Ahora que estamos en el año de Kafka, pues en junio se
cumplen cien años del fallecimiento del formidable escritor checo, es bueno
repasar un segmento particularmente íntimo de su obra: su correspondencia
amorosa, dirigida primero a Felice Bauer, con quien estuvo prometido, y luego a
Milena Jerenská, su traductora al checo. Franz Kafka, a pesar de haber nacido
en Praga, escribía en alemán, como buen ciudadano del imperio austro-húngaro,
por eso es considerado en los estudios literarios como parte de la literatura
alemana, tal vez el exponente más notable de esa lengua en el siglo XX. No
desconocía el checo; sin embargo, sabía que su producción cobraría dignidad al
ser traducida a ese idioma por esta mujer, periodista y escritora, poseedora de
una fina sensibilidad y una gran cultura, quien por cierto, le había solicitado
antes su autorización para realizar la traducción de una de sus primeras obras.
Me centraré en su correspondencia con esta última, a
propósito de la relectura de Cartas a Milena (Alianza Editorial, 1984),
texto que vuelve a deleitarme después de más de treinta años. En aquella
ocasión, me sirvió además de inspiración para las misivas que yo perpetraba
teniendo como filosofía aquello que afirmaba con gran agudeza el poeta Luis
Hernández: “Yo creo en el plagio, y con el plagio creo”. El tono reflexivo, las
perspicaces descripciones de los escenarios y las situaciones, la penetración
psicológica, la autoironía y un sentido del humor soterrado e inmanente, hacen
de la lectura de estas cartas una gozosa aventura del sentimiento y de la
imaginación.
Compiladas y anotadas por Willy Haas, las cartas que Kafka
escribió a Milena comprenden desde 1920 hasta 1922, y recogen una relación que
empezó siendo de amistad, por razones estrictamente literarias, y que
lentamente va transitando hacia una singular pasión amorosa cuya intensidad va
a la par de la eficaz y magnífica prosa del autor de El proceso. Las
comunicaciones fueron enviadas sin fecha, por lo que el trabajo del compilador
ha debido de ser muy arduo para ordenarlas cronológicamente. Milena pertenecía
a una familia muy conocida de Praga y estaba casada con un intelectual bohemio.
Cuando Kafka y Milena se conocieron, él tenía 37 años, y ella, 24.
De hecho, Kafka se comprometió dos veces, incluso algunos
biógrafos dicen que hasta tres, pero no pudo llevar a cabo su propósito por
razones que quizá son algo complejas y a la vez sencillas de analizar. Muchos
fragmentos de las cartas poseen referencias y prefiguraciones de las atmósferas
de sus escritos de ficción, especialmente de La transformación -más
conocida como La metamorfosis-. Por ejemplo, en una carta le cuenta a
Milena que no ha podido salvar a un coleóptero que yacía desesperado patas
arriba. Cuando él creía que ya agonizaba, pasó una lagartija sobre el insecto,
éste se incorporó presto y echó a volar. Esta escena nos remite inmediatamente
al comienzo de su más afamada novela, donde Gregor amanece una mañana
convertido en un monstruoso insecto sin poder levantarse y con las patitas
agitándolas inútilmente en el aire.
Enseguida le comenta: “De algún modo eso me infundió un poco
de ánimo a mí también; me levanté, bebí leche y empecé a escribirle.” No
debemos olvidar que la bebida favorita de Gregor Samsa era la leche, y que en
su nueva condición de insecto esta bebida le resulta indiferente, pues su
hermana Gretel, durante los primeros días del terrible acontecimiento, le lleva
un cazo de leche con pan remojado a su habitación, pero luego comprueba que ha
dejado intacto el alimento. Entonces varía su dieta y a partir de ese momento
le llevará desperdicios diversos.
La relación se hace cada vez más intensa, a menudo prolija
en detalles que sólo una sensibilidad como la de Franz Kafka es capaz de
detectar. Por desgracia, no contamos con las cartas que ella le escribió, las
cuales apenas podemos deducirlas de las referencias y comentarios que realiza
el propio Kafka. Aun así, adentrarse en el sentir y el pensar del novelista
checo, constituye una aventura descomunal, una experiencia única en el
conocimiento del espíritu y el corazón de un gran creador. Y pensar que durante
todo ese tiempo sólo se vieron dos veces: una en Viena, donde radicaba Milena, encuentro
que duró cuatro días; y otra, en Gmünd, en el centro oeste de Austria. Kafka se
encontraba en Merano, un idílico valle alpino en Italia, donde pasaba una
temporada de cura debido a la tuberculosis.
A la muerte del escritor, Milena escribe su obituario en un
periódico de Praga, donde describe perfectamente la misteriosa personalidad de
un Kafka tímido, reservado, demasiado sabio para la vida e incapaz de luchar
contra un enemigo poderoso, a quien puede llegar a avergonzar precisamente por
ese poder. Ella se vuelve a casar, tiene una hija, se divorcia otra vez. Se
afilia al partido comunista checo, consolida su carrera como periodista y
pronto se desencanta de la deriva del régimen soviético por los testimonios que
recibe de personas amigas, como es el caso de Margaret Buber-Newman, quien
escribirá un hermoso libro publicado después de la muerte de Milena en el campo
de concentración de Ravensbrück, en 1944, donde estuvo confinada cuatro años
por sus actividades en favor de ciudadanos judíos que huían de la barbarie
nazi.
Lima, 12 de febrero
de 2024.