sábado, 24 de noviembre de 2018

Psicoanálisis del fujimorismo


    El Perú vive uno de los momentos más cruciales de su historia, ahora que ha vuelto a descubrirse un caso más, de los muchos revelados en las últimas décadas, de corrupción endémica en las altas instancias de los poderes del Estado y de las organizaciones políticas. Lo sucedido en las recientes semanas, a raíz de las audiencias celebradas en el Poder Judicial, con respecto a un pedido de la fiscalía de detención preventiva de la lideresa del mayor partido de la oposición, invita a reflexionar sobre la naturaleza política, social, psicológica y moral de una agrupación que en las tres últimas décadas ha jugado, mal que nos pese, un rol protagónico en la vida nacional.
    Se trata, a todas luces, de un caso sui géneris, tanto por la índole de los personajes involucrados en el mismo, como por las consecuencias aterradoras que vamos viendo en el desenvolvimiento de los hechos que son materia de análisis. Tenemos, por un lado, el comportamiento abiertamente antidemocrático de dicho partido, sus tácticas sibilinamente dilatorias en asuntos que conciernen a investigaciones a gente de su entorno, así como los arteros mecanismos de defensa a que echan mano cada vez que se ven confrontados en situaciones de flagrante falta o delito. Por otro, está su tozudo  empecinamiento en negar descaradamente lo que es evidente para cualquier observador desapasionado: su nexo inocultable con gente facinerosa en distintos ámbitos del poder,  y su insensato afán de seguir protegiendo y apañando a personajes cuestionados hasta la médula, sosteniéndose en el cargo con la mayor desvergüenza del mundo.
    A nadie pueden convencer, por ejemplo, de que se trata de persecución política la impecable investigación fiscal que ha puesto en detención preventiva por 36 meses a su máxima figura. No pueden agarrarse al hecho de que como la susodicha es un personaje político, todo aquello que le atañe necesariamente debe poseer esa condición, como quieren razonar los interesados voceros del fujimorismo y su larga cohorte de opinantes, opinólogos y blogueros de ocasión que le sirven de furgón de cola a tan descabellada interpretación. Aquí no se trata de una presa política, como lo ha reconocido el propio presidente actual del Congreso, sino de una política presa, en virtud de las causales que establece el Código de Procedimiento Penales, por los presuntos delitos que serán materia del siguiente paso del proceso que se le sigue.
    Los mensajes de texto en una conocida red social,  revelados por la prensa, los han dejado igualmente en una situación penosa. Han sido hallados, como se dice, en calzoncillos. Ellos pueden argüir en su defensa todos los derechos que quieran: a la libertad de pensamiento, a la de expresión, o a lo que se parezca; pero que no pretendan que todas esas procacidades e injurias con las que se expresan del gobierno, del Presidente de la República y de algunos medios de comunicación, los deje sin mácula ante la opinión pública, pues ello es la demostración tangible e irrebatible de que estamos ante una recua de sujetos impresentables y ordinarios que en verdad siempre constituyó la esencia del fujimorismo. Tampoco tenemos que hacernos los sorprendidos.
    Por eso extraña la tardía renuncia del congresista Francesco Petrozzi a sus filas, cuando la verdadera interrogante que debemos hacernos es por qué este señor, un artista del mundo de la ópera con una trayectoria reconocida a nivel internacional, tuvo la malhadada ocurrencia de postular con ese grupete de pacotilla al Congreso, cuando era evidente que entre esa mesnada y la cultura existe todo un abismo insalvable de distancia. Está demostrado hasta el hartazgo, de que cada vez que escuchan la palabra cultura, al estilo del jefe de propaganda nazi Goering, sacan la pistola de su verborrea lumpenesca y de alcantarilla, disparando a diestra y siniestra contra quienes encarnan un mínimo de decencia y civilidad en este país. La tristemente tríada de los noventa, representada por Martha Chávez, Carmen Lozada y Luz Salgado, ha tenido sus réplicas aumentadas y corregidas en las Rosa Bartra, Úrsula Letona, Leyla Chihuán, Karina Beteta y Alejandra Aramayo de hoy, que cobijadas bajo el grupo de chat La Botica han desvelado ante el país y el mundo los subterráneos lúgubres y tenebrosos de sus almas, la sordidez calamitosa de sus espíritus, corroídos por la lepra de la ordinariez y la mediocridad.
    La señora K. jamás adoptó un talante democrático, como cuando se negó a reconocer su derrota en las últimas elecciones, y saludar por consiguiente al vencedor, en clarísima actitud de pataleta infantil, aun cuando eran evidentes sus esfuerzos fallidos de acomodarse a las circunstancias políticas, espoleada únicamente por el interés y el cálculo en su forma más burda. En suma, la suprema impostura, la abolición de todo rastro de decencia, la negación misma de lo que significa civilización, educación y cultura en la convivencia humana.

Lima, 10 de noviembre de 2018.
   

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