Cuando en 1978 Julio Cotler dio a conocer a la imprenta su libro Clases, Estado y Nación en el Perú, tal vez no se imaginaba que con el tiempo se convertiría en uno de los clásicos de las ciencias sociales en nuestro medio, texto de consulta obligatorio de todo estudiante universitario que quisiera comprender las coordenadas múltiples de este enrevesado país. Era el año en que el país vivía momentos de alta efervescencia política, cuando se instalaba la Asamblea Constituyente encargada de redactar una nueva Carta Magna que entraría en vigencia con el regreso a la democracia en 1980, después de un gobierno militar de doce años que marcaría nuestra historia para bien y para mal. El proyecto surgió precisamente con el propósito de explicar el fenómeno singular del «gobierno revolucionario» de la Fuerza Armada nacido del golpe de Estado del 3 de octubre de 1968, encabezado por el General Juan Velasco Alvarado. Se interrumpió temporalmente por el exilio del autor en México, víctima de la hostilización del régimen por sus posturas críticas.
Dividido en siete capítulos, el libro es un lúcido intento
por entender el devenir político y social del Perú desde la época de la
conquista, y que ha configurado la estructura dominante de una sociedad que en
varios siglos de desarrollo ha mantenido casi las mismas relaciones de
dependencia entre las clases sociales en pugna. Lo primero que interesa a
Cotler es definir la formación social que se inauguraba, ardua tarea en la que
confluyen varios factores que el autor analiza y disecciona con gran rigor
académico y un preciso dominio de la historia. Su amplia formación en la
materia, desde sus estudios en antropología, sociología y politología, le
permite abarcar el estudio de uno de los aspectos centrales de nuestra
realidad: la presencia de una herencia que ha lastrado y sigue lastrando el
desarrollo armónico y equitativo de nuestros pueblos.
Una vez instalados los conquistadores españoles en
territorio peruano, se empezaron a definir las principales coordenadas
políticas de sus intereses, centrados esencialmente en la explotación del oro y
la plata a través del establecimiento de una economía mercantil y la
explotación del trabajo indígena. A ese propósito, la creación de la encomienda
indiana tuvo el objetivo de facilitar la ambición de encomenderos y
corregidores vía los repartimientos y mitas, los agentes perfectos del
etnocidio perpetrado por los españoles y sus funcionarios serviles. El régimen
patrimonial era el dominante. Los doctrineros fundamentaban la dominación en
algunos textos de Aristóteles, Tomás de Aquino y Séneca. La estructura política
colonial «se organizó en forma estamental y corporativa». Las reformas
borbónicas y la oligarquía criolla acentuaron la ambivalencia de la posición de
la aristocracia colonial.
Una vez alcanzada la independencia, «la relación
patrón-cliente como fundamento de la organización social de la naciente
república» terminaría por definir una simple solución de continuidad entre unos
dominadores y otros a través de un traspaso de poder más simbólico que real. La
pugna entre conservadores y liberales, en los mismo años en que el militarismo
cedía su gravitación política luego del período de la anarquía y los sucesivos
levantamientos y asonadas, confluiría en la formación del primer gobierno civil
de nuestra historia. Sin embargo, la plutocracia guanera de mediados del siglo
XIX agudizó nuestra condición de país archipiélago, desintegrado y disgregado
social y políticamente. La gran oportunidad de un despegue económico con el
guano y el salitre fue desperdiciada a causa de la frivolidad e ineptitud de
una clase dirigente que nunca estuvo a la altura de su responsabilidad
histórica. Cuando estalló el conflicto chileno boliviano a raíz del impuesto de
10 centavos al quintal del salitre que dispuso el Congreso del país
altiplánico, nos vimos arrastrados por el vórtice de los acontecimientos debido
al tratado que nos vinculaba con uno de los contendientes. Esta guerra reveló
descarnadamente el problema de la integración política y nacional.
Luego vino la idea de forjar la «república», la «patria», un
Estado-nación que aglutine a todos, que surge en la clase intelectual ante la
derrota con Chile. Dos proyectos radicalmente distintos se proponen para
acometer la tarea: el de Francisco García Calderón y el de Manuel González
Prada. Con motivo del Contrato Grace se enfrentan la fracción terrateniente y
la burguesía limeña, conflicto que sería el germen a su vez de una larga
disputa entre las provincias y la capital, entre el llamado Perú real y el Perú
oficial. Son los tiempos también en que la penetración del capital
norteamericano adquiere rasgos monopólicos. Cotler cita unas palabras pertinentes
de Víctor Andrés Belaúnde, el pensador de la derecha peruana: «Nadie podrá
negar las tendencias absentistas de nuestra oligarquía… Falta de ideales
positivos, de aspiraciones elevadas y profundas, es corroída lentamente por intereses
contradictorios». Simultáneamente se forman las primeras sociedades de
artesanos y los primeros movimientos obreros después de la guerra con Chile y
comienzos del siglo XX. Los anarquistas formaron los primeros sindicatos en
1906, mientras aparecen divisiones en la clase dominante, con los gobiernos de
Pardo, Billinghurst, Leguía y el civilismo.
Ya en pleno siglo XX un nuevo sistema de clientelaje
político empieza a prevalecer en los entramados del poder. El gobierno
implementó gradualmente una política de total entreguismo al capital
norteamericano. Aparecen las figuras de Haya y Mariátegui, los primeros
partidos políticos de masas, las tesis políticas e ideológicas de estos
pensadores combaten en su diagnóstico de nuestra realidad hasta la ruptura
final entre ambos. La discrepancia brota de la pretensión del líder aprista de
convertir en partido al frente denominado APRA. Igualmente, la disidencia de
Mariátegui con respecto a la Tercera Internacional y su directiva de crear un
Partido Comunista, del cual el Amauta discrepaba, lo lleva a la fundación del
Partido Socialista Peruano (PSP) en 1928. Se consolida así la dominación
imperialista a la par que emergen las fuerzas populares antioligárquicas.
En 1930 se presenta una nueva crisis frente al desarrollo
orgánico de la lucha de clases, el protagonismo de Sánchez Cerro en el contexto
de la insurgencia de las clases populares y de las tensiones entre el sector
oligárquico de la clase dominante y los terratenientes y comerciantes
provincianos. Se consolida el proyecto aprista que logra aglutinar a las clases
medias y populares. En simultáneo, vemos un enfrentamiento entre el ejército y
el APRA; Benavides como figura bisagra entre el militarismo y la clase
dominante que desemboca en las elecciones de 1939 y el ascenso de Manuel Prado
al poder en el contexto de la segunda guerra mundial y de la política del «buen
vecino» de Roosevelt. Le seguiría el breve experimento democrático de
Bustamante y Rivero y el reacomodo del APRA con su morigeración confrontacional
frente a la burguesía.
Con el golpe de Estado de Odría de 1948, asonada militar que
fue instigada por los exportadores, se repite «el proceso de concentración
monopólica del capital extranjero» de las primeras décadas del siglo XX, lo que
certifica “la afirmación de Mariátegui de que el desarrollo del capitalismo en
el Perú suponía el fortalecimiento de la condición colonial del país”. Las
migraciones serranas hacia la costa de mediados de los años 50 acentuaron el
natural temor y desprecio de la población criolla –sectores medios y burguesía
dominante– hacia los sectores populares. No es sorprendente en realidad por
ello que un hombre como Bustamante diagnosticara en aquellos años la existencia
de dos Perúes, el uno sometido al otro en condición colonial. El viraje en el
pensamiento católico también se hace visible en cuanto significó un
acercamiento a los intereses de los desprotegidos. Primero con el Concilio
Vaticano II, impulsor de las comunidades de base y de los “cursillistas” que
propagaban el nuevo ideario, y luego con la fundación del Partido Demócrata
Cristiano, que jugó un rol relevante durante el gobierno revolucionario de las
Fuerzas Armadas. Es justamente en el ejército que surgen voces propugnando su
injerencia más directa en los problemas nacionales con el fin de evitar brotes
subversivos.
Finalmente se produce la crisis del régimen de dominación
oligárquica que pretende ser salvada a través de la coalición del APRA y la
clase dominante y el llamado régimen de la “convivencia”. Es interesante de
igual manera la irrupción de un Movimiento Social Progresista y su propuesta de
un socialismo humanista con las cinco reformas básicas preconizadas por Augusto
Salazar Bondy; así como el gobierno de Acción Popular con Fernando Belaúnde
Terry, los focos guerrilleros de 1965 y el gradual debilitamiento de este
gobierno al embate de odriístas y apristas que desde el Parlamento ejercieron
un sabotaje permanente a un régimen de tintes reformistas que no pudo cuajar y
terminó en el descalabro del golpe de Estado de 1968. La conducta de civiles y
militares era la misma, y como dice Cotler «el sistema democrático era
inservible para lograr la transformación del país. Es decir, no se podía
transformar el carácter clasista del Estado a partir del mismo». El contrabando,
los cubileteos políticos, el acuerdo con la IPC (Acta de Talara), el escándalo
de la página 11, fueron los factores internos que conspiraron contra un
gobierno que nació en medio de grandes expectativas populares.
En conclusión, la herencia colonial en sus dos facetas:
carácter dependiente de la sociedad peruana respecto del capitalismo y la
persistencia de las relaciones coloniales de la explotación indígena, han
impedido la articulación de la sociedad, haciendo fracasar todo intento de
desarrollo del país, sometido a la parálisis y la epilepsia en su vida política,
según Basadre. Una línea de tiempo que enlaza un pasado de oprobio con un
estigma que arrastramos hasta el presente, un Perú cuarteado por múltiples
intereses en juego, evidenciado de forma dramática en la última campaña
electoral de este 2021, escenario donde pudimos presenciar de forma descarnada
esta tara colonial que ha lastrado nuestra evolución histórica desde hace casi
quinientos años.
Indudablemente, Clases,
Estado y Nación en el Perú es un gran libro, una formidable contribución al
conocimiento de esta insondable realidad que llamamos Perú, páginas que he leído
como si un médico observara la radiografía de un enfermo, comprobando a cada
paso la terrible condición de un cuerpo con grandes padecimientos que tal vez
algún día comiencen a remitir.