sábado, 18 de septiembre de 2010

Xenofobia

Las aguas del mar político europeo han estado sumamente agitadas esta semana por el asunto de las deportaciones de gitanos decretado por el gobierno francés, situación que ha llegado a nivel de las altas instancias de la Unión Europea, donde a media semana se ha reunido el Consejo para ver las implicancias del mismo y, eventualmente, tomar medidas en contra del gobierno del Elíseo para salvaguardar el derecho a la libre circulación de todas las personas en territorio comunitario.

Los comentarios y las declaraciones cruzadas entre los miembros del gobierno de Nicolás Sarkozy y los directivos de la Unión no han hecho sino revelar la gravedad de una decisión que es a todas luces polémica, pues pone en tela de juicio el carácter democrático de un país que históricamente ha sido el paradigma de las libertades y de los derechos humanos. A las palabras de la Comisaria de Justicia, Viviane Reding, poniendo en su justo lugar la naturaleza de los hechos, le ha sucedido la respuesta destemplada y ciertamente grosera de un Sarkozy ensoberbecido y autosuficiente.

Reding había dicho que nunca había pensado que podrían repetirse casos de expulsiones o deportaciones después de la Segunda Guerra Mundial, en alusión clarísima a las sufridas por los judíos a manos del régimen nazi de Adolph Hitler. Inmediatamente le ha respondido el ministro francés de inmigración, pidiéndole una rectificación por lo que consideraba una exageración. Pero ha sido el propio presidente galo quien le ha propinado la réplica más furibunda en términos personales, afirmando que seguiría su política de expulsiones y que bien haría Luxemburgo en recibir a los gitanos rumanos.

La reunión en Bruselas ha servido para medir las fuerzas de los bandos en conflicto. Mientras la mayoría de gobiernos mantenían un sintomático silencio, evitando condenar las expulsiones perpetradas por Francia, el Presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, se ha enfrascado en un duro duelo verbal con el presidente Sarkozy, que según algunos testigos ha rozado la violencia del tono alzado. Muchos de ellos lo hacían en precaución de lo que quizá sea su propio futuro, pero hay uno de esos líderes que ha declarado su abierto apoyo al gobierno francés, y no precisamente el más recomendable: el primer ministro italiano Silvio Berlusconi.

Me causa sorpresa y admiración que a ese sordo coro de respaldo más o menos embozado, se haya sumado el presidente del gobierno español, el socialista José Luis Rodríguez Zapatero. No me imaginaba a alguien que decía adscribir las posiciones más avanzadas en materia social, solidarizándose con una medida francamente discriminatoria, racista y xenófoba. Es decir, la vuelta al pasado, el retroceso de siglos de evolución en cuanto a las ideas de inclusión, tolerancia, igualdad y convivencia democrática. Mas, me congratula saber que las juventudes socialistas españolas no avalan la conducta de aquél.

Pues el problema de fondo que se desprende de este malhadado suceso, es saber cuánto están dispuestos los países del Viejo Mundo a vivir y actuar de acuerdo con las doctrinas que ellos mismos fraguaron y desarrollaron a lo largo de la historia. De qué manera la Francia de Voltaire, Montesquieu y Rousseau se puede corresponder éticamente con los desvaríos de un presidente anodino que más que vivir en el siglo XXI, pareciera que lo hiciera en el XVIII, como representante de las fuerzas más retrógradas y oscuras de la sociedad que alumbró las ideas triunfantes de igualdad, libertad y fraternidad.

La Revolución no puede tener este triste colofón, en que el mismo país que fecundara casi todos los movimientos independentistas en el mundo occidental, se erija ahora en uno que persigue, expulsa y discrimina al otro, al diferente, sea quien sea, gitano o árabe, latino o africano. Amparado en una ideología que preconiza la globalización y el mercado libre - que paradójicamente permite la libre circulación de las mercancías pero no de las personas-, el gobierno de Sarkozy, felizmente esporádico y pasajero, se está colocando en las antípodas de la gran tradición francesa como defensora de los derechos humanos. Así están las cosas.

Lima, 18 de septiembre de 2010.

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