Hay ocasiones en que la partida de este mundo de personas
que uno conoce se acota apretada en corto tiempo, segadas por la muerte una
tras otra con apenas unos días de diferencia. Se trata generalmente de
personajes públicos, pues aquellos del ámbito familiar merecen más bien
reservarse al fuero privado. En el caso que comento, el disparador fue la
mundial noticia del fallecimiento de la reina Isabel II de Inglaterra, hecho de
gran repercusión en la prensa de todo el mundo por la relevancia política de
una figura que por siete décadas estuvo al frente de una de las monarquías más
tradicionales de Europa. Tenía 96 años, vividos intensamente como parte
protagónica de las relaciones internacionales de buena parte del siglo XX y de
las primeras décadas de éste. Digamos que su muerte era hasta cierto punto
previsible, sobre todo por la extensa trayectoria de una existencia que siempre
estuvo en el foco de la atención pública global.
El mismo día que se conocía el fallecimiento de la soberana
inglesa, nos llega la dolorosa noticia de la muerte de Marciano Cantero,
legendario músico argentino, líder emblemático de la banda de rock en
castellano Los enanitos verdes, fundada allá por los inicios de los años
80 por un grupo de muchachos mendocinos y de la cual era vocalista, baterista y
tecladista. Autor de numerosas composiciones del grupo y figura visible de la
misma, lo ha sorprendido la parca en medio de una gira que realizaba por
diversos países del continente. Aunque estaba afincado en México desde hace
algunos años, había regresado a Mendoza para someterse a un tratamiento de una
afección renal que ha terminado acabando con su vida. He sentido mucho esta
muerte, la de un artista de una voz inconfundible y mejor persona, querida y
admirada por tantísima gente por su natural bonhomía y don de gentes. Una
muchedumbre ha acompañado su féretro en su natal Mendoza, como muestra de ese
reconocimiento público hacia uno de los exponentes más sobresalientes de la
música argentina y latinoamericana.
El tercer bandazo de la odiosa guadaña llegó el domingo 11,
cuando revisaba por la noche la edición digital del diario El País de
España. Sinceramente no podía creerlo, me sorprendió el anuncio de la muerte de
Javier Marías, tal vez el escritor más importante en español de los últimos
tiempos. Autor de un buen manojo de brillantes novelas, colaborador desde hace
cerca de 20 años del suplemento del mismo diario, La Revista Semanal,
articulista de fuste y polémico crítico de cuanto zafarrancho se armara en su
país o en cualquier parte del planeta, por obra y gracia de la bendita clase
política que no nos deja descansar un minuto. Detector privilegiado de la
estupidez humana, se granjeó la enemistad de tanto mastuerzo que no le
perdonaba su agudeza argumental, su punzante prosa siempre incisiva contra
todos los entuertos y malandanzas de este mundo. En fin, un hombre singular que
hará mucha falta en una realidad cada vez más signada por la necedad y la
insidiosa mediocridad.
La cuarta estocada provino de Suiza, el martes 13, fecha por
lo demás muy sospechosa. Lo cierto es que el cine está de luto, ha muerto
Jean-Luc Godard, el abanderado de la Nouvelle Vague francesa, el hombre
que revolucionó las pantallas del séptimo arte en los años 50 y 60 del siglo
pasado. El suicidio asistido al que ha apelado significa que el gran maestro
del cine no ha permitido que le corten la película, sino que, como todo un
artista de la filmografía, ha decidido poner él mismo el punto final del guion
del largometraje de su vida. Como ya no le veía posibilidades al personaje de
la obra, lo ha retirado de la escena en el momento exacto y en el instante
justo de una trayectoria de más de medio siglo dedicado a contar y reflexionar
con la cámara la propia gesta y sentido de un arte joven del cual fue un
indiscutido maestro.
Y para cerrar esta mala racha con que la pelona suele
cebarse cada tanto, este sábado 17 ha despertado con el anuncio fatal de la
partida de Carmina Cannavino, una extraordinaria intérprete y compositora de
música peruana y latinoamericana. Hija de argentino y peruana, vivía en México
desde hacía varios años, con un discreta pero importante carrera en el mundo
del arte, donde exhibió todo el talento y la virtuosidad de que estaba dotaba,
dueña de una voz exquisita que se prodigó sobre todo en la magistral ejecución
del repertorio de nuestra queridísima Chabuca Granda, aparte de ser por
supuesto pieza obligada en cuanto proyecto musical se embarcaran los músicos
que formaban y forman esta pequeña legión de difusores del arte melódico de lo
que con sentimiento abarcador llamamos la patria grande.
Todos ellos nos dejan un valioso legado, especialmente los
artistas, pues la huella que dejan de su paso por este mundo será imperecedera,
recordada por las generaciones sucesivas que tengan el privilegio de acercarse
a una obra donde siga viviendo el alma y el genio de tan maravillosos seres que
honran a la humanidad.
Lima, 17 de
septiembre de 2022.
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