En algunos meses de lectura sostenida y regular, con un
pequeño hiato que sirvió más bien para avivar el interés por su contenido, he
concluido El fuego de la imaginación I (Alfaguara, 2022), libro que
recoge la primera parte de la producción periodística de Mario Vargas Llosa
desde los años sesenta del siglo pasado hasta el año 2012 del presente. Es
decir, son alrededor de seis décadas de una incesante labor periodística que el
escritor peruano ha alternado con su creación literaria. Es bien sabido de las dotes
que posee para el ensayo del Premio Nobel, así como sus comienzos en la prensa,
es por ello que esta compilación de más de un centenar de artículos no hace
sino corroborar la destreza en el oficio de un creador fructífero y
polifacético.
El libro está dividido en seis apartados, donde aborda el
arte de la ficción; los libros y escritores; las bibliotecas, librerías y
universidades; escenarios; pantallas; y arte y arquitectura. Como podemos
apreciar, es un recorrido inmenso de intereses y exploraciones intelectuales
sobre los más diversos ámbitos de la creación artística, desde los más cercanos
a sus actividades estrictamente literarias, hasta aquellos que sin duda
enriquecen no sólo la mirada y la perspectiva de un escritor, sino las de cualquier
ser humano. Y todos con la solvencia y la lucidez de alguien que siempre ha
demostrado una vocación genuina por la cultura.
La mayoría de los textos pertenecen a su conocida columna
periodística “Piedra de toque”, que empezó a publicar en los medios locales, y
luego continuó por muchos años en el diario El País de España, periódico
donde escribió hasta su retiro definitivo el año pasado. En el volumen podemos
hallar el discurso que pronunció en Caracas el año 1967, con ocasión de recibir
el Premio Rómulo Gallegos por su novela La casa verde. Luego continúan
una serie de artículos donde sondea un tema que siempre lo ha obsesionado: por
qué se escriben ficciones, cuál es la raíz metafísica de una actividad que para
muchos lectores todavía es un misterio.
La parte más extensa del libro es la que dedica a los libros
y los escritores que han sido objetos de su pesquisa, tanto desde su punto de
vista de lector fruitivo, como desde su aguda mirada de autor de ficciones.
Reseña así un conjunto variopinto de creadores latinoamericanos, franceses,
anglosajones, españoles y de otras nacionalidades. Enseguida testimonia su
visita a varias bibliotecas, que han sido los espacios predilectos de sus
largos años de estudio e investigación; su paso por varias universidades en
calidad de profesor visitante o de docente por horas; y sus plácidos recorridos
por librerías, especialmente por las de París y Barcelona. En uno de ellos
figura una confesión que suscribo plenamente, cuando afirma que comprar libros
es tan placentero como leerlos. También coincido con su análisis de una
institución tan venida a menos en los últimos tiempos, la universidad, y
aquella conclusión irrebatible: su rol fundamental en la preservación, la
creación y la difusión de la cultura.
Las incursiones en el teatro aparecen en otro acápite, pues
de todos es sabido que el primer amor literario del novelista fue precisamente
el género dramático, camino que debió abandonar debido al escaso interés que
veía en el medio en la época que iniciaba su carrera, así como al nulo apoyo de
las instituciones estatales. Su opinión sobre los montajes de algunas obras de
Peter Weiss y de Bertolt Brecht son particularmente originales, además de
permitirle deslindar con las propuestas de estos grandes dramaturgos,
especialmente del último, pues sin dejar de reconocer el inmenso genio del
autor de La ópera de tres centavos y de Madre coraje, toma
distancia de su muy famosa y polémica concepción del arte de las cuatro tablas.
La afición por el cine, y algo menos por la televisión,
también están presentes en un puñado de artículos que dan cuenta de su interés
por las películas de autor y de vaqueros, del mismo modo que por las series
televisivas que por su calidad y riqueza dramática y narrativa han cautivado su
atenta visión del séptimo arte y sus derivados. Son una delicia los artículos
que dedica por ejemplo a Bergman, Jean-Luc Godard y Buñuel. Y, en un lugar
especial, a John Huston. No puedo sino compartir ese apego entrañable a un arte
que ha dado magníficas obras maestras, en el poco tiempo de creación que tiene,
si lo comparamos con sus hermanas mayores.
Finalmente están aquellos dedicados a las artes plásticas y
la arquitectura. Recorrer galerías y museos, adentrarse en edificios concebidos
como obras de arte, son otras tantas excursiones que rinden tributo a lo que el
poeta y ensayista mexicano Octavio Paz llamaba los placeres de la vista. Y de
paso también del espíritu, habría que agregar, pues son otras maravillosas
dimensiones del infinito afán creador de la especie humana. Sin embargo, Vargas
Llosa se muestra crítico con ciertas propuestas del arte moderno, y señala sin
tapujos sus imposturas y trampas, como podemos leer en ese formidable texto
titulado “Caca de elefante”. Por lo demás, son apasionantes sus acercamientos a
artistas como Picasso, Monet, Chillida y Piranesi, entre otros, que me han
subyugado sobremanera. Gracias a ellos, he podido ampliar de modo fantástico
mis horizontes sobre el arte universal.
El libro se lee con sumo gusto, hay en la prosa del autor
una plasticidad y belleza que hechiza e imanta. La profusión de autores, obras,
corrientes, movimientos, propuestas, ideas y logros estilísticos hacen de él una
experiencia fructífera y altamente enriquecedora.
Lima, 19 de mayo de
2024.