En el mejor estilo de las evocaciones filiales, con una prosa ágil y envolvente y una mesurada emoción narrativa, el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince reconstruye, en su libro El olvido que seremos --una obra que cabalga entre la crónica y la novela-- la agitada vida del médico Héctor Abad Gómez, su padre, su amigo, su maestro; quien fuera asesinado en 1987 por sicarios de las fuerzas paramilitares, en medio de los convulsos años de la peor oleada de violencia que ha vivido Colombia en el último medio siglo.
Desde esa herida que el tiempo ha cicatrizado, pero con la consciencia y el sentimiento de un dolor interminable, el escritor logra exorcizar ese momento aciago que partió en dos su existencia. Lo hace a través de la palabra, que es la memoria, el único instrumento a su alcance para vengarse de la realidad y, sobre todo, de los asesinos que campean impunemente, cobijados por una secreta cofradía que los mantiene a salvo de la justicia. Pues como dice nuestro autor: “de mi papá aprendí algo que los asesinos no saben hacer: a poner en palabras la verdad, para que ésta dure más que su mentira”.
No suelo frecuentar autores desconocidos, pero gracias a un contacto virtual --producido durante el Congreso de la Lengua, que este año no pudo realizarse en Chile por el terremoto que sufrió y que por ello se llevó a cabo a través del ciberespacio--, y a una mención elogiosa de Mario Vargas Llosa en uno de sus artículos, conocí a Héctor Abad Faciolince, nacido en Medellín en 1958.
En esa ocasión, y gracias a una entrevista digital que el diario El País de España dejaba abierta para que los lectores remitieran sus preguntas al escritor colombiano que participaba en la cita, pude intervenir con una inquietud sobre sus autores favoritos, que inmediatamente él respondió con inteligencia y concisión.
A las semanas, caminando por una feria de libros muy conocida de la capital, divisé en un stand un libro cuyo título ya me sonaba familiar y, al acercarme, el nombre de un autor al que ya lo tenía incorporado en la memoria de mis afectos; al instante decidí adquirirlo. Luego del natural regateo con la vendedora, me llevé el querido ejemplar a un módico precio.
En los siguientes quince días estuve sumido en la cautivante narración que hace Abad Faciolince de los recuerdos de su padre. No son pocos los libros en la historia de la literatura que han abordado el tema de la relación entre padres e hijos; ahí tenemos por ejemplo el clásico Coplas a la muerte de mi padre de Jorge Manrique, sentida reflexión poética sobre casi todos los grandes asuntos de la existencia, como la fugacidad de las cosas y el sentido de la vida y de la muerte; o la sobrecogedora Carta al padre de Franz Kafka, radiografía despiadada de la tirantez que puede entrañar la relación entre un hijo con su padre; o, más cercano en el tiempo, el pedagógico libro Ética para Amador de Fernando Savater, escrito desde la óptica del padre.
Pero es también el recuerdo de su familia, de sus vicisitudes cotidianas, sus alegrías intemporales y sus tragedias inapelables. Todo para desembocar en el momento fatal del alevoso asesinato a sangre fría del padre, en un callejón de entrada, próximo a la calle, de un local gremial. Lo que sigue es la apremiante llegada al lugar de los hechos de cada uno de los seres queridos de la víctima, entre ellos el único hijo varón, Héctor, quien encuentra entre los bolsillos de su padre un soneto de Jorge Luis Borges que aquel había copiado a mano la mañana de ese día. Se trataba del poema “Epitafio” que comienza así: “Ya somos el olvido que seremos. / El polvo elemental que nos ignora / y que fue el rojo Adán, y que es ahora, / todos los hombres, y que no veremos…”.
Su labor al frente del Comité para la Defensa de los Derechos Humanos de Antioquia, le granjearon la animadversión de los déspotas, los poderosos y los canallas investidos de autoridad. Las amenazas que recibía constantemente no lo arredraron, ante el temor creciente de sus familiares y amigos, que luego comprobaron cómo su crimen podía ser rastreado como una perversa crónica de una muerte anunciada. Dice Héctor Abad Faciolince: “Y como los médicos de antes, que contraían la peste bubónica, o el cólera, en sus desesperado esfuerzo para combatirlas, así mismo cayó Héctor Abad Gómez, víctima de la peor epidemia, de la peste más aniquiladora que puede padecer una nación: el conflicto armado entre distintos grupos políticos, la delincuencia desquiciada, las explosiones terroristas, los ajustes de cuentas entre mafiosos y narcotraficantes.”
En suma, una auténtica elegía al padre, un libro bellísimo, escrito con profunda ternura y con un amor inalcanzable. La convicción de un ser humano de que el recuerdo de su padre será una sombra que lo acompañará para siempre, como la preciosa huella de una presencia imborrable.
Lima, 06 de mayo de 2010.
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