En estado de trance hipnótico he recorrido las quinientas
páginas del libro de Irene Vallejo, El infinito en un junco (Siruela,
2019), con el subtítulo de “La invención de los libros en el mundo antiguo”, un
enjundioso ensayo que explora en el pasado el momento en que surgió este
artilugio que lleva más de dos milenios entre nosotros. La apasionante historia
del libro reconstruye el instante en que se forja el proyecto faraónico de
formar una biblioteca universal. Los cazadores de libros egipcios al servicio
de Ptolomeo II y Ptolomeo III prolongan el viejo sueño alejandrino de reunir
todo el saber del mundo en un recinto privilegiado a su servicio.
La temprana muerte de Alejandro truncó este proyecto,
habiendo hecho ya traducir todos los libros conocidos al griego. Los Ptolomeos
consiguen un sabio discípulo del Liceo de Aristóteles, Demetrio de Falero, para
encargarse de la Gran Biblioteca. Demetrio propuso al rey incorporar los libros
de la ley judía, para lo cual setenta y dos sabios llegados desde Jerusalén se
imponen la tarea de traducir el Pentateuco en setenta y dos días del hebreo al
griego. Así nace la famosa Biblia de los Setenta, referencia de tantos
investigadores y estudiosos de teología.
Estamos en plena época del helenismo, que es como la
globalización de la época. Se crea el Museo de Alejandría, el jardín de
Ptolomeo, que reunió a los grandes sabios de ese tiempo. Es el gran proyecto
que pretende realizar el sueño de Alejandro, el deseo de poseer todo el
conocimiento universal como una forma de afianzar su poder de lo que sería una
de las grandes civilizaciones de la antigüedad. Es el hito más remoto de una
cronología que discurre siglos perfeccionando un invento que nos ha llevado
hasta la actualidad, una era que a pesar de todas las voces apocalípticas que
vaticinan el fin del libro, se ha revelado como la confirmación de su increíble
vigencia.
La obra está llena de referencias, todas ellas muy
interesantes, sobre la trayectoria del libro a través del tiempo, como el
inicio mismo, que la autora resume así: “En el tercer milenio a.C. los egipcios
descubrieron que con aquellos juncos podían fabricar hojas para la escritura, y
en el primer milenio ya habían extendido su hallazgo a los pueblos de Oriente
Próximo”. Se refiere al primer material propiamente dicho con que se
confeccionaron los primeros libros, hechos con aquellas cañas de los vegetales
del Nilo. Era el gran salto, luego de haber el hombre garabateado sus primeras
letras sobre piedra, arcilla o madera. Se dice, por ejemplo, que la biblioteca
de tablillas de arcilla de Asurbanipal sería el antecedente más remoto de la
Biblioteca de Alejandría.
Luego vendría la aparición del pergamino, láminas hechas de
las pieles de animales (corderos, ovejas, vacas, cabras) donde se copiaban
textos antiguos. La ciudad de Pérgamo, en la actual Turquía, fue cuna de este
invento. El rey Eumenes II creó allí una biblioteca que rivalizó con la de
Alejandría, cuyo esplendor declinaba. En ellas, la presencia de Homero y su sombra,
la Ilíada y la Odisea como textos cuasi sagrados de la antigüedad
helénica, era incuestionable. Sin embargo -nos recuerda la autora-, amén de ser
compendios de una antigua sabiduría, también encontramos en estas obras rezagos
de una “opresiva ideología”, rasgos de machismo y clasismo que en aquella época
estaban normalizados y contra los cuales el lector moderno debe andar
prevenido.
Hay un dato inquietante que Irene Vallejo inserta en su
ensayo, y es lo sucedido con Heigo Kurosawa, el hermano mayor del gran cineasta
japonés Akira Kurosawa, que terminó en el suicidio en 1933 al haber perdido
toda relevancia su papel de benshi, o narrador del cine mudo, al
advenimiento del cine sonoro en la tercera década del siglo XX. Me ha conmovido
este triste final de un personaje que los avances tecnológicos tornaron
prescindible.
El nacimiento de la escritura con los fenicios, sistema del
cual desciende el arameo, madre a su vez de la familia hebrea, árabe, india,
griega y latina, es un hecho capital en la evolución de la humanidad; y la
invención del alfabeto griego, un prodigioso proceso de simplificación de los
sonidos, obra de un genial desconocido, la coronación de una etapa fundamental
en la difusión del libro a través de la historia.
Después menciona la singular importancia que tenía para los
griegos la paideia, la educación, que convertía sus vidas en obras de
arte. Los latinos Varrón y Cicerón tradujeron esa palabra como humanitas,
las actuales humanidades, la religión de la cultura y el arte. Enseguida están
los inventarios o catálogos de libros, parte de esa obsesión por las listas,
por inventariar las cosas, también los libros; así como la analogía entre la
pasión del coleccionista y la figura del Don Juan; además de Calímaco de Cirene,
el padre de los bibliotecarios; de Aristófanes de Bizancio y su memoria
prodigiosa.
Otro hito sería el caso de Endehuanna, la primera persona en
firmar un texto con su nombre, una poeta y sacerdotisa sumeria, hija del rey
Sargón I de Acad. La llamaron “la Shakespeare de la literatura sumeria”. Asimismo,
la excepcional figura de Safo en el mundo griego, la poeta que encabezó la
lista de mujeres transgresoras en la civilización helénica, junto con Aspasia,
Medea, Lastenia de Mantinea y Axiotea de Fliunte. Habrían conformado un
movimiento de emancipación femenina, cada una por su cuenta. La mayor de ellas
sería Hiparquia de Maronea. Por el lado de los mitos, Penélope y Circe
completan el conjunto de las tejedoras de historias.
De más de un centenar de tragedias escritas por Esquilo,
Sófocles y Eurípides, los tres grandes del género clásico, sólo nos han quedado
siete del primero, siete del segundo y dieciocho del tercero, siendo Los
persas la obra más antigua de la que tenemos el registro escrito, y
propiamente la primera novela histórica. Allí, Esquilo describe la reacción
persa ante la derrota frente a los atenienses en la legendaria batalla de
Salamina. Allí está la visión de Heródoto y su hallazgo de que la división
entre barbarie y civilización no es geográfica sino moral, que está al interior
de cada pueblo y aun de cada individuo.
El siguiente personaje es precisamente Heródoto y su obra.
El creador de las Historias (“pesquisas”, “investigaciones”) era un gran
viajero, el primero en tener una mirada más global del mundo antiguo, el
primero que pudo atisbar el enfrentamiento que parece eterno entre Oriente y
Occidente. En ese contexto es que se produce el secuestro de Ío, la mujer
griega raptada por mercaderes fenicios en Argos, siendo llevada a Egipto. De la
misma manera el surgimiento del nombre de Europa, quien era la hija de un rey
fenicio, raptada por Zeus convertido en un toro blanco, según el mito. Es
decir, el nacimiento de Europa, del nombre de Europa, posee un origen oriental.
Europa era la hija del rey de Tiro, y al ser raptada por el dios, un hermano de
la ninfa, Cadmo, la busca por mandato de su padre, llamándola por todo el
territorio a su alcance y dejando su nombre como piedra fundacional del
continente.
Entre otros datos de interés menciona el origen de la
palabra “libro”, que proviene del latín liber, que es “la película
fibrosa que separa la corteza de la madera del tronco”. Este origen vegetal se
entronca perfectamente con el nombre que sugiere el título del libro. Asimismo,
nos aclara el significado de la palabra “clásico”, que también proviene del
latín classici, “terminología específica censal”, y clasis era
llamado por los romanos el “estamento más rico de la sociedad”. Y por último el
término “canon”, del griego canon, “recto como una caña”, por los tallos
de las cañas orientales (Arundo donax). La raíz semítica es en lengua asirio
babilonia qanu; en hebreo, qaneh; y en arameo, qanja.
Curioso origen de una palabra muy usada en los estudios literarios.
Y así, el texto es un fascinante recorrido por la historia
del libro, desde sus primeros soportes, como ya quedó dicho -la piedra, el
metal y la arcilla-, pasando por el papiro -hecho de los juncos del Nilo-,
hasta la forma tal como lo conocemos hoy en día, hecho del papel que fue otro
de los grandes aportes del Oriente. Y su autora, Irene Vallejo, es en la
actualidad un fenómeno editorial y literario, catapultada a las primeras planas
de los medios de comunicación y de las redes sociales, invitada a las ferias
del libro de numerosos países del continente, autora de un verdadero best
seller, que vende miles de ejemplares, traducido a muchos idiomas y con
numerosas ediciones, es decir, una auténtica estrella en el discreto y selecto
mundo editorial.
A contrapelo de su carácter, de tendencia más bien a la
reserva y la contención, su obra le ha abierto las puertas de la fama, siendo
reconocida por donde va como la culpable de uno de los mejores ensayos
publicados en lo que va del siglo. Mientras muchos sufren por conquistar un
sitial en el esquivo mundo editorial y social (mal signo de nuestros tiempos:
uno publica un libro y no pasa nada, en el entorno donde uno se mueve, que se
supone aprecia los valores de la educación y la cultura, el silencio más rancio
se impone. Los pequeños jerarcas de aquellos reinos minúsculos que regentan con
gran avidez, se afanan por asuntos nimios, expulsados del auténtico mundo del
saber y del arte, debido a sus mezquinos intereses tribales), ella ha logrado
derrotar todas las barreras y se ha afirmado con justicia entre las autoras más
leídas de nuestros días.
Sin duda que este apretado resumen, más bien pesquisas por
algunos pasajes del volumen, no le hace justicia a un libro monumental escrito
con una prosa magnética. Tal vez el mensaje que subyace a este largo derrotero
por la vida de estos árboles simbólicos, sea que una de las peores desgracias
de la humanidad es la destrucción de las bibliotecas, y que la literatura sería
el bote salvavidas en medio de la catástrofe y de la barbarie de todo tipo.
Los nobles patricios romanos exhibían sus bibliotecas como
si fueron autos de lujo. No leían, de lo que se burlaban los sabios y poetas,
pero se ufanaban de sus riquezas condensadas en esos valiosos y codiciados
tesoros. Los lectores de hoy damos testimonio del triunfo del libro, a pesar de
los siglos transcurridos, con la dedicación y devoción hacia su presencia, que
por muy modesta que pueda parecer, simboliza la más genuina riqueza que el
hombre puede atesorar.
Lima, 8 de enero de
2024.
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