Tal pareciera que los hados hubieran cifrado un mensaje críptico en el destino de Christina Green, la niña de 9 años asesinada en los sucesos luctuosos del pasado 8 de enero en Tucson (Arizona), donde también fuera abaleada la senadora demócrata Gabrielle Gifford. Había nacido el 11 de septiembre de 2001, el mismo día de los famosos atentados en Nueva York que se trajeron abajo a las Torres Gemelas del World Trade Center, el símbolo por excelencia del capitalismo mundial.
Asistía esa mañana a uno de los primeros eventos políticos de su corta vida, una costumbre instituida por la sociedad estadounidense por la que sus representantes realizan cada cierto tiempo una aproximación a sus electores en las plazas y mercados de su ciudad para escuchar sus quejas y demandas. Una especie de pequeño congreso ambulante en plena calle y frente a los ciudadanos comunes y corrientes de cada circunscripción.
Repentinamente, un hombre joven irrumpe entre la multitud y comienza a disparar. Su objetivo es la senadora Gifford, a quien logra impactarle una bala en la cabeza desde una distancia de apenas un metro. Enseguida continúa disparando como un poseso hasta vaciar su cacerina, asestando en muchas de las personas que se hallaban en las inmediaciones, entre ellas un juez y Christina, quienes encuentran la muerte junto a otras cuatro más.
Su precoz interés por los asuntos políticos ya la hacía excepcional. Pudo haber sido una prominente líder partidaria de aquí a unos años; alcanzado puestos expectantes en la carrera política de su país o ser una aguda analista de asuntos sociales y gubernamentales. En fin, son simples especulaciones de lo que pudo ser y ya no será, pues una bala asesina le cegó tempranamente la vida a este ser inocente, una dulce y risueña niña que tuvo el aciago azar de encontrarse en ese momento fatal con un psicópata y fanático desquiciado por el odio.
En el transcurso al hospital donde era llevada de emergencia dejó de existir, debido a la herida mortal en el pecho que su frágil cuerpecito no pudo resistir. Mientras tanto, la senadora Gifford se convertía en la víctima más notoria del sangriento episodio; también llevada inmediatamente al hospital de la Universidad de Tucson, gravemente herida, con el cerebro perforado, pero que asombrosamente, a los días de la operación a que fue sometida, ha empezado a experimentar una milagrosa recuperación, dejando perplejos a los propios médicos que la intervinieron.
Toda esta escena es el corolario trágico de un clima electrizado de enconos políticos y rivalidades mortales que ha promovido principalmente una agrupación que se hace llamar Tea Party, una secta de fanáticos y racistas militantes de la derecha más cavernaria y troglodita del espectro político estadounidense, y cuya lideresa más conspicua es la ex gobernadora de Alaska, la inefable Sarah Palin.
Durante la campaña para las legislativas del año pasado, este grupo atizó los sentimientos más viscerales de la gente en los diferentes estados de la unión, convocando a sus electores a través de mensajes cargados de las emociones más negativas, defendiendo posiciones anacrónicas en materia social y haciendo uso de un lenguaje bélico que ha logrado permear las conciencias y la psicología de no pocos ciudadanos en una colectividad que es muy permisiva con el uso de las armas.
Una comunidad insuflada por este tipo de filosofía guerrerista está creando el caldo de cultivo perfecto para que, lamentablemente, estos acontecimientos no sean aislados, y para que en cualquier momento brote otro chupo de violencia en un país enfermo de guerras, invasiones, belicismo galopante y un sentido de la lucha política que se resiente de los métodos democráticos.
Los hechos han conmocionado a toda la sociedad norteamericana, el mismo presidente Obama y el Congreso han cerrado filas para condenar este tipo de conductas que sólo desencadenan más muerte y más dolor. Ojalá que la muerte de esta niña lleve a una reflexión profunda a quienes tienen en sus riendas el manejo de un país que ya no puede vivir a merced de una banda de asesinos a la vuelta de la esquina.
Lima, 22 de enero de 2011.
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