Una de las imágenes más impactantes de la literatura
universal es aquella que figura en el libro de las Revelaciones o Apocalipsis
del Nuevo Testamento, con esos cuatro jinetes galopando furiosos y listos para
devastar la tierra. Tal pareciera que el hambre, la peste, la enfermedad y la
guerra habrían elegido ahora el suelo de Afganistán para sentar sus reales y
seguir causando una de las tragedias más terribles de nuestros tiempos.
En apenas unas semanas, los talibanes se fueron apropiando
de las principales ciudades del país, como Kandahar, Mazar-i-Sharif, Kunduz,
Jalalabad y Herat, hasta que finalmente el 15 de agosto cayó Kabul, la capital,
luego del anunciado retiro de las tropas estadounidenses y de otros países
occidentales, presentes en la zona desde hace veinte años cuando se produjeron
los crueles atentados contra las Torres Gemelas en Nueva York.
Las banderas blancas y negras de los estudiantes islámicos
ondeaban, de las manos de sus combatientes, por las calles de la ciudad,
presagiando el sombrío porvenir que aguarda a la población que ya sufrió en el
pasado reciente con un gobierno en poder de estos hombres de largas barbas y
túnicas blancas, acostumbrados a imponer por el terror y la fuerza la sharía, la ley islámica de severísimas
penas. Por ejemplo, a los ladrones se les cercenan las manos y las mujeres que
incurren en adulterio son lapidadas. Asimismo, éstas son obligadas a usar la burka, un ominoso traje que las cubre de
pies a cabeza y que simboliza la esclavitud en la que son obligadas a vivir.
Además, no pueden asistir a las escuelas ni trabajar, y si salen a la calle
sólo pueden hacerlo acompañadas de sus padres, esposos o hijos. Es decir, un
auténtico régimen fundamentalista y carcelero propio de las épocas
oscurantistas del medioevo.
Las escenas del aeropuerto Hamid Karzai de Kabul, con miles
de personas desesperadas agolpadas a sus puertas tratando de buscar alguna
forma de poder salir del país, recuerdan otro episodio parecido de hace más de
cuarenta años en Saigón, la capital vietnamita que era tomada por el ejército
rebelde ante la derrota definitiva de las fuerzas imperiales de Estados Unidos.
Esta sería la segunda debacle histórica de la nación norteamericana en el
Lejano Oriente, una retirada oprobiosa que mella el prestigio internacional, ya
de por sí deteriorado, de las fuerzas armadas de la primera potencia. Y es la
tercera vez que los afganos obtienen un triunfo frente a ejércitos extranjeros,
antes lo fueron los británicos y los soviéticos.
Se dice que Pakistán sirvió de refugio a los talibanes
afganos, desde donde atacaban posiciones estadounidenses, a pesar de que
Islamabad era el aliado oficial de USA. Esto renueva el temor del
recrudecimiento de una guerra que viene del siglo pasado, cuando los soviéticos
intervinieron –en occidente se habla de invasión– porque el gobierno comunista
instaurado en 1978 se vio amenazado por el asedio de fuerzas opositoras
financiadas por los servicios secretos de occidente. Luego de este abandono de
las fuerzas de occidente, China y Rusia se aprestan a asumir un rol más
protagónico en el futuro inmediato de Afganistán.
Otra imagen imborrable de esta salida anunciada ha sido la gente tratando se subirse a los aviones para escapar de una realidad que se torna imprevisible, con el corolario trágico de algunos cuerpos cayendo al vacío desde los fuselajes de las naves a pocos minutos de su despegue. Los aviones norteamericanos han trasladado a cientos de sus ciudadanos y a otros tantos de diversas nacionalidades que trabajaban en el país, mientras que apenas unos cuantos afganos han podido salir apoyados por los países de occidente. Y para agregar más sal a la herida, un atentado terrorista en el aeropuerto se ha cobrado la vida de más de un centenar de personas, entre ellas 13 militares estadounidenses. El presidente Biden ha prometido que esa acción no quedará impune, que los culpables pagarán por sus crímenes. Mientras tanto, miles más esperan que las condiciones se puedan dar para poder escapar de un territorio que vuelve a ser terreno de la incertidumbre y la pesadilla.
La suerte de las mujeres es una gran preocupación para
quienes defienden los derechos humanos en el mundo, aunque las primeras
declaraciones de los líderes radicales han tratado de dar tranquilidad a la
comunidad internacional, afirmando que permitirán que ellas puedan conservar
sus trabajos y tengan derecho a estudiar. Sin embargo, las propias ciudadanas
de ese país han mostrado su escepticismo sobre las intenciones de los
talibanes. Ya entre 1996 y 2001 impusieron, como dije líneas arriba, un régimen
implacable contra las mujeres especialmente, situación que de regresar
significaría un retroceso intolerable en cuanto a los pequeños avances que se
han obtenido en los últimos años.
Hay pocas esperanzas de que la estabilidad y la tranquilidad
reinen en un país convulsionado por décadas, víctima del engaño y la desidia de
quienes prometieron llevar la democracia y la paz relativas y la dejan ahora en
manos de una banda de extremistas mujaidines,
combatientes despiadados que no reparan en usar del terror para sus fines
políticos y religiosos. Son seguidores del islam en su rama sunita, poseen una
mirada ortodoxa y anacrónica de la realidad, sus dogmas religiosos se mezclan
con los políticos en una variante peligrosa que amenaza abiertamente la
libertad y la vida de los seres humanos que se oponen a sus designios.
Lima, 07 de septiembre de 2021.
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