Nunca me había pasado, en lo que tengo memoria, de acabar un
libro en una sola jornada, de una sola sentada, como se dice, en una lectura
febril que me llevó a disfrutar el espectáculo, si es lícito utilizar el
término en una experiencia de esta naturaleza, con una voracidad desconocida.
Sé que muchos lectores suelen practicar este tipo de lectura, práctica que
nunca fue mi favorita, pues siempre preferí las lecturas diversas y variadas,
ir saltando de uno a otro libro, de autores, épocas y géneros diferentes. Pero
creo que esta es la primera vez que me sucede con Los cuentos de la peste (Alfaguara,
2015), de Mario Vargas Llosa, libre recreación de la canónica obra de Giovanni
Boccaccio como es el Decamerón.
Decía espectáculo porque la obra es un texto teatral, es
decir pensado y escrito para ser llevado a las tablas. Como tal, la obra se
estrenó el 28 de enero de 2015 en el Teatro Español de Madrid, con la actuación
del propio autor y de actrices y actores españoles como Aitana Sánchez-Gijón,
Marta Poveda, Pedro Casablanc y Óscar de la Fuente. La representación fue todo
un éxito, siguiendo la estela del anterior suceso que fue Las mil noches y
una noche, también inspirada en un texto clásico de la literatura universal.
No debemos olvidar que el teatro fue el primer amor literario del escritor, y
que si no perseveró en el mismo fue por razones estrictamente circunstanciales.
En la obra del italiano, siete jovencitas y tres muchachos
deciden huir de la peste negra, que asolaba Italia en el año 1348, en una villa
a las afueras de Florencia, posesión del Duque Ugolino. En Villa Palmieri,
encuentran el refugio perfecto, el lugar ideal para salvarse de la muerte a
través del recurso inusitado de la fantasía y la ficción, pues en las apacibles
jornadas que transcurren se entregarán a los cuentos o historias que cada uno
de ellos relatará para hacer más llevaderos los días y como una forma de
inmunizarse contra las embestidas terribles de la realidad.
En el caso de Los cuentos de la peste, los personajes
son cinco, entre ellos el mismo Boccaccio, el duque Ugolino, Aminta, Pánfilo y
Filomena. En el curso de la puesta en escena, cada uno de ellos va sufriendo
mudanzas de acuerdo a la historia que se recrea. Han sido seleccionados un
puñado de las cien historias que conforman el libro de Boccaccio. Dividido en
doce capítulos, repartidos en dos partes, las escenas se suceden con gran
agilidad y se leen con una fluidez sorprendente. Es por eso que sus 250 páginas
se pasan a gran velocidad, amén de las imágenes que se intercalan en el texto,
fotografías que corresponden a los ensayos que realizaron los protagonistas en
diciembre de 2014.
Hacía poco más de un mes había concluido el Decamerón,
después de cuatro años en que la tuve aparcada, pues a poco más de mes y medio
de comenzada la pandemia, el libro cobró una razonable actualidad, por lo que
decidí zambullirme en sus páginas, bajo la promesa de esa bullente sensualidad
que era materia de los críticos de todas las épocas. Con gran entusiasmo inicié
el recorrido por los cien relatos, cuentos o novelas, como dice el autor. La
principal dificultad es, sin duda, el lenguaje, una construcción del siglo XIV
que ha sido trasladada al español con esa prosa enrevesada y laberíntica que en
muchas partes es difícil seguir. Pero las historias son rotundas, conservan
todo el gracejo, la picardía y la sensualidad de sus originales, aunque algunas
nos parezcan algo ingenuas.
Iba de lo más bien cuando algo me hizo detener, como me ha
ocurrido otras veces también. Pero la retomé con fuerza estos últimos meses y
gocé hasta el final con las historias increíbles que se cuentan. Experiencia
que he empalmado inmediatamente con este libro, o guion diré mejor, de Mario
Vargas Llosa para su última obra teatral. Verla en el teatro debe ser una
vivencia alucinante, estar frente a cinco seres de carne y hueso encarnando a
inmortales entes de ficción.
Lima, 28 de diciembre de 2024.
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