El país más extenso de África ya no lo será más dentro de poco, pues según el referéndum del domingo 9 de enero pasado, y cumpliendo los acuerdos de 2005 que pusieron fin a la guerra civil de Sudán, la abrumadora mayoría de pobladores de la región sur del país apoya la partición de esta república en dos, mejor dicho la separación de lo que ya se denomina Sudán del Sur de la nación que hasta ahora es una sola.
La historia de este cisma se remonta a los mismos inicios de la existencia de Sudán como república independiente, es decir al año 1955 cuando se independizó del Reino Unido, fenómeno que se inscribe dentro del proceso de descolonización de ese continente. La conformación de la población desde esos años se ha mantenido hasta hoy casi sin variaciones, pues mientras el norte es mayoritariamente musulmán y de origen árabe, el sur tiene una fuerte presencia cristiana y negra.
En 1983 se sitúa el principio de la segunda oleada de la guerra civil que ha enfrentado por más de veinte años a dos pueblos marcadamente diferenciados por las razones mencionadas de religión y etnia, fundamentalmente. Un grupo rebelde -el Ejército de Liberación del pueblo de Sudán (SPLA)-, ha sido el principal protagonista de la lucha de los pueblos del sur en su afán por conseguir la secesión de los del norte. Su histórico líder John Garang, muerto en el año 2005, ha sido una figura capital para el logro de los resultados que ahora el mundo contempla entre boquiabierto y resignado.
El líder actual, Salva Kir Mayardit, es el que encabeza el proceso que se viene cumpliendo sin mayores contratiempos en una zona que durante el año 2011 alcanzará a formar un nuevo país, con su capital en Juba y lejos de las zarpas gobiernistas de Omar al-Bashir, el todopoderoso presidente de Sudán. Sin embargo, son otros los problemas que tendrá que afrontar el nuevo gobierno en el difícil trance de su gestación.
Por ejemplo el crucial asunto del petróleo, cuyas reservas se encuentran en un 75% en el sur, pero cuyas instalaciones para el transporte hacia la exportación se hallan en el norte. Es algo que deberá discutirse en una mesa de negociaciones una vez que entre en funciones el flamante presidente de Sudán del Sur, que a su vez significará la aparición del 54° estado en el continente africano.
A pesar de contar -el referéndum- con el visto bueno de los Estados Unidos y de las Naciones Unidas, otro factor que puede complicar el panorama del nacimiento del nuevo estado es la cada vez más influyente presencia del capital chino en la explotación petrolífera. Y aun cuando las mismas autoridades de Sudán del norte hayan aceptado estas elecciones y declarado que respetarán los resultados, no se sabe todavía los pasos que tendrán que seguir para sortear armoniosamente la doble injerencia de las potencias en juego.
Otro problema a resolver será el de las fronteras, pues a pesar de que existe más o menos un consenso sobre la posible línea que dividirá geográficamente a los dos estados, no está clara la suerte que correrá la ciudad de Abyei, centro crucial de los enfrentamientos entre ambos bandos en todo este tiempo.
Aparte de ello, son muchos los retos que heredará el próximo gobierno del sur en materia de desarrollo, cuando se sabe que el 90% de los 9 millones de habitantes vive con apenas un dólar diario, que el 85% de la población es analfabeta y que el 33% sufre de hambre crónica. Desolador paisaje humanitario de una realidad que, más allá de los gobiernos, es difícil que logre superarse con un simple cambio de estatus en el nivel político.
Lima, 14 de enero de 2011.
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