He visto por segunda vez La Revolución y la Tierra, el
extraordinario documental estrenado en el 2019 y dirigido por Gonzalo Benavente
Secco, sobre la controvertida y polémica reforma agraria implementada por el
gobierno del general Juan Velasco Alvarado en 1969, decretando el fin de la
feudalidad en el Perú. Utilizando un valioso material audiovisual, fotográfico
y fílmico, donde vemos imágenes inéditas de la época, fragmentos decisivos de
películas de Federico García, Francisco Lombardi, Inés Ascuez, Jorge Durand y
otros cineastas peruanos, así como fotografías de Martín Chambi, nos presenta
una visión de parte de un acontecimiento que significó un cambio radical sobre
las condiciones laborales y personales de miles de campesinos del país.
Para abordar el tema recoge los testimonios
de numerosos especialistas y también protagonistas del hecho, quienes van
arrojando luces sobre el mismo a través de breves análisis donde presentan
diversos ángulos y perspectivas de una medida que fue y sigue siendo discutida
después de medio siglo a propósito de recientes sucesos relacionados con los
trabajadores de la agro-exportación en los valles de Ica. Se trata
evidentemente del irresuelto problema agrario, inscrito en aquel de mayor
calado relacionado al problema de la tierra. Ya José Carlos Mariátegui, el
brillante ensayista peruano del siglo XX, había planteado el asunto en su
verdadera dimensión, cuando lo define de la siguiente manera: «El problema
agrario se presenta, ante todo, como el problema de la liquidación de la
feudalidad en el Perú»; y cuando hablamos aquí de feudalidad estamos hablando
del gamonalismo, esa anomalía supérstite que permitió tantos abusos y maltratos
a los indios del Perú, mantenido durante buena parte del siglo XX por gobiernos
de diverso tipo, sean surgidos de las urnas o mediante la vía de las armas.
Más allá de los logros o resultados de la
reforma agraria, que puede dar lugar a puntos de vista encontrados, pues como
está claro no pudo ser completada y quedó trunca, hay un aspecto fundamental
que no se puede soslayar, y es el hecho de haber acabado con el oprobioso
régimen de servidumbre, de haberle dado al campesino un lugar que hasta ese
momento jamás ocupó en la historia oficial del Perú, un objetivo de
trascendencia moral que terminó para siempre con esa inicua imagen del indio
inclinándose para que el patrón subiera por sus manos al caballo. Humillaciones
como éstas se permitieron hasta después de ciento cincuenta años de proclamada
la independencia, que por cierto para ese sector de la población peruana no
significó absolutamente nada, pues en muchos sentidos empeoraron sus condiciones
de vida.
Además, como dice Antonio Zapata, una
reforma agraria no se puede hacer en seis años, pues ella necesita un tiempo
mucho más prolongado para asentarse y cuajar, es todo un proceso que requiere
la continuación y el compromiso de una verdadera política de Estado que debe
ser completada por sucesivos gobiernos democráticos. La afirmación de Hugo
Neira de que si no se llevaba a cabo la reforma agraria, el triunfo de Sendero
Luminoso era inminente, puede ser discutible, pero no deja de plantear
interrogantes e hipótesis sobre lo que habría ocurrido en el Perú sin ese
experimento revolucionario. Y que lo hubiese realizado un gobierno militar, aun
con la denominación de Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas, también
nos enfrenta a la frustración permanente de que ningún gobierno, ni civil ni
militar como señalé líneas arriba, haya acometido una tarea imprescindible para
el desarrollo del país. Aquellos gobiernos que se llamaban democráticos,
capitaneados por partidos que decían adscribir al credo liberal, representantes
de la pequeña burguesía, no fueron coherentes con su doctrina al mantener
intacta una estructura socio-económica propia del feudalismo.
Si bien el documental presenta sobre todo
un enfoque sobre la reforma agraria, con la sola excepción de una persona que
discrepa abiertamente con la misma, los argumentos de los entrevistados
resultan convincentes sobre las razones para una medida de esa naturaleza, pues
era evidente que una realidad como la que atravesaban los indios con respecto a
la tenencia de la tierra, sometidos a un trato vejatorio y claramente violatorio
de los derechos humanos, no podía mantenerse por más tiempo sin que ello
acarreara serias consecuencias, como las que se vio en la década del 80 cuando
insurge Sendero Luminoso y desata la violencia terrorista a partir de una
concepción dogmática y ortodoxa del marxismo-leninismo, con métodos que el
pueblo recusaba y que combatió frontalmente a pesar de que ello le costó ser
víctima de la venganza de los subversivos, quedando entre dos fuegos y
sufriendo los terribles embates de una guerra desigual que desangró el país
dolorosamente.
Ciertos sectores se han levantado en la
sociedad exigiendo su prohibición, o sencillamente intentando sabotear su
exhibición en varias salas de la capital, lo que ha tenido indudablemente un
paradójico efecto contrario, pues con mayor curiosidad los ciudadanos se han
aproximado a saber lo que presentaba en sus imágenes. Otros, más tozudos aún,
recayeron en el manido recurso de la descalificación a través del facilista terruqueo, el típico lugar común de los
bandos conservadores y ultraconservadores, para quienes todo aquello que no
cuadra con su particular forma de mirar el mundo, cae inmediatamente en el
tópico vagaroso y simplista de asociarlo al comunismo, verdadero cuco que cual
fantasma todavía recorre la obtusa imaginación de algunos cerebros retrógrados
y antediluvianos. Sus miembros provienen generalmente de los grupos
privilegiados que ostentaron el poder de la tierra durante ciento cincuenta
años, y que ahora lo siguen haciendo por otros medios más modernos. Es decir,
son los dueños del Perú de los que hablaba ya Carlos Malpica en el siglo
pasado, apellidos de familias muy conocidas que se repiten en todos los puestos
de mando de los poderes públicos, la banca, la industria, el comercio y toda
actividad económica que decide finalmente el rumbo de nuestro país.
Es bueno que cada uno vea el documental y
juzgue por sí mismo, sin anteojeras ideológicas ni prejuicios de ningún tipo,
ateniéndose exclusivamente a los hechos que Benavente presenta de una manera contundente
y real. Quizá sea una manera de entender una vez más cuál es la realidad del
Perú y por qué tantos exigen cambios profundos en sus estructuras
económico-sociales, no sólo legales o jurídicas a través de una nueva
Constitución, cambios que deben orientarse a la construcción de un país más
justo e igualitario, sin privilegios de ningún tipo, menos aún si ellos
provienen del dinero que determina la posición económica y social de dominio en
una sociedad.
Lima, 14 de diciembre de 2020.
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