lunes, 9 de mayo de 2022

Rostros bonitos, música fea

 

La dictadura de la moda debe ser una de las más brutales e inexorables que se ciernen sobre los hombres y las mujeres, pues somete a sus incautos esclavos a seguir una corriente por el sólo hecho de pertenecer al momento actual, exento por tanto de someterse al escrutinio saludable de la crítica y de estar sujeto a una apreciación justa bajo los elementales criterios del gusto y de una formación mínimamente regida por los juicios básicos de la estética. Sin embargo, uno puede ser indulgente si dicha dictadura recae por ejemplo en materias tan banales como la ropa y los calzados, pero ya resulta imperdonable si ello supone dejarse guiar por su férula en aspectos tan esenciales como el arte y la cultura, especialmente la música, una de las manifestaciones más excelsas del espíritu humano.

Es por ello que ver a jóvenes que comparten breves grabaciones de baile en las redes sociales como Instagram o Tik Tok, teniendo como sonido de fondo a la llamada música urbana, especialmente ese esperpento sonoro conocido como reggaetón, produce una sensación de especial desagrado por la incompatibilidad entre sus rostros lozanos, bellos y juveniles con esas supuestas canciones que son en verdad una argamasa impasable de voces espantosas, letras sórdidas y escabrosas, más el sonsonete insufrible de unos ruidos de instrumentos torturados por las manos implacables de individuos profiriendo chabacanerías que más que halagar los oídos los agreden de manera imperdonable.

Una de las formas del infierno debe ser viajar en transporte público, atestado de gente, las ventanas cerradas y encima al chofer no ocurrírsele mejor cosa que endilgarnos esa inmundicia auditiva que es el mismo golpeteo omnisciente que inunda toda la ciudad. Uno camina por cualquier avenida y de los comercios vecinos –restaurantes, barberías, zapaterías, etcétera– se vuelca a la calle el chorro insoportable de este tam-tam contemporáneo, la versión más burda y coprolálica de un arte que sinceramente no merece ser representado de esta manera. La música es la quintaesencia de la expresión artística, condición a la que aspiran todas las artes, el juego armonioso de melodía, ritmo y lenguaje universal, razón por la que todos quienes apreciamos grandemente su dimensión no podemos permitir que se le infiera una humillación de esta naturaleza, a manos de quienes haciéndose llamar músicos no poseen un ápice de ese sentido maravilloso de la creación de belleza a partir del sonido.

Alguna vez Vargas Llosa contaba que en un recorrido por un museo europeo había sido testigo de un suceso increíble. En medio de una multitud de curiosos, se exhibía una obra de arte que al parecer era la más apreciada por los ocasionales visitantes, y al acercarse para divisar aquello que concitaba la atención de manera excepcional, su sorpresa fue mayúscula al comprobar que se trataba de caca de elefante. Es decir, el arte ahora podía ser cualquier cosa, con tal de convocar el interés del espectador. Algo parecido quizás suceda ahora con este fenómeno del género en cuestión, presente en cuanta reunión festiva sea organizado por jóvenes y no tan jóvenes. Siempre me gustó hacer la analogía entre los sentidos del olfato y el oído, pues así como cuando uno transita por un lugar con cerros de basura y el olor inmediatamente nos suscita una repulsa hasta llevar a cubrirnos la nariz, de la misma manera cuando sentimos un sonido repulsivo quien se siente ofendido es el oído, no pudiendo a veces hacer lo propio ante tan inmundo sonido. Es lo que me pasa cuando oigo aquello que ni siquiera catalogo como música; la reacción es instantánea, no pudiendo tolerar un segundo su presencia mefítica.

Muchos críticos, artistas y melómanos están de acuerdo en que ese engendro contemporáneo que ha penetrado todas las capas de la sociedad, que incluso se ha impuesto en los grandes certámenes internacionales patrocinados por reconocidas organizaciones del espectáculo, no es música, será cualquier otra cosa menos música, pues de serlo ofendería la memoria de tantos grandes creadores que en esta materia han destacado tanto en la música académica o culta como en la popular, y cuyos nombres no podrían mezclarse con estos exponentes de la más vulgar manifestación de un arte como la música.

Tengo la certeza, sin embargo, que su fugaz apogeo tendrá pronto un ocaso gris y anodino, como todo aquello que no reúne la calidad suficiente para trascender en el tiempo, convencido de que es su transcurso el implacable juez que sabe poner cada cosa en su sitio. Mientras tanto seguiré combatiendo donde me encuentre contra su brutal intrusión, defendiendo los espacios que sean necesarios de su pérfida invasión, preservando los ambientes más personales de la contaminación auditiva que entraña su grosero atrevimiento.

 

Lima, 30 de abril de 2022.      

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