viernes, 7 de junio de 2024

La imaginación es fuego

 

En algunos meses de lectura sostenida y regular, con un pequeño hiato que sirvió más bien para avivar el interés por su contenido, he concluido El fuego de la imaginación I (Alfaguara, 2022), libro que recoge la primera parte de la producción periodística de Mario Vargas Llosa desde los años sesenta del siglo pasado hasta el año 2012 del presente. Es decir, son alrededor de seis décadas de una incesante labor periodística que el escritor peruano ha alternado con su creación literaria. Es bien sabido de las dotes que posee para el ensayo del Premio Nobel, así como sus comienzos en la prensa, es por ello que esta compilación de más de un centenar de artículos no hace sino corroborar la destreza en el oficio de un creador fructífero y polifacético.

El libro está dividido en seis apartados, donde aborda el arte de la ficción; los libros y escritores; las bibliotecas, librerías y universidades; escenarios; pantallas; y arte y arquitectura. Como podemos apreciar, es un recorrido inmenso de intereses y exploraciones intelectuales sobre los más diversos ámbitos de la creación artística, desde los más cercanos a sus actividades estrictamente literarias, hasta aquellos que sin duda enriquecen no sólo la mirada y la perspectiva de un escritor, sino las de cualquier ser humano. Y todos con la solvencia y la lucidez de alguien que siempre ha demostrado una vocación genuina por la cultura.

La mayoría de los textos pertenecen a su conocida columna periodística “Piedra de toque”, que empezó a publicar en los medios locales, y luego continuó por muchos años en el diario El País de España, periódico donde escribió hasta su retiro definitivo el año pasado. En el volumen podemos hallar el discurso que pronunció en Caracas el año 1967, con ocasión de recibir el Premio Rómulo Gallegos por su novela La casa verde. Luego continúan una serie de artículos donde sondea un tema que siempre lo ha obsesionado: por qué se escriben ficciones, cuál es la raíz metafísica de una actividad que para muchos lectores todavía es un misterio.

La parte más extensa del libro es la que dedica a los libros y los escritores que han sido objetos de su pesquisa, tanto desde su punto de vista de lector fruitivo, como desde su aguda mirada de autor de ficciones. Reseña así un conjunto variopinto de creadores latinoamericanos, franceses, anglosajones, españoles y de otras nacionalidades. Enseguida testimonia su visita a varias bibliotecas, que han sido los espacios predilectos de sus largos años de estudio e investigación; su paso por varias universidades en calidad de profesor visitante o de docente por horas; y sus plácidos recorridos por librerías, especialmente por las de París y Barcelona. En uno de ellos figura una confesión que suscribo plenamente, cuando afirma que comprar libros es tan placentero como leerlos. También coincido con su análisis de una institución tan venida a menos en los últimos tiempos, la universidad, y aquella conclusión irrebatible: su rol fundamental en la preservación, la creación y la difusión de la cultura.

Las incursiones en el teatro aparecen en otro acápite, pues de todos es sabido que el primer amor literario del novelista fue precisamente el género dramático, camino que debió abandonar debido al escaso interés que veía en el medio en la época que iniciaba su carrera, así como al nulo apoyo de las instituciones estatales. Su opinión sobre los montajes de algunas obras de Peter Weiss y de Bertolt Brecht son particularmente originales, además de permitirle deslindar con las propuestas de estos grandes dramaturgos, especialmente del último, pues sin dejar de reconocer el inmenso genio del autor de La ópera de tres centavos y de Madre coraje, toma distancia de su muy famosa y polémica concepción del arte de las cuatro tablas.

La afición por el cine, y algo menos por la televisión, también están presentes en un puñado de artículos que dan cuenta de su interés por las películas de autor y de vaqueros, del mismo modo que por las series televisivas que por su calidad y riqueza dramática y narrativa han cautivado su atenta visión del séptimo arte y sus derivados. Son una delicia los artículos que dedica por ejemplo a Bergman, Jean-Luc Godard y Buñuel. Y, en un lugar especial, a John Huston. No puedo sino compartir ese apego entrañable a un arte que ha dado magníficas obras maestras, en el poco tiempo de creación que tiene, si lo comparamos con sus hermanas mayores.

Finalmente están aquellos dedicados a las artes plásticas y la arquitectura. Recorrer galerías y museos, adentrarse en edificios concebidos como obras de arte, son otras tantas excursiones que rinden tributo a lo que el poeta y ensayista mexicano Octavio Paz llamaba los placeres de la vista. Y de paso también del espíritu, habría que agregar, pues son otras maravillosas dimensiones del infinito afán creador de la especie humana. Sin embargo, Vargas Llosa se muestra crítico con ciertas propuestas del arte moderno, y señala sin tapujos sus imposturas y trampas, como podemos leer en ese formidable texto titulado “Caca de elefante”. Por lo demás, son apasionantes sus acercamientos a artistas como Picasso, Monet, Chillida y Piranesi, entre otros, que me han subyugado sobremanera. Gracias a ellos, he podido ampliar de modo fantástico mis horizontes sobre el arte universal.

El libro se lee con sumo gusto, hay en la prosa del autor una plasticidad y belleza que hechiza e imanta. La profusión de autores, obras, corrientes, movimientos, propuestas, ideas y logros estilísticos hacen de él una experiencia fructífera y altamente enriquecedora.

 


Lima, 19 de mayo de 2024.

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