viernes, 6 de agosto de 2021

La herencia colonial

 Cuando en 1978 Julio Cotler dio a conocer a la imprenta su libro Clases, Estado y Nación en el Perú, tal vez no se imaginaba que con el tiempo se convertiría en uno de los clásicos de las ciencias sociales en nuestro medio, texto de consulta obligatorio de todo estudiante universitario que quisiera comprender las coordenadas múltiples de este enrevesado país. Era el año en que el país vivía momentos de alta efervescencia política, cuando se instalaba la Asamblea Constituyente encargada de redactar una nueva Carta Magna que entraría en vigencia con el regreso a la democracia en 1980, después de un gobierno militar de doce años que marcaría nuestra historia para bien y para mal. El proyecto surgió precisamente con el propósito de explicar el fenómeno singular del «gobierno revolucionario» de la Fuerza Armada nacido del golpe de Estado del 3 de octubre de 1968, encabezado por el General Juan Velasco Alvarado. Se interrumpió temporalmente por el exilio del autor en México, víctima de la hostilización del régimen por sus posturas críticas.

Dividido en siete capítulos, el libro es un lúcido intento por entender el devenir político y social del Perú desde la época de la conquista, y que ha configurado la estructura dominante de una sociedad que en varios siglos de desarrollo ha mantenido casi las mismas relaciones de dependencia entre las clases sociales en pugna. Lo primero que interesa a Cotler es definir la formación social que se inauguraba, ardua tarea en la que confluyen varios factores que el autor analiza y disecciona con gran rigor académico y un preciso dominio de la historia. Su amplia formación en la materia, desde sus estudios en antropología, sociología y politología, le permite abarcar el estudio de uno de los aspectos centrales de nuestra realidad: la presencia de una herencia que ha lastrado y sigue lastrando el desarrollo armónico y equitativo de nuestros pueblos.

Una vez instalados los conquistadores españoles en territorio peruano, se empezaron a definir las principales coordenadas políticas de sus intereses, centrados esencialmente en la explotación del oro y la plata a través del establecimiento de una economía mercantil y la explotación del trabajo indígena. A ese propósito, la creación de la encomienda indiana tuvo el objetivo de facilitar la ambición de encomenderos y corregidores vía los repartimientos y mitas, los agentes perfectos del etnocidio perpetrado por los españoles y sus funcionarios serviles. El régimen patrimonial era el dominante. Los doctrineros fundamentaban la dominación en algunos textos de Aristóteles, Tomás de Aquino y Séneca. La estructura política colonial «se organizó en forma estamental y corporativa». Las reformas borbónicas y la oligarquía criolla acentuaron la ambivalencia de la posición de la aristocracia colonial.

Una vez alcanzada la independencia, «la relación patrón-cliente como fundamento de la organización social de la naciente república» terminaría por definir una simple solución de continuidad entre unos dominadores y otros a través de un traspaso de poder más simbólico que real. La pugna entre conservadores y liberales, en los mismo años en que el militarismo cedía su gravitación política luego del período de la anarquía y los sucesivos levantamientos y asonadas, confluiría en la formación del primer gobierno civil de nuestra historia. Sin embargo, la plutocracia guanera de mediados del siglo XIX agudizó nuestra condición de país archipiélago, desintegrado y disgregado social y políticamente. La gran oportunidad de un despegue económico con el guano y el salitre fue desperdiciada a causa de la frivolidad e ineptitud de una clase dirigente que nunca estuvo a la altura de su responsabilidad histórica. Cuando estalló el conflicto chileno boliviano a raíz del impuesto de 10 centavos al quintal del salitre que dispuso el Congreso del país altiplánico, nos vimos arrastrados por el vórtice de los acontecimientos debido al tratado que nos vinculaba con uno de los contendientes. Esta guerra reveló descarnadamente el problema de la integración política y nacional.

Luego vino la idea de forjar la «república», la «patria», un Estado-nación que aglutine a todos, que surge en la clase intelectual ante la derrota con Chile. Dos proyectos radicalmente distintos se proponen para acometer la tarea: el de Francisco García Calderón y el de Manuel González Prada. Con motivo del Contrato Grace se enfrentan la fracción terrateniente y la burguesía limeña, conflicto que sería el germen a su vez de una larga disputa entre las provincias y la capital, entre el llamado Perú real y el Perú oficial. Son los tiempos también en que la penetración del capital norteamericano adquiere rasgos monopólicos. Cotler cita unas palabras pertinentes de Víctor Andrés Belaúnde, el pensador de la derecha peruana: «Nadie podrá negar las tendencias absentistas de nuestra oligarquía… Falta de ideales positivos, de aspiraciones elevadas y profundas, es corroída lentamente por intereses contradictorios». Simultáneamente se forman las primeras sociedades de artesanos y los primeros movimientos obreros después de la guerra con Chile y comienzos del siglo XX. Los anarquistas formaron los primeros sindicatos en 1906, mientras aparecen divisiones en la clase dominante, con los gobiernos de Pardo, Billinghurst, Leguía y el civilismo.

Ya en pleno siglo XX un nuevo sistema de clientelaje político empieza a prevalecer en los entramados del poder. El gobierno implementó gradualmente una política de total entreguismo al capital norteamericano. Aparecen las figuras de Haya y Mariátegui, los primeros partidos políticos de masas, las tesis políticas e ideológicas de estos pensadores combaten en su diagnóstico de nuestra realidad hasta la ruptura final entre ambos. La discrepancia brota de la pretensión del líder aprista de convertir en partido al frente denominado APRA. Igualmente, la disidencia de Mariátegui con respecto a la Tercera Internacional y su directiva de crear un Partido Comunista, del cual el Amauta discrepaba, lo lleva a la fundación del Partido Socialista Peruano (PSP) en 1928. Se consolida así la dominación imperialista a la par que emergen las fuerzas populares antioligárquicas.

En 1930 se presenta una nueva crisis frente al desarrollo orgánico de la lucha de clases, el protagonismo de Sánchez Cerro en el contexto de la insurgencia de las clases populares y de las tensiones entre el sector oligárquico de la clase dominante y los terratenientes y comerciantes provincianos. Se consolida el proyecto aprista que logra aglutinar a las clases medias y populares. En simultáneo, vemos un enfrentamiento entre el ejército y el APRA; Benavides como figura bisagra entre el militarismo y la clase dominante que desemboca en las elecciones de 1939 y el ascenso de Manuel Prado al poder en el contexto de la segunda guerra mundial y de la política del «buen vecino» de Roosevelt. Le seguiría el breve experimento democrático de Bustamante y Rivero y el reacomodo del APRA con su morigeración confrontacional frente a la burguesía.

Con el golpe de Estado de Odría de 1948, asonada militar que fue instigada por los exportadores, se repite «el proceso de concentración monopólica del capital extranjero» de las primeras décadas del siglo XX, lo que certifica “la afirmación de Mariátegui de que el desarrollo del capitalismo en el Perú suponía el fortalecimiento de la condición colonial del país”. Las migraciones serranas hacia la costa de mediados de los años 50 acentuaron el natural temor y desprecio de la población criolla –sectores medios y burguesía dominante– hacia los sectores populares. No es sorprendente en realidad por ello que un hombre como Bustamante diagnosticara en aquellos años la existencia de dos Perúes, el uno sometido al otro en condición colonial. El viraje en el pensamiento católico también se hace visible en cuanto significó un acercamiento a los intereses de los desprotegidos. Primero con el Concilio Vaticano II, impulsor de las comunidades de base y de los “cursillistas” que propagaban el nuevo ideario, y luego con la fundación del Partido Demócrata Cristiano, que jugó un rol relevante durante el gobierno revolucionario de las Fuerzas Armadas. Es justamente en el ejército que surgen voces propugnando su injerencia más directa en los problemas nacionales con el fin de evitar brotes subversivos.

Finalmente se produce la crisis del régimen de dominación oligárquica que pretende ser salvada a través de la coalición del APRA y la clase dominante y el llamado régimen de la “convivencia”. Es interesante de igual manera la irrupción de un Movimiento Social Progresista y su propuesta de un socialismo humanista con las cinco reformas básicas preconizadas por Augusto Salazar Bondy; así como el gobierno de Acción Popular con Fernando Belaúnde Terry, los focos guerrilleros de 1965 y el gradual debilitamiento de este gobierno al embate de odriístas y apristas que desde el Parlamento ejercieron un sabotaje permanente a un régimen de tintes reformistas que no pudo cuajar y terminó en el descalabro del golpe de Estado de 1968. La conducta de civiles y militares era la misma, y como dice Cotler «el sistema democrático era inservible para lograr la transformación del país. Es decir, no se podía transformar el carácter clasista del Estado a partir del mismo». El contrabando, los cubileteos políticos, el acuerdo con la IPC (Acta de Talara), el escándalo de la página 11, fueron los factores internos que conspiraron contra un gobierno que nació en medio de grandes expectativas populares.

En conclusión, la herencia colonial en sus dos facetas: carácter dependiente de la sociedad peruana respecto del capitalismo y la persistencia de las relaciones coloniales de la explotación indígena, han impedido la articulación de la sociedad, haciendo fracasar todo intento de desarrollo del país, sometido a la parálisis y la epilepsia en su vida política, según Basadre. Una línea de tiempo que enlaza un pasado de oprobio con un estigma que arrastramos hasta el presente, un Perú cuarteado por múltiples intereses en juego, evidenciado de forma dramática en la última campaña electoral de este 2021, escenario donde pudimos presenciar de forma descarnada esta tara colonial que ha lastrado nuestra evolución histórica desde hace casi quinientos años.

Indudablemente, Clases, Estado y Nación en el Perú es un gran libro, una formidable contribución al conocimiento de esta insondable realidad que llamamos Perú, páginas que he leído como si un médico observara la radiografía de un enfermo, comprobando a cada paso la terrible condición de un cuerpo con grandes padecimientos que tal vez algún día comiencen a remitir.

 

Lima, 02 de agosto de 2021.


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