domingo, 1 de diciembre de 2024

Viajes de palabras

 

Hace exactamente treinta años fallecía en Lima el entrañable escritor Julio Ramón Ribeyro, después de su retorno definitivo al Perú, luego de haber residido largos años en París, donde ocupó importantes cargos diplomáticos en la Unesco como representante del país. Autor de una valiosa colección de cuentos agrupados bajo el título de La palabra del mudo, de tres novelas inquietantes -Los geniecillos dominicales, Crónica de San Gabriel y Cambio de guardia- y de inclasificables textos de aforismos reunidos en los volúmenes Prosas apátridas y Dichos de Luder, así como agudos análisis de crítica literaria en La caza sutil y de un voluminoso libro de memorias que ha denominado de modo insólito como La tentación del fracaso, aparte de un par de obras de teatro -Santiago, el pajarero y Atusparia-, ha cimentado su prestigio literario con una trayectoria insobornable y una vocación plena volcada a la escritura con una modestia y una discreción admirables.

Sin embargo, cuando ya todos pensábamos que todo lo publicado por el autor era lo que figuraba en los catálogos de librerías y bibliotecas, nos sorprende este año el lanzamiento de un volumen que recoge cinco cuentos inéditos hallados por el acucioso investigador, y su biógrafo casi oficial, Jorge Coaguila, hallados entre los papeles de su casa de París, resguardados celosamente por su viuda hasta ahora. Con el título de Invitación al viaje y otros cuentos inéditos (Alfaguara, 2024), se completaría la obra total del eximio cuentista. Si bien los relatos mantienen el estilo y el sello característicos del autor, siempre es una novedad recorrer otros paisajes y otras circunstancias nacidas de la pluma maestra de este creador formidable. Veamos cada uno de los relatos.

En el primero de ellos, que da título al volumen, predomina una atmósfera similar al de su novela Los geniecillos dominicales, un ambiente urbano con ciertos atisbos de campo. Lucho, el personaje central, es un muchacho que abandona su casa por un día para tener una aventura por la ciudad. Va acompañado por Teodoro, quien lo abandona después de un incidente conflictivo entre ambos. Una incursión al fin de la noche, una experiencia que no por fallida dejaría de aportarle lecciones profundas de vida, pues cuando retorna al hogar, es su madre quien lo recibe angustiada, una vuelta que es la búsqueda del refugio seguro ante las amenazas y las tentaciones del mundo.

En “La celada”, el misterio se instala en el cuento al seguir las peripecias del narrador con una vieja amiga, Gladys, con quien se ve sucesivas veces en el departamento de ella en Lima. El protagonista busca cumplir su antiguo cometido de conquistarla, pero el comportamiento de la mujer es extraño, pues unas veces lo recibe de manera efusiva y amable y otras se muestra fría y distante. Además, el visitante siempre vacila cada vez que llega al edificio y en el quinto piso debe decidir qué puerta tocar entre dos departamentos contiguos, si el de la derecha o el de la izquierda. Es como si el eterno femenino flotara en el ambiente, dejando al personaje siempre confundido debatiéndose en un mar de dudas.

El tercer cuento, “Monerías. Solicitud al Presidente”, aborda la situación de un comerciante peruano, Américo Diosdado, que ha iniciado el negocio de la exportación de monos a Estados Unidos, para lo cual ha reunido, con la ayuda de cazadores regnícolas, la cifra escalofriante de mil doscientos simios en una granja en Surco. Los ha traído desde las selvas de Huánuco, San Martín, Amazonas y Loreto. Ha contratado un barco para su transporte a San Francisco, sin embargo, trámites burocráticos le han denegado el permiso, aduciendo que los animales son peruanos, parte de nuestra riqueza natural, y que no pueden ser traficados de esa manera. Es entonces que el hombre le escribe una solicitud al mismo Presidente abogando por su caso. Le pide que se haga cargo de ellos, que siguen llegando desde la Amazonía, acaso atraídos por la sangre, pues de lo contrario no tendrá más remedio que abrir todas las jaulas y dejar que los macacos arrasen la ciudad.

Pierluca es un artista que pasa sus vacaciones frente al mar de Cadaqués, en medio de otros conocidos que va encontrando en la playa, a medida que nada buscando piedras extrañas en el fondo marino. Esa noche tiene una cena en casa de Emilio, un pintor que merodea también por la zona y que debate brevemente con Pierluca sobre las conveniencias o no de un trato con Stanfield, un marchante que debe llegar ese día. En este ambiente relajado, mas teñido de incertidumbres, transcurre el relato “Laceraciones de Pierluca”. Este escultor se apresta a exponer en París y Nueva York, y por eso aguarda al agente norteamericano. Al final, ante la mirada de Iria, su mujer, y sus hijos, desde el peñasco más alto se zambulle en el mar. Enzo, Carlo, lo celebran y aplauden, esperando que emerja por la roca del fondo, pero es en vano, mientras Iria sólo esboza una mirada silente.

En el último cuento, “Espíritus”, se escenifica una extraña sesión de espiritismo, con la aparición de un objeto metálico como signo misterioso de la supuesta invocación que Pedro, uno de los amigos del narrador, realiza a su abuelo para averiguar la ubicación de un tesoro familiar, producto de una herencia que no se dio. Un día, en una reunión de amigos en París, uno de los invitados, que era folclorista y etnólogo, ante la vista del objeto olvidado en una mesa, le ayuda a salir del enigma.

Siempre es refrescante hallarse ante la vigencia y actualidad de un artista que se ha ganado un lugar especial en el panteón de la literatura nacional. Más allá de estos nuevos textos, cuyo atractivo es innegable, está la figura de un hombre que después de tres décadas de su partida, sigue estando con nosotros merced a su virtuosismo narrativo y a su talante de escritor de raza.

 


Lima, 1 de diciembre de 2024.