La tragedia de Otelo, el Moro de Venecia, obra dramática escrita por William Shakespeare, nos enfrenta, después de cuatrocientos años de publicada, a uno de los temas inmortales de la literatura y de la vida. Así como los temas perennes del amor, la muerte, el afán de justicia y la sed de libertad, que pueblan las literaturas de todos los tiempos y de todas las épocas, el peliagudo asunto de los celos es otro que no ha dejado de estar presente en las obras de infinidad de autores de todas las latitudes.
Después de afanosa búsqueda, he podido hallar el texto, que lo he leído en dos jornadas intensas y hechizantes, envuelto por la magia creativa de uno de los genios de la literatura universal. Hacía tiempo que me rondaba por la cabeza el deseo de acercarme a la obra en su forma escrita, pues sé muy bien que gozarla en el escenario para el que ha sido pensado es una experiencia única e intransferible. Sin embargo, el vivirla a partir de las palabras y las acotaciones del autor, ha sido también una aventura singular.
Otelo conquista a Desdémona con el relato de su azarosa vida, lo cual ya es un guiño al lector sobre el poder de las palabras y de la literatura. Pero el padre de ella, Brabancio, senador de Venecia, altanero y rencoroso, se opone a que un hombre de piel oscura seduzca a su hija. El contexto histórico nos remite a los preparativos de la invasión de Chipre por las tropas turcas, situación que determina al Dux de Venecia a comisionar a Otelo, general a su servicio, para hacerles frente.
A los ruegos que le hace Desdémona, el Dux acepta que aquella acompañe a Otelo a la isla, quien a su vez confía para el traslado de su esposa a su alférez Yago, a quien considera leal y honrado. Todos parten, y luego de un viaje no exento de peligros, llegan en forma separada al lugar de la misión, enterándose en el trayecto que la flota otomana ha sido hundida en el mar por las tempestades y vendavales que la ha hecho zozobrar. El hecho es celebrado por todos, con Montano de anfitrión como gobernador de Chipre.
Pero antes de este suceso, Rodrigo ha confesado a Yago su desazón y desconsuelo por el alejamiento de Desdémona, de quien está enamorado y por cuya causa quiere ahogarse; momento en el que Yago le promete ayuda para gozar de los favores de aquella. Por lo que también es de la partida, así como Emilia, esposa de Yago y sirvienta a su vez de Desdémona.
Es entonces que Yago trama una doble trampa para perder a Otelo y hacer de las suyas. Le insinuará a éste que Casio, el teniente de Otelo, se toma confianzas con su esposa, haciendo que Rodrigo provoque a Casio para hacerlo caer en desgracia. El intrigante Yago comienza a obrar su inicua tarea: le dice a Rodrigo que Desdémona está enamorada del teniente; revelación que empuja a Rodrigo a provocar a Casio y éste, borracho, arremete contra Montano que intentaba separarlos, ocasionando un gran alboroto y haciendo que Otelo, en medio de la confusión destituya a Casio. Yago aconseja, entonces, a Casio que a través de Desdémona busque el perdón de Otelo.
Yago enreda con dudas, recelos, palabras elusivas y razonamientos ambiguos a Otelo con respecto a la honra de Desdémona. En una ocasión en que ésta trata de ayudar a su marido con el pañuelo que él le regaló, involuntariamente deja caerlo y Emilia lo recoge y lo guarda, pues sabe que Yago buscaba ansioso ese objeto para cumplir sus viles propósitos. Es así que cuando Emilia se lo muestra, él se lo arrebata, acompañando la escena con un razonamiento sugerente: “Simples menudencias / son para el celoso pruebas más tajantes / que las Sagradas Escrituras…”, concluye Yago.
Mientras tanto Otelo, ya trastornado por los celos, culpa a Desdémona y le pide el pañuelo, a la par que la insulta llamándola puta y ramera. Emilia razona con Desdémona sobre los motivos por los que las mujeres engañan a sus maridos. Luego Yago hiere a Casio y mata a Rodrigo, que lo estorbaba con sus reclamos constantes. Finalmente Emilia desbarata la mentira del pañuelo, pero es tarde pues Otelo, ciego, sordo y loco de celos ha matado a Desdémona y enseguida también se ha matado.
La lección es clara, pues cuando se desatan los celos, fundados o no, se puede desencadenar una tragedia de dimensiones inauditas; pero también debemos diferenciar, sin que esto justifique nada, que existen unos celos como los que experimenta Otelo, totalmente fabricados, y de los otros, aquellos en que las evidencias saltan a la vista. Mas, es bueno siempre tener el remedio a la mano recordando esta definición de celos que lo oí hace un tiempo y que me sigue pareciendo que es la mejor que existe: celos -cito de memoria-, creencia que consiste en suponer que los demás tienen tan mal gusto como uno.
Lima, 8 de enero de 2011.
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