La primera mestiza peruana nació en Jauja
en 1534, hija de don Francisco Pizarro y de doña Inés Huaylas Yupanqui,
princesa inca nacida de la unión de Huayna Cápac y de Contarhuacho, curaca y
señora de Ananguaylas. Su fascinante y todavía desconocida vida está relatada
en el hermoso libro Doña Francisca
Pizarro. Una ilustre mestiza 1534-1598 (IEP, 1989), de la singular historiadora
peruana María Rostworowski.
El Inca Atahualpa habría entregado a su
hermana Quispe Sisa, Inés, como compañera del conquistador, de cuya unión
nacieron dos hijos: Francisca (1534) y Gonzalo (1535). Por ese entonces, Jauja
era la capital de la gobernación de Pizarro, fundada según la tradición
española el 25 de abril del mismo 1534, pero su lejanía del mar y del Cusco,
impulsaron a este a mudar dicha capital a la costa, al valle de Lima para
fundar el 18 de enero de 1535 la Ciudad de los Reyes.
La rebelión de Manco II y el sitio de Los
Reyes marcaron distancias en la actitud de las mujeres, quienes en medio del levantamiento
indígena se dividieron, estando unas a favor de los españoles y otras jugándose
por la causa de los naturales. De igual manera, en cuanto a la pugna por la
sucesión de los linajes, que según la ley andina de la herencia le correspondía
al más fuerte, provocaba mortales rivalidades entre los hermanos y entre las
hermanas.
Cuando Francisco Pizarro mostró su interés
por Cuxirimay Ocllo, la prometida de Atahualpa, bautizada como Angelina, dejó a
Inés, a quien casó con Francisco de Ampuero, para no dejarla desamparada,
entregándole bienes y propiedades para asegurar su bienestar económico. Este
fue un matrimonio mal avenido, pues el español maltrataba a la ñusta, habiendo
ella recurrido a las artes oscuras de la brujería para intentar eliminarlo. Al
ser descubierta, fue llevada a juicio el 21 de febrero de 1547, cuando aún no
se había instituido el Santo Oficio de la Inquisición, hecho que se verificó
por cédula de 25 de enero de 1569. Llama la atención que quienes ayudaron a
Inés en su pretensión, los hechiceros Paico, Yanque y Yaro, fueran sometidos a
castigos severísimos, como la hoguera y el garrote, mientras que ella no fue
tocada, regresando luego con su marido, de cuya siguiente relación no existen
datos ciertos.
La infancia de Francisca –igual que la de
su hermano– transcurrió al cuidado de Inés Muñoz, la esposa del hermano de
Pizarro, Francisco Martín de Alcántara, debido a que su padre y su tío murieron
en 1541. Recibió una educación española. Doña Inés Muñoz casó en segundas
nupcias con Antonio Ribera, quien sería el tutor de doña Francisca hasta
cumplir los 17 años en que parte a España. Su salida de la capital se efectuó
el 15 de marzo de 1551, haciendo numerosas escalas durante la travesía.
En la península, pasó al poder de Hernando
Pizarro, el hermano mayor de su padre, quien fue el que decidió la pena del
garrote para Almagro, motivo por el que fue desterrado al África por orden del
Rey, pena que se le fue conmutada por la de prisión en el castillo de La Mota
en Medina del Campo, condena que purgó entre 1540 y 1561 con todas las
comodidades que le permitía su situación económica.
Allí llegó la mestiza por orden de su tío,
con quien se casaría en 1552, ella de 17 años y él de 50. Tuvieron cinco hijos,
tres varones –Francisco, Juan y Gonzalo– y dos mujeres –Isabel e Inés– de los
cuales le sobrevivieron dos, en tanto que Hernando fallece en 1578. Doña
Francisca volvió a casarse, esta vez con Pedro Arias Portocarrero, quien era
hermano de la esposa de su hijo Francisco. Viviría hasta el 30 de mayo de 1598,
en que falleció a los 64 años de su edad. El marido vivió unos pocos años más.
El libro tiene un anexo referido al
testamento de doña Francisca, documento donde provee todos los pormenores que
deberán cumplirse en caso de su muerte. Hay otro extenso anexo sobre la
querella judicial que siguieron Francisco de Ampuero y Francisca Pizarro sobre
los gastos de su viaje a España. Nunca más regresó al Perú, menos a Jauja, su
ciudad natal, erigiéndose en todo un símbolo del mestizaje peruano, al igual
que el Inca Garcilaso de la Vega, cuyas vidas paralelas muy bien pueden servir
para trazar el derrotero de nuestra identidad como hijos de dos mundos, de dos
culturas que se imbricaron en algún momento de la historia y nos dejaron un
múltiple legado que debemos saber honrar.
Lima,
23 de diciembre de 2018.