lunes, 13 de enero de 2025

Los árboles de la vida

 

En estado de trance hipnótico he recorrido las quinientas páginas del libro de Irene Vallejo, El infinito en un junco (Siruela, 2019), con el subtítulo de “La invención de los libros en el mundo antiguo”, un enjundioso ensayo que explora en el pasado el momento en que surgió este artilugio que lleva más de dos milenios entre nosotros. La apasionante historia del libro reconstruye el instante en que se forja el proyecto faraónico de formar una biblioteca universal. Los cazadores de libros egipcios al servicio de Ptolomeo II y Ptolomeo III prolongan el viejo sueño alejandrino de reunir todo el saber del mundo en un recinto privilegiado a su servicio.

La temprana muerte de Alejandro truncó este proyecto, habiendo hecho ya traducir todos los libros conocidos al griego. Los Ptolomeos consiguen un sabio discípulo del Liceo de Aristóteles, Demetrio de Falero, para encargarse de la Gran Biblioteca. Demetrio propuso al rey incorporar los libros de la ley judía, para lo cual setenta y dos sabios llegados desde Jerusalén se imponen la tarea de traducir el Pentateuco en setenta y dos días del hebreo al griego. Así nace la famosa Biblia de los Setenta, referencia de tantos investigadores y estudiosos de teología.

Estamos en plena época del helenismo, que es como la globalización de la época. Se crea el Museo de Alejandría, el jardín de Ptolomeo, que reunió a los grandes sabios de ese tiempo. Es el gran proyecto que pretende realizar el sueño de Alejandro, el deseo de poseer todo el conocimiento universal como una forma de afianzar su poder de lo que sería una de las grandes civilizaciones de la antigüedad. Es el hito más remoto de una cronología que discurre siglos perfeccionando un invento que nos ha llevado hasta la actualidad, una era que a pesar de todas las voces apocalípticas que vaticinan el fin del libro, se ha revelado como la confirmación de su increíble vigencia.

La obra está llena de referencias, todas ellas muy interesantes, sobre la trayectoria del libro a través del tiempo, como el inicio mismo, que la autora resume así: “En el tercer milenio a.C. los egipcios descubrieron que con aquellos juncos podían fabricar hojas para la escritura, y en el primer milenio ya habían extendido su hallazgo a los pueblos de Oriente Próximo”. Se refiere al primer material propiamente dicho con que se confeccionaron los primeros libros, hechos con aquellas cañas de los vegetales del Nilo. Era el gran salto, luego de haber el hombre garabateado sus primeras letras sobre piedra, arcilla o madera. Se dice, por ejemplo, que la biblioteca de tablillas de arcilla de Asurbanipal sería el antecedente más remoto de la Biblioteca de Alejandría.

Luego vendría la aparición del pergamino, láminas hechas de las pieles de animales (corderos, ovejas, vacas, cabras) donde se copiaban textos antiguos. La ciudad de Pérgamo, en la actual Turquía, fue cuna de este invento. El rey Eumenes II creó allí una biblioteca que rivalizó con la de Alejandría, cuyo esplendor declinaba. En ellas, la presencia de Homero y su sombra, la Ilíada y la Odisea como textos cuasi sagrados de la antigüedad helénica, era incuestionable. Sin embargo -nos recuerda la autora-, amén de ser compendios de una antigua sabiduría, también encontramos en estas obras rezagos de una “opresiva ideología”, rasgos de machismo y clasismo que en aquella época estaban normalizados y contra los cuales el lector moderno debe andar prevenido.

Hay un dato inquietante que Irene Vallejo inserta en su ensayo, y es lo sucedido con Heigo Kurosawa, el hermano mayor del gran cineasta japonés Akira Kurosawa, que terminó en el suicidio en 1933 al haber perdido toda relevancia su papel de benshi, o narrador del cine mudo, al advenimiento del cine sonoro en la tercera década del siglo XX. Me ha conmovido este triste final de un personaje que los avances tecnológicos tornaron prescindible.

El nacimiento de la escritura con los fenicios, sistema del cual desciende el arameo, madre a su vez de la familia hebrea, árabe, india, griega y latina, es un hecho capital en la evolución de la humanidad; y la invención del alfabeto griego, un prodigioso proceso de simplificación de los sonidos, obra de un genial desconocido, la coronación de una etapa fundamental en la difusión del libro a través de la historia.

Después menciona la singular importancia que tenía para los griegos la paideia, la educación, que convertía sus vidas en obras de arte. Los latinos Varrón y Cicerón tradujeron esa palabra como humanitas, las actuales humanidades, la religión de la cultura y el arte. Enseguida están los inventarios o catálogos de libros, parte de esa obsesión por las listas, por inventariar las cosas, también los libros; así como la analogía entre la pasión del coleccionista y la figura del Don Juan; además de Calímaco de Cirene, el padre de los bibliotecarios; de Aristófanes de Bizancio y su memoria prodigiosa.

Otro hito sería el caso de Endehuanna, la primera persona en firmar un texto con su nombre, una poeta y sacerdotisa sumeria, hija del rey Sargón I de Acad. La llamaron “la Shakespeare de la literatura sumeria”. Asimismo, la excepcional figura de Safo en el mundo griego, la poeta que encabezó la lista de mujeres transgresoras en la civilización helénica, junto con Aspasia, Medea, Lastenia de Mantinea y Axiotea de Fliunte. Habrían conformado un movimiento de emancipación femenina, cada una por su cuenta. La mayor de ellas sería Hiparquia de Maronea. Por el lado de los mitos, Penélope y Circe completan el conjunto de las tejedoras de historias.

De más de un centenar de tragedias escritas por Esquilo, Sófocles y Eurípides, los tres grandes del género clásico, sólo nos han quedado siete del primero, siete del segundo y dieciocho del tercero, siendo Los persas la obra más antigua de la que tenemos el registro escrito, y propiamente la primera novela histórica. Allí, Esquilo describe la reacción persa ante la derrota frente a los atenienses en la legendaria batalla de Salamina. Allí está la visión de Heródoto y su hallazgo de que la división entre barbarie y civilización no es geográfica sino moral, que está al interior de cada pueblo y aun de cada individuo.

El siguiente personaje es precisamente Heródoto y su obra. El creador de las Historias (“pesquisas”, “investigaciones”) era un gran viajero, el primero en tener una mirada más global del mundo antiguo, el primero que pudo atisbar el enfrentamiento que parece eterno entre Oriente y Occidente. En ese contexto es que se produce el secuestro de Ío, la mujer griega raptada por mercaderes fenicios en Argos, siendo llevada a Egipto. De la misma manera el surgimiento del nombre de Europa, quien era la hija de un rey fenicio, raptada por Zeus convertido en un toro blanco, según el mito. Es decir, el nacimiento de Europa, del nombre de Europa, posee un origen oriental. Europa era la hija del rey de Tiro, y al ser raptada por el dios, un hermano de la ninfa, Cadmo, la busca por mandato de su padre, llamándola por todo el territorio a su alcance y dejando su nombre como piedra fundacional del continente.

Entre otros datos de interés menciona el origen de la palabra “libro”, que proviene del latín liber, que es “la película fibrosa que separa la corteza de la madera del tronco”. Este origen vegetal se entronca perfectamente con el nombre que sugiere el título del libro. Asimismo, nos aclara el significado de la palabra “clásico”, que también proviene del latín classici, “terminología específica censal”, y clasis era llamado por los romanos el “estamento más rico de la sociedad”. Y por último el término “canon”, del griego canon, “recto como una caña”, por los tallos de las cañas orientales (Arundo donax). La raíz semítica es en lengua asirio babilonia qanu; en hebreo, qaneh; y en arameo, qanja. Curioso origen de una palabra muy usada en los estudios literarios.

Y así, el texto es un fascinante recorrido por la historia del libro, desde sus primeros soportes, como ya quedó dicho -la piedra, el metal y la arcilla-, pasando por el papiro -hecho de los juncos del Nilo-, hasta la forma tal como lo conocemos hoy en día, hecho del papel que fue otro de los grandes aportes del Oriente. Y su autora, Irene Vallejo, es en la actualidad un fenómeno editorial y literario, catapultada a las primeras planas de los medios de comunicación y de las redes sociales, invitada a las ferias del libro de numerosos países del continente, autora de un verdadero best seller, que vende miles de ejemplares, traducido a muchos idiomas y con numerosas ediciones, es decir, una auténtica estrella en el discreto y selecto mundo editorial.

A contrapelo de su carácter, de tendencia más bien a la reserva y la contención, su obra le ha abierto las puertas de la fama, siendo reconocida por donde va como la culpable de uno de los mejores ensayos publicados en lo que va del siglo. Mientras muchos sufren por conquistar un sitial en el esquivo mundo editorial y social (mal signo de nuestros tiempos: uno publica un libro y no pasa nada, en el entorno donde uno se mueve, que se supone aprecia los valores de la educación y la cultura, el silencio más rancio se impone. Los pequeños jerarcas de aquellos reinos minúsculos que regentan con gran avidez, se afanan por asuntos nimios, expulsados del auténtico mundo del saber y del arte, debido a sus mezquinos intereses tribales), ella ha logrado derrotar todas las barreras y se ha afirmado con justicia entre las autoras más leídas de nuestros días.

Sin duda que este apretado resumen, más bien pesquisas por algunos pasajes del volumen, no le hace justicia a un libro monumental escrito con una prosa magnética. Tal vez el mensaje que subyace a este largo derrotero por la vida de estos árboles simbólicos, sea que una de las peores desgracias de la humanidad es la destrucción de las bibliotecas, y que la literatura sería el bote salvavidas en medio de la catástrofe y de la barbarie de todo tipo.

Los nobles patricios romanos exhibían sus bibliotecas como si fueron autos de lujo. No leían, de lo que se burlaban los sabios y poetas, pero se ufanaban de sus riquezas condensadas en esos valiosos y codiciados tesoros. Los lectores de hoy damos testimonio del triunfo del libro, a pesar de los siglos transcurridos, con la dedicación y devoción hacia su presencia, que por muy modesta que pueda parecer, simboliza la más genuina riqueza que el hombre puede atesorar.

 


Lima, 8 de enero de 2024.

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