La primera vez que escuché mencionar, en los medios de comunicación, que la hija del dictador Alberto Fujimori pretendía postular a la Presidencia de la República, lo tomé como una humorada de mal gusto. Pero cuando esa pretensión fue tomando cuerpo y se hizo realidad, mi sonrisa escéptica se trocó en estupor. No cabía en mi pensamiento la sola idea de que quien ejerciera el decorativo cargo de Primera Dama, durante buena parte del gobierno de su padre, se creyera capaz de tentar un cargo para el que evidentemente se necesitan más credenciales democráticas que los de ser simplemente la hija de un ex presidente o la congresista más votada.
Y ahora que estamos ad portas de presenciar la mayor indecencia política del siglo XXI, el bochorno monumental que significaría el retorno al poder de esa gavilla de ladrones, corruptos y criminales que detentaron el poder entre el año 1990 y el 2000, mi asombro indignado se dispara a las nubes. Pues siguiendo la lógica monstruosa inaugurada en la primera vuelta, si, según es el consenso, en esa ocasión se eligieron a las dos opciones que poseían los más altos índices de rechazo entre la población, en esta ocasión correspondería votar por la peor de ellas.
La vuelta a Palacio de Gobierno de un régimen que se asentó en pilares de mugre, como el asistencialismo barato, la corrupción generalizada, la ausencia absoluta de ética, la violación sistemática de los derechos humanos, la esterilización forzosa de miles de campesinas en las zonas andinas, el auspicio de una banda paramilitar para cometer asesinatos selectivos, la compra impúdica de políticos, periodistas, empresarios, dueños de medios de comunicación, por parte del gemelo siniestro que purga sus delitos en la Base Naval, no puede producir sino el rechazo más enérgico de quienes, desde la dignidad, la decencia y la ética, se oponen tajantemente a ese despropósito.
Los mismos rostros y nombres de la década nefasta regresan -cual una versión tragicómica de los muertos vivientes-, empezando por el impresentable Rafael Rey, candidato a la vicepresidencia y vocero deslenguado del fujimorismo ramplón y cómplice de asesinos. Carente de principios y valores auténticamente democráticos, el camaleónico personaje se desliza entre la ciénaga de sus prejuicios y estereotipos ideológicos, y la matonería bravucona y grosera de sus desplantes a la prensa independiente. Posee la misma catadura moral de otro personajillo proveniente de las canteras de la prensa, que hoy actúa impunemente de mercenario privilegiado de los sectores más recalcitrantes de la derecha que temen perder sus privilegios y gollerías.
Desde su patético papel de bufón de la pantalla chica, ese señor Bayly cree que puede orientar el voto del elector peruano sumándose a la campaña de albañal que practica el fujimontesinismo.
La supuesta denuncia de Bayly no es sino una muy interesada y muy interesante -como decía Nietzsche- toma de posición a favor de quien es infinitamente peor para el pueblo peruano: la opción que encarna la hija del ladrón y asesino de la Diroes; la cómplice directa de la dictadura del tandem Fujimori-Montesinos; la mala hija que avaló todas las vejaciones y tropelías que sufrió su madre por parte del verdadero felón de nuestra historia: el japonés Alberto Kenya Fujimori. El real traidor sinvergüenza es el mismo que envía ahora a su hija para cumplir su cometido mayor: salir de la cárcel junto con toda la pandilla que saqueó el país en la década ignominiosa de los 90. Yo no me trago ese inmenso sapo que el señor Bayly va a engullir con gusto el próximo 5 de junio.
Otra figura medular de esa pandilla es el desbancado vocero Jorge Trelles, quien en un rapto de vocación confesional afirmó que ellos “habían matado menos” que otros. Esta manifestación del inconsciente colectivo de esa agrupación nefanda, se ha visto confirmada luego con la negativa, por parte del mismo Rey, de reconocer que Montesinos es un asesino. Dizque no le constan sus crímenes, lo que en buen romance quiere decir que presume su inocencia, a pesar de la condena del Poder Judicial, y que en un eventual gobierno de la hija del felón, bien podría ser revisado su caso -valiéndose de mil leguleyadas y triquiñuelas jurídicas, para lo que se pintan los fujimoristas- y salir libre de polvo y paja. Eso como corolario de la otra máxima pretensión del fujimorismo: la liberación del sentenciado por delitos contra el patrimonio del Estado y lesa humanidad y de todos sus compinches que hoy purgan prisión.
El fujimorismo es, pues, una recua de ganapanes sin principios ni valores democráticos, una horda de filisteos desprovistos de toda noción de cultura y decencia, una manga de forajidos que predican el pragmatismo más simplón y plebeyo. Tras el rostro dulcificado y la voz melosa de su candidata, se agazapa en verdad la bestia más feroz del autoritarismo y el oprobio como formas de gobierno. Alguien ha recordado a propósito lo que alguna vez dijera la propia Susana Higuchi: que su hija tenía la “cara de ángel” para la gente de afuera, y “cara de diablo” para ella. Elegir a la candidata del fujimorismo sería revivir a la dictadura putrefacta inaugurada por el cabecilla de la banda, la vuelta a escena de nombres archiconocidos como Jaime Yoshiyama, Martha Chávez, Luz Salgado y otros -además de los ya mencionados-, que en la última década del siglo XX convirtieron nuestro país en un auténtico chiquero moral.
En suma, la libertad, la justicia, la dignidad, la decencia y todos los valores democráticos que en ese régimen fueron pisoteados y escarnecidos, deben constituirse en los principales baluartes de nuestra conducta cívica este 5 de junio. No podemos pensar -como muchos lo hacen desde la alcantarilla-, sólo con los bolsillos, teniendo en cuenta únicamente mezquinos intereses materiales; una nación también posee alma y espíritu, que no podemos permitir que sean mancillados nunca más, dejándolos en manos de una caterva de pillos y bribones.
Lima, 28 de mayo de 2011.