sábado, 30 de abril de 2011

Encrucijada

El momento político que vive el Perú ha situado a millones de ciudadanos en una verdadera encrucijada, no precisamente un jardín de senderos que se bifurcan, como en el famoso cuento de Borges, sino una enmarañada selva donde acechan innúmeros peligros y temibles riesgos. El mundo intelectual no ha sido ajeno, indudablemente, a esta preocupación, y ya sus más conspicuos representantes han empezado a manifestarse públicamente a través de sus comentarios y opiniones en los diversos medios de comunicación.


El más importante de ellos, nuestro flamante Premio Nobel, lo ha hecho desde su tribuna quincenal del diario El País de España, en donde rechaza categóricamente el retorno a la dictadura que implicaría el triunfo de la candidata Fujimori en la segunda vuelta del 5 de junio. Con argumentos razonables, con los que coincido en su gran mayoría, trata de demostrar al elector el inmenso peligro que significaría el regreso al poder de los directos herederos de uno de los gobiernos más nefastos y desastrosos de nuestra historia.


Inmediatamente le ha salido al frente un escribidor farandulero, que desde su cómodo departamento miamense, se permite afirmar que va a votar por la señora Fujimori y que en los próximos cinco años piensa quedarse a vivir en el país del norte porque cree que el próximo Presidente podría ser el señor Humala. El señor Bayly se contradice cuando por un lado afirma que no existe ninguna lógica para afirmar que “votar por la señora Keiko Fujimori implica necesaria e inexorablemente que el Perú sea gobernado los próximos cinco años por una dictadura presidida por el señor Alberto Fujimori”, y por otro lado reconozca que la señora Fujimori haya dicho que “su padre será su asesor de lujo en caso de ella gane las elecciones.”


Si bien es cierto que la señora Fujimori, evidentemente, es una persona distinta de su padre, en lo esencial ella piensa como el reo de la Diroes, pues en ningún momento ha asumido auténticamente una posición crítica con respecto a las tropelías y desafueros que caracterizaron a su gobierno, es más, ella los avaló de una manera cómplice desde su honorífico cargo de Primera Dama, al cual accedió, bueno es recordarlo, luego del comportamiento canallesco del señor Fujimori para con su esposa, y que la hija apoyó con su silencio y luego directamente asumiendo el cargo que aquella detentara.


Y aunque ella jure por Dios que no indultará a su padre si gana la próxima elección, y que gobernará democráticamente y con honradez, cómo le podemos creer si entre la gente que llegaría al poder con ella está la misma que ya lo estuvo en el gobierno de su padre, y que ya desde ahora empieza a manifestarse de modo autoritario con actitudes como la de Martha Chávez, que ha amenazado al juez César San Martín por la condena que éste impuso al expresidente. ¿Es muy cándido o muy tonto el señor Bayly para creer en estos juramentos interesados? ¿Cómo puede pensar que sería un gobierno decente, si con sólo mirar al entorno fujimorista puede uno percatarse de la amenaza terrible que se cierne sobre la moral del pueblo peruano?


Comete una ligereza histórica el señor Bayly al comparar las dictaduras de Fujimori y Velasco, pues está probado –por la dimensión de la misma, por su carácter, por su naturaleza- que la dictadura de Fujimori fue infinitamente más espantosa y cruel, especialmente en lo que se refiere a corrupción, robos, crímenes, violación de los derechos humanos y a la forma embozada como actuaron miembros de ese régimen detrás del falso barniz de su llamada democracia. El que nos haya salvado del terrorismo y de la hiperinflación, como dice el señor Bayly, no puede justificar los execrables crímenes que cometió.


Ante el candidato Humala pueden existir dudas o resquemores, pero ante Fujimori lo que existen son certezas, pruebas fehacientes de lo que hizo el que ella alegre y desvergonzadamente llama “el mejor gobierno de la historia del Perú.” El haber reivindicado el golpe del 5 de abril de 1992 ya la convierte en golpista, por más que el señor Bayly diga ahora que en ese año la señorita Fujimori tenía 16 años y era menor de edad. ¿Por qué sino ha celebrado impúdicamente ese día, en plena campaña, llamando a sus seguidores a corear el nombre del “chino” desde las calles, para que él los escuche desde la celda dorada que lo cobija?


Se necesita ser muy ciego -o miope por lo menos-, para afirmar categóricamente que el modelo económico implementado desde el gobierno de Fujimori es el mejor, pues nos conduciría al éxito y a la bonanza. ¿A quiénes ha llevado al éxito y a la bonanza? ¿A los millones de pobres que siguen subsistiendo en nuestra patria? ¿A los campesinos que son pasados por alto cuando se trata de entregar en concesión sus tierras, sólo pensando en el lucro de las grandes empresas coludidas con ciertos personajillos del gobierno de turno? ¿A la clase social a la que pertenece el señor Bayly, que puede vivir, dichosos ellos, sin sobresaltos y premuras? Pregúntese realmente señor novelista, si se trata de elegir el mal menor, ¿el mal menor para quién? ¿Para ustedes, los que pueden viajar cuando quieren a Miami, a Bogotá o a cualquier ciudad del mundo? No me diga que para el campesino de Bagua, el poblador de Moquegua o el habitante de Andahuaylas.


Creo que se trata de plantear crudamente las cosas y no andarnos con miramientos y miriñaques. La mayoría del pueblo peruano anhela un cambio real, un giro de 180 grados en su forma, estilo y calidad de vida, y eso es la democracia, imperfecta pero democracia al fin. Que la mayoría decida lo que cree que es mejor para todos. Por lo pronto, yo tampoco votaré por Fujimori; ya lo dije desde antes de la primera vuelta y casi en son de broma: si Fujimori pasara a la segunda vuelta, jamás votaría por ella, preferiría votar por el diablo antes que por la hija del dictador y criminal.


Un humorista gráfico del medio ha descrito de la manera más certera esta encrucijada electoral: en su viñeta diaria hace decir a uno de sus personajes que el votante peruano deberá elegir entre el salto al vacío o el salto a la podredumbre.


Además, ya empiezan a despertar los fantasmas del miedo, azuzados por todos aquellos que quieren asustarnos con los cucos remanidos: que Hugo Chávez, que el estatismo, que peligra el crecimiento económico, que los inversionistas extranjeros huirán espantados, y otros parecidos; pero ya sabemos que la orquestación de esta sucia campaña proviene de quienes están interesados en volver al poder para obrar su inmunda tarea de venganza, nada más.


No se trata de votar, pues, porque te hizo una escuelita, una posta médica o un caminito, mientras que en las altas esferas de ese régimen imperaba la mafia que se zurraba en los derechos humanos, en la democracia y en el respeto por la decencia y la civilidad. No podemos elegir solo por recuerdos aislados o nostalgias personales, sino pensando en valores y principios esenciales a toda convivencia civilizada, más allá de las urgencias de la coyuntura, en una perspectiva mayor que abarque tanto la condición material de la existencia humana, como su dimensión espiritual.



Lima, 30 de abril de 2011.


sábado, 9 de abril de 2011

Todos los hijos son poesía

En una carretera del estado de Morelos, no lejos de la capital Cuernavaca, son encontrados los cuerpos torturados y asesinados de cuatro muchachos veinteañeros y de tres adultos, víctimas, según todas las evidencias, de la guerra del narco, del fuego cruzado entre las fuerzas del orden y las bandas criminales de los carteles de la droga que campean a sus anchas en el país de Benito Juárez y de Pancho Villa, de Diego Rivera y Octavio Paz, de Agustín Lara y Carlos Fuentes.


Son también las víctimas que pasan a engrosar la larga lista de los muertos en esta guerra sin cuartel que desangra México. Serían unos cuerpos y unos rostros más de las miles de personas anónimas que sucumben diariamente en la fratricida batalla campal en que han convertido a México estos delincuentes comunes, sino fuera porque uno de ellos es el hijo del poeta Javier Sicilia, Juan Francisco -Juanelo, como le llamaban familiarmente-, que con un grupo de amigos se desplazaban por aquellos parajes donde los ha sorprendido la muerte.


La reacción del poeta ante aquella aciaga noticia era la previsible, naturalmente, así como el de toda una colectividad harta de este estúpido baño de sangre que nadie se explica ni comprende. Javier Sicilia, que en el momento del crimen se hallaba en Filipinas, pronto ha acudido ante el zarpazo del dolor que ha desgarrado su alma sensible de hombre y poeta. Ha dicho, como primera reacción ante el hecho luctuoso, que el mundo se ha vaciado de palabras y que él ya no tiene nada que decir, que renuncia a la poesía y que su carrera como poeta ha terminado. Luego, en una rotunda y hermosa carta abierta, se ha dirigido a los políticos y a los criminales, a quienes les ha dicho, con la meridiana claridad del hombre acogotado por el más cruel de los sufrimientos, que estamos hasta la madre -característico giro coloquial del habla mexicana-, él y todos quienes han padecido y padecen el mismo infierno que ahora vive en carne propia.


Ese inmenso e inaudito dolor, sin consuelo, sin palabras, sin orillas, es consecuencia, igualmente, de las gélidas estadísticas del horror, desde que en el año 2006 el presidente Felipe Calderón declarara una guerra frontal contra el crimen organizado: 40 000 muertos, de los cuales 9 000 faltan identificar y 5 000 siguen desaparecidos.


La convocatoria a manifestaciones de rechazo a este ola de violencia ciega y demente, ha levantado a todo un pueblo; miles de voces y puños en alto han recorrido las principales calles, plazas y vías de muchos estados mexicanos, expresando su repudio y su indignación, tanto ante las propias autoridades -a quienes les han dicho que si ya no pueden, que renuncien-, como ante los mismos asesinos, que han perdido todo el sentido del honor, a quienes Sicilia ha repetido que “estamos hasta la madre porque su violencia se ha vuelto infrahumana, no animal -los animales no hacen lo que ustedes hacen-, sino subhumana, demoníaca, imbécil.”


Ha conmovido a toda la sociedad mexicana este hecho que ha sobrepasado todos los límites de soportabilidad, la gota que ha rebasado el vaso de agua de la paciencia y de la resignación, de ese contemplar enmudecido la barbarie que los inunda. Me ha emocionado especialmente leer en uno de los cientos de cartelones que han desfilado por las calles de las ciudades mexicanas, uno que, por su lucidez y agudeza, describe mejor que nada una situación que nos llena de espanto, pero a la que enfrenta con infinita ternura: “Algunos padres son poetas. Todos los hijos son poesía.”



Lima, 9 de abril de 2011.

sábado, 2 de abril de 2011

Un voto anarquista

En la recta final de esta campaña singular por la presidencia de la República, cinco candidatos han acaparado las preferencias del electorado, según los sondeos de las encuestadoras que, en las últimas semanas, nos han presentado el cambiante panorama de esta carrera de caballos que bien puede terminar en una nada graciosa parada de borricos.


Un fenómeno que se presenta por primera vez en nuestra historia, el que cinco pretendientes al sillón de Pizarro se pisen los talones para alcanzar Palacio de gobierno. Pero así como es único este hecho, también lo es que ninguno de ellos me parece realmente idóneo para el cargo al que postulan. Aunque más que idóneo, la palabra es digno. Veamos por qué.


El primero que convoca mis mayores repulsas morales es en verdad ella, pues se trata de la joven candidata de la Alianza Fuerza 2011 -remozada agrupación política que nuclea a los herederos del fujimorismo-, y que según mi perspectiva es la opción más nefasta para el Perú, no solo porque representa la peor cara del gobierno de Alberto Fujimori, sino porque no ha hecho nada por desmarcarse de esa imagen autocrática y corrupta, achacándole tímida e ingenuamente toda esa responsabilidad al colaborador más cercano de su padre, el ahora preso Vladimiro Montesinos, sino porque pretende volver al poder seguida de esa impresentable caterva de rostros y figuras que en los años noventa hicieron de las suyas desde todas las instancias, especialmente desde el Congreso, avasallando a cuanta institución democrática quedaba en pie y aniquilando lo poco de decencia y civilidad que resistía a sus innobles propósitos. Sería largo enumerar los casos específicos, mas la historia no los ha olvidado, felizmente. Aparte de ello, por ningún lado le veo talante de estadista a esta señora que lo único que busca es liberar a su padre una vez instalada en el poder.


El segundo en provocar mis reticencias de elector es un veterano personaje de nuestra escena política de las últimas décadas, que por más que pretenda presentarse solo como un eficiente tecnócrata, o un aséptico economista experto en finanzas internacionales, ajeno a los avatares de la llamada política tradicional, lo cierto es que él representa mejor que ninguno a la clase dominante, con su aspecto de gringo viejo y su acento de turista norteamericano. Es la imagen más acabada de lo que tanto daño ha hecho a nuestros pueblos desde tiempos lejanos: la del entreguismo más descarado y ruin, y la del servilismo rampante a los intereses del gran capital. Él sería el auténtico virrey de las grandes corporaciones internacionales, además de tenaz continuador de los sacrosantos dictados de la teología del mercado que predica el más ortodoxo neoliberalismo.


Enseguida viene un hombre que ha tenido, aparentemente, una exitosa performance en la burocracia estatal, desempeñando diversos puestos claves de la administración pública durante sucesivos gobiernos desde hace algunos decenios. El más reciente de ellos lo ha tenido hasta el año pasado cuando desempeñó el cargo de Alcalde de Lima, gestión que ha estado empañada por serias acusaciones en relación a la forma cómo se administraron los fondos para la construcción del proyecto de transporte conocido como el Metropolitano. El caso aún se está ventilando en las instancias judiciales, así como la actual alcaldesa ha emitido un informe que podría dejar muy mal parado al candidato del color amarillo y las escaleras en los cerros.


En cuarto lugar está quien ya fuera presidente durante un periodo de gobierno, y que si bien es cierto no lo hizo mal, también es verdad que teniendo como ministro de economía a aquel otro candidato, pusieron todas sus energías en el manejo eficiente de una política económica que no siempre ha estado al servicio de las mayorías, por cuya razón constantemente se insistía en esos años que el desarrollo y el crecimiento que ellos tanto celebraban no beneficiaba al hombre del pueblo, el famoso “chorreo” que nunca llegó. Además, muchos miembros de la familia del presidente, empezando por sus hermanos y terminando en algunos sobrinos, dejaron una imagen patética de un clan en cuyo seno se gestó el hombre que accedió desde abajo a la más alta magistratura de la nación.


Por último, el comandante que protagonizara una asonada militar durante el régimen dictatorial de Fujimori, que fue benignamente castigado con una agregaduría en Francia y que en el 2006 estuvo a punto de convertirse en el nuevo presidente del Perú, para escarnio de la derecha intocable y para amplios sectores de la sociedad, que prefirieron en segunda vuelta al candidato aprista, por quien votaron casi con las narices cerradas. En mi opinión, no termina de cuajar como político, siendo quien debiera encarnar al verdadero candidato del cambio real; no lo veo muy convincente cuando asume posiciones democráticas o cuando promete defender lo que la mayoría le reclama. A pesar de llevar valiosas figuras en su lista parlamentaria, hay como un lastre de su pasado castrense que no le permite erigirse en el adalid de esa gesta largamente esperada. Tal vez me equivoque, y aunque no me resulta antipático como otros, hay una arista decisiva en su configuración personal que falta definirse adecuadamente.



Lima, 2 de abril de 2011.