El Perú vive uno de los momentos más
cruciales de su historia, ahora que ha vuelto a descubrirse un caso más, de los
muchos revelados en las últimas décadas, de corrupción endémica en las altas
instancias de los poderes del Estado y de las organizaciones políticas. Lo
sucedido en las recientes semanas, a raíz de las audiencias celebradas en el
Poder Judicial, con respecto a un pedido de la fiscalía de detención preventiva
de la lideresa del mayor partido de la oposición, invita a reflexionar sobre la
naturaleza política, social, psicológica y moral de una agrupación que en las
tres últimas décadas ha jugado, mal que nos pese, un rol protagónico en la vida
nacional.
Se trata, a todas luces, de un caso sui géneris, tanto por la índole de los
personajes involucrados en el mismo, como por las consecuencias aterradoras que
vamos viendo en el desenvolvimiento de los hechos que son materia de análisis.
Tenemos, por un lado, el comportamiento abiertamente antidemocrático de dicho
partido, sus tácticas sibilinamente dilatorias en asuntos que conciernen a
investigaciones a gente de su entorno, así como los arteros mecanismos de
defensa a que echan mano cada vez que se ven confrontados en situaciones de
flagrante falta o delito. Por otro, está su tozudo empecinamiento en negar descaradamente lo que
es evidente para cualquier observador desapasionado: su nexo inocultable con
gente facinerosa en distintos ámbitos del poder, y su insensato afán de seguir protegiendo y
apañando a personajes cuestionados hasta la médula, sosteniéndose en el cargo
con la mayor desvergüenza del mundo.
A nadie pueden convencer, por ejemplo, de
que se trata de persecución política la impecable investigación fiscal que ha
puesto en detención preventiva por 36 meses a su máxima figura. No pueden
agarrarse al hecho de que como la susodicha es un personaje político, todo
aquello que le atañe necesariamente debe poseer esa condición, como quieren
razonar los interesados voceros del fujimorismo y su larga cohorte de
opinantes, opinólogos y blogueros de ocasión que le sirven de furgón de cola a
tan descabellada interpretación. Aquí no se trata de una presa política, como
lo ha reconocido el propio presidente actual del Congreso, sino de una política
presa, en virtud de las causales que establece el Código de Procedimiento
Penales, por los presuntos delitos que serán materia del siguiente paso del
proceso que se le sigue.
Los mensajes de texto en una conocida red
social, revelados por la prensa, los han
dejado igualmente en una situación penosa. Han sido hallados, como se dice, en
calzoncillos. Ellos pueden argüir en su defensa todos los derechos que quieran:
a la libertad de pensamiento, a la de expresión, o a lo que se parezca; pero
que no pretendan que todas esas procacidades e injurias con las que se expresan
del gobierno, del Presidente de la República y de algunos medios de
comunicación, los deje sin mácula ante la opinión pública, pues ello es la
demostración tangible e irrebatible de que estamos ante una recua de sujetos
impresentables y ordinarios que en verdad siempre constituyó la esencia del
fujimorismo. Tampoco tenemos que hacernos los sorprendidos.
Por eso extraña la tardía renuncia del
congresista Francesco Petrozzi a sus filas, cuando la verdadera interrogante
que debemos hacernos es por qué este señor, un artista del mundo de la ópera
con una trayectoria reconocida a nivel internacional, tuvo la malhadada
ocurrencia de postular con ese grupete de pacotilla al Congreso, cuando era
evidente que entre esa mesnada y la cultura existe todo un abismo insalvable de
distancia. Está demostrado hasta el hartazgo, de que cada vez que escuchan la
palabra cultura, al estilo del jefe de propaganda nazi Goering, sacan la
pistola de su verborrea lumpenesca y de alcantarilla, disparando a diestra y
siniestra contra quienes encarnan un mínimo de decencia y civilidad en este
país. La tristemente tríada de los noventa, representada por Martha Chávez,
Carmen Lozada y Luz Salgado, ha tenido sus réplicas aumentadas y corregidas en
las Rosa Bartra, Úrsula Letona, Leyla Chihuán, Karina Beteta y Alejandra
Aramayo de hoy, que cobijadas bajo el grupo de chat La Botica han desvelado
ante el país y el mundo los subterráneos lúgubres y tenebrosos de sus almas, la
sordidez calamitosa de sus espíritus, corroídos por la lepra de la ordinariez y
la mediocridad.
La señora K. jamás adoptó un talante
democrático, como cuando se negó a reconocer su derrota en las últimas
elecciones, y saludar por consiguiente al vencedor, en clarísima actitud de
pataleta infantil, aun cuando eran evidentes sus esfuerzos fallidos de
acomodarse a las circunstancias políticas, espoleada únicamente por el interés
y el cálculo en su forma más burda. En suma, la suprema impostura, la abolición
de todo rastro de decencia, la negación misma de lo que significa civilización,
educación y cultura en la convivencia humana.
Lima,
10 de noviembre de 2018.
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