoitia. La poeta ya estaba unida al también escritor platense Enrique Fierro, recientemente fallecido el 2016.
    Es el segundo año, decía, en que el afamado galardón recala por estas tierras, pues el año pasado le tocó el turno al estupendo escritor nicaragüense Sergio Ramírez, rompiendo una vez más el pacto no escrito de alternar cada año entre un autor de la península y uno de América Latina, lo que en verdad era, y es, una absurda política de premiación literaria, sobre todo teniendo en cuenta no sólo el estricto asunto demográfico –los hablantes del español somos abrumadoramente mayoritarios en este lado del Atlántico– sino también la calidad indudable de los creadores hispanoamericanos, que superan en número a los autores españoles. Hay varios nombres todavía en vereda, aguardando su momento para acceder a tan codiciado reconocimiento.
    La suya es una poesía descarnada, que alza su vuelo en procura de lo imposible, para que la luz de esta memoria, su palabra dada, nos busque paso a paso, con oído andante, por los jardines imaginarios de este invierno equivocado. Sumerjámonos, pues, en su maravillosa poesía, para salir cada vez  refrescados al insomne barullo de los días.

Lima, 18 de noviembre de 2018.
  
   

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