sábado, 19 de marzo de 2022

Vislumbres de Jauja

 

Estando hace poco en Jauja, como ya lo conté en dos relatos sobre las peripecias vividas en dicha ciudad, me encontré de golpe, una noche serena en un novísimo café, con un libro de Edgardo Rivera Martínez que no había tenido ocasión de leer. Se trata de Imagen de Jauja (UNCP, 1967), título que justamente tomé para mis dos textos ya mencionados. Al primer contacto con el libro, hojeando las primeras páginas, inmediatamente quedé fascinado con su contenido, prometiéndome conseguir un ejemplar para su plena lectura. Así fue que, al día siguiente, caminando por los principales puntos de venta de libros de la ciudad, tuve la suerte de que me ofrecieran obtenerlo en un par de días. Desde ese momento, ya pude adentrarme en el conocimiento de todas sus interesantísimas revelaciones.

El libro es un acucioso trabajo de investigación sobre las visiones que sobre Jauja han tenido los numerosos viajeros, cronistas, científicos e historiadores que alguna vez pisaron la legendaria tierra de los xauxas, ordenadas cronológicamente desde el año 1534, año de su fundación española, hasta el año 1880. Se inicia precisamente con una visión del paisaje de Jauja en el siglo XVI, a través de la mirada de los cronistas, así como la de sus primeros pobladores. El criterio de los cronistas es variable, pues mientras para algunos el paisaje y el clima eran agradables, tanto por su serenidad como por su feracidad, otros la pintan como fría y no apta para la cría de ganado.

Se dice que Jauja, según versión del historiador Waldemar Espinoza, fue fundada por los incas Cápac Yupanqui y Túpac Inca Yupanqui en 1465, es decir, casi ochenta años antes de la fundación española. Era, según todos los testimonios, la segunda ciudad más importante del Tahuantinsuyo, después del Cuzco. En ella Huayna Cápac mandó construir un palacio, un templo y una casa de vírgenes. Si la pregunta del lector es ¿dónde están los restos, los vestigios arqueológicos de esos magníficos edificios?, o ¿en qué lugar de la ciudad actual se encontraban?, pues habría que aclarar que dicha fundación incaica fue realizada en lo que actualmente es el distrito del Tambo, o Xauxa-Tambo, llamada en alguna época San Francisco de Tambo, en las proximidades del río Mantaro, según la costumbre de todas las culturas de erigir ciudades en la cercanía de una fuente de agua.

Siguiendo al mismo historiador, Jauja tuvo una tercera fundación en 1565, cuando el licenciado Lope García de Castro determinó la creación de corregimientos. El 3 de junio se creó, en consecuencia, el corregimiento de Jauja, siendo su primer corregidor Juan de Larreinaga Salazar. Todos sabemos que la segunda fundación sería aquella que realizó el conquistador Francisco Pizarro el 25 de abril de 1534, según el documento hallado en los archivos de Indias por el eminente historiador, hombre de letras y diplomático Raúl Porras Barrenechea. Esta fundación fue incoada en noviembre de 1533, cuando los españoles se dirigían de Cajamarca al Cuzco, a cuyo regreso Pizarro la finiquitó en la fecha indicada, naciendo la primera capital de la Nueva Castilla.

En las descripciones y testimonios de los viajeros de los siglos XVI, XVII y XVIII, destacan tres cualidades del valle de Jauja: la hermosura del paisaje, la riqueza y abundancia de bastimentos y lo agradable del clima. Todo lo cual lo podemos constatar hasta la actualidad, con una vista espléndida del valle, la producción ubérrima de la provincia y ese clima sano y seco que fue motivo de importantes migraciones desde mediados del siglo XIX, cuando arribaban a la ciudad enfermos de tuberculosis buscando una cura para su mal sólo respirando el aire bendito y medicinal de su clima.

En la época de la Independencia, confirman estas características los textos de José I. Arenales, John Miller, Robert Proctor, John Thomas (sobre las impresiones de Bernardo O’Higgins) y F. O’Connor D’Arloch, según los recuerdos de su abuelo Francisco Burdett O’Connor. Lo curioso es que habiendo abundantes muestras de una realidad incontrastable, los primeros habitantes avecindados en Jauja decidieran, en cabildo celebrado en la iglesia de la ciudad, su traspaso a la costa el 29 de noviembre de 1534, aduciendo la excesiva frialdad del clima y la dificultad para la crianza de ganado, razones que Pizarro validó enviando una comisión que se encargaría de ubicar el lugar ideal para la nueva y definitiva capital, hecho que se cristalizó al fundarse la Ciudad de los Reyes el 18 de enero de 1535 en el valle del Rímac, origen de la actual ciudad de Lima.

En la República tenemos más material testimonial, como el de Archibald Smith, publicado en Londres en 1839. Entre noviembre y diciembre de 1838 estuvo en Jauja el Vice-cónsul francés en Lima Leónce Angrand, quien ha dejado una serie de dibujos o vistas de la región, tanto de Jauja como de Mito, Concepción y Huancayo. Asimismo, los relatos del viajero suizo J.J. Tschudi son muy elocuentes sobre ciertas costumbres bárbaras de los indios de la zona entre los años 1839 y 1840 en que estuvo de visita. Su libro Reiseskizzen wuhrend der Jahre 1838-1842 (El Perú. Esbozos de viajes realizados entre 1838 y 1842) es de 1846.

Hay una cita que es fundamental repetirla, puesto que es indicativa hasta hoy del estado de cosas de la ciudad de Jauja. En el tomo I de su libro El Perú, el sabio Antonio Raimondi dice: «La población de Jauja, lejos de mejorar, va decayendo diariamente. Las familias parece que van desapareciendo y en la ciudad no se nota adelanto alguno». Es penoso constatar la veracidad de esta afirmación, hecha hace tantísimo tiempo; sin embargo, me gustaría hacer una excepción y ser un poco optimista esta vez, para afirmar que a pesar de esa primera impresión que es bastante desoladora, Jauja trata de afirmarse como una urbe en ebullición, a su propio ritmo y estilo, con la presencia de una nueva población que la va configurando, tal vez no como gustaría a muchos de sus hijos que emigraron, pero sí a la manera que su propio destino ha dictaminado según los tiempos que corren.

Otras vislumbres son las de Mateo Paz Soldán, autor del libro Geografía del Perú de 1862; de Manuel Pardo, expresidente que estuvo en Jauja entre 1860-61, para curarse de una tuberculosis pulmonar. Publicó un estudio en la Revista de Lima, que lleva por título «Estudios sobre la provincia de Jauja», donde pondera grandemente el clima, que tanto lo favoreció. Habría que agregar las contribuciones del viajero y explorador austríaco-francés Charles Wiener, quien dejó anotaciones importantes sobre el Perú prehispánico en general.

A mediados del siglo XIX se va imponiendo la imagen injusta, dice Rivera Martínez, de una ciudad de tísicos, de la muerte, por la presencia de una gran cantidad de enfermos de tuberculosis que llegaban a Jauja, como ya mencioné líneas arriba, buscando una cura para su mal. Tanto es así que se construye un sanatorio para albergar a una población de infectados con el bacilo de Koch, muy parecido al que en la novela La montaña mágica describe Thoman Mann en los Alpes suizos.

El estudio está premunido de una vasta bibliografía, que avala perfectamente las conclusiones del autor, además de dos apéndices que completan las visiones que sobre Jauja han tenido los ojos de quienes le han dedicado largas horas de observación y meditación. Valioso aporte de un autor canónico de la cultura jaujina, para deleite y conocimiento de quienes no podemos darnos el lujo de ignorar el pasado y el presente de una ciudad a la que estamos ligados entrañablemente.

 

Lima, 12 de marzo de 2022.       



No hay comentarios:

Publicar un comentario