Estando hace poco en Jauja, como ya lo conté en dos relatos
sobre las peripecias vividas en dicha ciudad, me encontré de golpe, una noche
serena en un novísimo café, con un libro de Edgardo Rivera Martínez que no
había tenido ocasión de leer. Se trata de Imagen
de Jauja (UNCP, 1967), título que justamente tomé para mis dos textos ya
mencionados. Al primer contacto con el libro, hojeando las primeras páginas,
inmediatamente quedé fascinado con su contenido, prometiéndome conseguir un
ejemplar para su plena lectura. Así fue que, al día siguiente, caminando por
los principales puntos de venta de libros de la ciudad, tuve la suerte de que
me ofrecieran obtenerlo en un par de días. Desde ese momento, ya pude
adentrarme en el conocimiento de todas sus interesantísimas revelaciones.
El libro es un acucioso trabajo de investigación sobre las
visiones que sobre Jauja han tenido los numerosos viajeros, cronistas,
científicos e historiadores que alguna vez pisaron la legendaria tierra de los
xauxas, ordenadas cronológicamente desde el año 1534, año de su fundación
española, hasta el año 1880. Se inicia precisamente con una visión del paisaje
de Jauja en el siglo XVI, a través de la mirada de los cronistas, así como la
de sus primeros pobladores. El criterio de los cronistas es variable, pues
mientras para algunos el paisaje y el clima eran agradables, tanto por su
serenidad como por su feracidad, otros la pintan como fría y no apta para la
cría de ganado.
Se dice que Jauja, según versión del historiador Waldemar
Espinoza, fue fundada por los incas Cápac Yupanqui y Túpac Inca Yupanqui en
1465, es decir, casi ochenta años antes de la fundación española. Era, según
todos los testimonios, la segunda ciudad más importante del Tahuantinsuyo,
después del Cuzco. En ella Huayna Cápac mandó construir un palacio, un templo y
una casa de vírgenes. Si la pregunta del lector es ¿dónde están los restos, los
vestigios arqueológicos de esos magníficos edificios?, o ¿en qué lugar de la
ciudad actual se encontraban?, pues habría que aclarar que dicha fundación
incaica fue realizada en lo que actualmente es el distrito del Tambo, o
Xauxa-Tambo, llamada en alguna época San Francisco de Tambo, en las proximidades
del río Mantaro, según la costumbre de todas las culturas de erigir ciudades en
la cercanía de una fuente de agua.
Siguiendo al mismo historiador, Jauja tuvo una tercera
fundación en 1565, cuando el licenciado Lope García de Castro determinó la creación
de corregimientos. El 3 de junio se creó, en consecuencia, el corregimiento de
Jauja, siendo su primer corregidor Juan de Larreinaga Salazar. Todos sabemos
que la segunda fundación sería aquella que realizó el conquistador Francisco
Pizarro el 25 de abril de 1534, según el documento hallado en los archivos de
Indias por el eminente historiador, hombre de letras y diplomático Raúl Porras
Barrenechea. Esta fundación fue incoada en noviembre de 1533, cuando los
españoles se dirigían de Cajamarca al Cuzco, a cuyo regreso Pizarro la
finiquitó en la fecha indicada, naciendo la primera capital de la Nueva
Castilla.
En las descripciones y testimonios de los viajeros de los
siglos XVI, XVII y XVIII, destacan tres cualidades del valle de Jauja: la
hermosura del paisaje, la riqueza y abundancia de bastimentos y lo agradable
del clima. Todo lo cual lo podemos constatar hasta la actualidad, con una vista
espléndida del valle, la producción ubérrima de la provincia y ese clima sano y
seco que fue motivo de importantes migraciones desde mediados del siglo XIX,
cuando arribaban a la ciudad enfermos de tuberculosis buscando una cura para su
mal sólo respirando el aire bendito y medicinal de su clima.
En la época de la Independencia, confirman estas
características los textos de José I. Arenales, John Miller, Robert Proctor,
John Thomas (sobre las impresiones de Bernardo O’Higgins) y F. O’Connor
D’Arloch, según los recuerdos de su abuelo Francisco Burdett O’Connor. Lo
curioso es que habiendo abundantes muestras de una realidad incontrastable, los
primeros habitantes avecindados en Jauja decidieran, en cabildo celebrado en la
iglesia de la ciudad, su traspaso a la costa el 29 de noviembre de 1534,
aduciendo la excesiva frialdad del clima y la dificultad para la crianza de
ganado, razones que Pizarro validó enviando una comisión que se encargaría de
ubicar el lugar ideal para la nueva y definitiva capital, hecho que se
cristalizó al fundarse la Ciudad de los Reyes el 18 de enero de 1535 en el
valle del Rímac, origen de la actual ciudad de Lima.
En la República tenemos más material testimonial, como el de
Archibald Smith, publicado en Londres en 1839. Entre noviembre y diciembre de
1838 estuvo en Jauja el Vice-cónsul francés en Lima Leónce Angrand, quien ha
dejado una serie de dibujos o vistas de la región, tanto de Jauja como de Mito,
Concepción y Huancayo. Asimismo, los relatos del viajero suizo J.J. Tschudi son
muy elocuentes sobre ciertas costumbres bárbaras de los indios de la zona entre
los años 1839 y 1840 en que estuvo de visita. Su libro Reiseskizzen wuhrend der Jahre 1838-1842 (El Perú. Esbozos de
viajes realizados entre 1838 y 1842) es de 1846.
Hay una cita que es fundamental repetirla, puesto que es
indicativa hasta hoy del estado de cosas de la ciudad de Jauja. En el tomo I de
su libro El Perú, el sabio Antonio
Raimondi dice: «La población de Jauja, lejos de mejorar, va decayendo
diariamente. Las familias parece que van desapareciendo y en la ciudad no se
nota adelanto alguno». Es penoso constatar la veracidad de esta afirmación,
hecha hace tantísimo tiempo; sin embargo, me gustaría hacer una excepción y ser
un poco optimista esta vez, para afirmar que a pesar de esa primera impresión
que es bastante desoladora, Jauja trata de afirmarse como una urbe en
ebullición, a su propio ritmo y estilo, con la presencia de una nueva población
que la va configurando, tal vez no como gustaría a muchos de sus hijos que
emigraron, pero sí a la manera que su propio destino ha dictaminado según los
tiempos que corren.
Otras vislumbres son las de Mateo Paz Soldán, autor del
libro Geografía del Perú de 1862; de
Manuel Pardo, expresidente que estuvo en Jauja entre 1860-61, para curarse de
una tuberculosis pulmonar. Publicó un estudio en la Revista de Lima, que lleva por título «Estudios sobre la provincia
de Jauja», donde pondera grandemente el clima, que tanto lo favoreció. Habría
que agregar las contribuciones del viajero y explorador austríaco-francés
Charles Wiener, quien dejó anotaciones importantes sobre el Perú prehispánico
en general.
A mediados del siglo XIX se va imponiendo la imagen injusta,
dice Rivera Martínez, de una ciudad de tísicos, de la muerte, por la presencia
de una gran cantidad de enfermos de tuberculosis que llegaban a Jauja, como ya
mencioné líneas arriba, buscando una cura para su mal. Tanto es así que se
construye un sanatorio para albergar a una población de infectados con el
bacilo de Koch, muy parecido al que en la novela La montaña mágica describe Thoman Mann en los Alpes suizos.
El estudio está premunido de una vasta bibliografía, que
avala perfectamente las conclusiones del autor, además de dos apéndices que
completan las visiones que sobre Jauja han tenido los ojos de quienes le han
dedicado largas horas de observación y meditación. Valioso aporte de un autor
canónico de la cultura jaujina, para deleite y conocimiento de quienes no
podemos darnos el lujo de ignorar el pasado y el presente de una ciudad a la
que estamos ligados entrañablemente.
Lima,
12 de marzo de 2022.
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