Ha partido, la mañana del martes 22 de noviembre, Día
Mundial del Músico, el gran cantautor cubano Pablo Milanés, figura icónica de
la canción latinoamericana. Autor de inolvidables canciones como “Yolanda”,
“Para vivir”, “El breve espacio en que no estás”, “Sueños”, “Yo pisaré las
calles nuevamente”, “De qué callada manera” y tantas más de una dilatada
trayectoria y de un rico repertorio que va desde la canción tradicional de
Cuba, el son, pasando por la nueva trova, hasta el feeling, en una
carrera de más de cinco décadas consagradas al mundo maravilloso de la música.
Cómo no recordarlo cuando vino al Perú en 1986, para el
Cicla, festival de la canción latinoamericana de cortísima vida. En sendas
presentaciones en la universidad de San Marcos, así como en el entonces Parque
Zonal Túpac Amaru, pude verlo por primera vez, junto a otros representantes
notables de la música popular como Silvio Rodríguez y la legendaria orquesta
Irakere. El cantor lucía una abundante melena africana y una voz melodiosa y
potente, de tintes metálicos. Sus versos y melodías, oscilando entre la ternura
y la denuncia, son piezas únicas de una producción que abarca alrededor de cincuenta
volúmenes.
Se había radicado en Madrid desde hacía unos años, a raíz de
una dolencia oncológica que ha terminado acabando con su vida, mas no con su
legado, que ya es inmortal. En el mes de junio de este año realizó una gira por
su país, que en rigor sería la última, a manera de despedida, y estuvo
sencillamente apoteósico, sobre todo cuando interpretó una de sus composiciones
menos conocidas, pero de las más hermosas, como es “Comienzo y final de una
verde mañana”, un himno intenso e inigualable al amor.
Su voz seguirá resonando en las estancias más entrañables de
nuestra memoria, su poesía persistirá como un cactus indómito en el desierto
impávido de estos tiempos extraños en que triunfan en ciertos escenarios los
ruidos bastos, baratos e hirsutos, que estoy seguro pasarán a mejor vida como
todo lo que impone el mercado y la moda. Pablo, o Pablito, como lo llamaban sus
más próximos, también estaba convencido de ello, como lo afirmó categóricamente
en más de una entrevista.
Nos ha dejado, pues, un artista excepcional, un hombre que
en su actividad musical aunaba calidad, exquisitez y virtuosismo, tres
condiciones difíciles de hallar en cualquier época, mucho más en ésta en que,
como decía líneas arriba, predomina la ordinariez y el mal gusto. Fue una vida
también ligada a los vaivenes políticos del continente, especialmente a los
sucesos que marcaron la vida de Cuba, con la revolución y el surgimiento de los
movimientos guerrilleros, y con Chile, como consecuencia de la ominosa dictadura
de Pinochet y el exterminio de numerosos líderes políticos, como Miguel
Enríquez, dirigente del MIR, a raíz de cuyo asesinato Pablo compuso esa
conmovedora canción que habla de las calles ensangrentadas de Santiago.
Su obra ya es parte del acervo musical latinoamericano y
mundial, al lado de las de Atahualpa Yupanqui, Víctor Jara, Violeta Parra,
Mercedes Sosa y muchos más que son auténticas leyendas de nuestra patria
grande. En esa gratísima compañía estará por siempre Pablo Milanés, un creador
de cuya pluma brotaban canciones perfectas que engarzaban directamente con el
exigente gusto popular. Artistas así cruzan el firmamento de la música muy de
vez en cuando, es por eso que cuando se tiene el privilegio de gozar de su
presencia y obra, uno no puede sino sentirse agradecido a los dioses por tan
valioso regalo.
Adiós Pablo, querido Pablo, hermano, artista, trovador,
juglar, te veremos en la eternidad, y te escucharemos hasta el fin para saber
que no te has ido, que estás con nosotros porque ya eres parte del sentimiento
y la memoria de un pueblo que anhela todavía soñar con los ideales de la
libertad y del encuentro armonioso de todos los hombres y las mujeres en una
mañana nueva que sea el comienzo de un mundo mejor.
Lima, 23 de
noviembre de 2022.
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