sábado, 17 de julio de 2010

Srebrenica, quince años después

Uno de los acontecimientos más aciagos de los últimos tiempos es, indudablemente, el que tuvo lugar en el territorio de la ex Yugoslavia, que en la última década del siglo XX asistió a su dramática atomización, acicateada por tres sangrientas guerras civiles que hicieron estallar en añicos el otrora país edificado por el legendario Josep Broz Tito.
El hecho tuvo como escenario la localidad bosnia de Srebrenica, el 11 de julio de 1995, cuando las tropas serbias de Ratko Mladic, arrasaron a sangre y fuego el campo de refugiados bosnios que formalmente era protegida por la Fuerza de Protección de las Naciones Unidas (Unprofor) --conformada por soldados holandeses de los Cascos Azules--, y exterminaron alrededor de 8000 varones de origen musulmán en uno de los peores genocidios que se tenga memoria desde la Segunda Guerra Mundial.
La acción se inscribe en aquello que los especialistas califican como una operación de limpieza étnica, emprendida por los serbobosnios ortodoxos y los bosniocroatas católicos en contra de quienes consideraban herederos de los turcos otomanos que en el pasado oprimieron a sus pueblos. Esto en razón de la lucha por el control del territorio surgido de la desintegración del país yugoslavo en los primeros años de la década del 90’.
Radovan Karadzic era a la sazón presidente de la República Sprska (VRS), y bajo su gobierno es que se cometieron los crímenes de lesa humanidad que posteriormente serían llevados al Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia (TPIY), instancia expresamente creada por las Naciones Unidas para juzgar a los culpables de estas acciones execrables.
Otro de los responsables directos del hecho punible fue Slobodan Milosevic, presidente serbio y también yugoslavo entre 1989 y 2000, y que fuera hallado muerto en su celda en el año 2006 cuando era juzgado por el TPIY, luego de ser capturado por orden de los tribunales de La Haya. Su muerte estuvo rodeada por un aura de misterio, pues se sospechaba que pendía sobre él una amenaza de asesinato que denunció en su momento la propia víctima.
El caso de la matanza de Srebrenica pone en discusión el tema de los totalitarismos identitarios, asunto que a lo largo de la historia ha significado no pocos dolores de cabeza para los organismos internacionales y para los países democráticos que veían en su irrupción una real amenaza para la paz mundial, pues bajo la máscara de las luchas nacionalistas y amparados en las banderas de conceptos de patria y nación ya trasnochados, esconde su fiero hocico el fascismo más atroz y terrorífico.
Ya no se puede ser obtuso o ingenuo cuando asoman cada tanto esos líderes imbuidos de mesianismos históricos que arrastran a colectividades enteras a los abismos nefastos de la violencia y la muerte. Después de las espantosas experiencias de un Hitler, un Mussolini o un Franco, la humanidad debería estar curada para siempre de todo tipo de liderazgo demente que la conduzca al despeñadero de las luchas fratricidas y de la eliminación del otro por razones étnicas o raciales.
Queda también como motivo de preocupación y suspicacia el papel que les toca cumplir a los organismos internacionales y a las potencias mundiales en la preservación de los valores de la convivencia democrática en el planeta, pues en dicha ocasión su actuación pasiva y casi indiferente sirvió de escenario propicio para que las fuerzas retrógradas de una nación centroeuropea se arrogara el derecho de asesinar impunemente a miles de ciudadanos de otra nacionalidad por el simple hecho de su no pertenencia a lo que ellos consideraban como su destino histórico de constituir una Gran Serbia.
Han pasado quince largos años de los luctuosos sucesos de Srebrenica, y es poco lo que se ha hecho para hacer justicia a las víctimas, hallándose aun prófugo el principal ejecutor de la masacre, así como pendientes de resolución judicial otros tantos casos de violaciones a los derechos humanos que fueron el pan de cada día en esos años tremendos de la locura homicida.

Lima, 17 de julio de 2010.

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