Una ola de revueltas y disturbios sacude algunas de las ciudades más importantes de diversos países del planeta, desde el Oriente Medio hasta América Latina, pasando por la vieja Europa, donde ha nacido a comienzos de año un malestar que gradualmente se ha ido expresando en las plazas y en las calles, y cuyo protagonismo lo ha tenido una masa de jóvenes que ha salido a manifestar su rechazo y su repudio a quienes desde el poder encarnan los mayúsculos desaciertos en la conducción del gobierno de sus pueblos.
Desde que en los primeros meses de este año, miles de jóvenes españoles se concentraron en la Puerta del Sol de Madrid, exigiendo al gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero medidas concretas para frenar la crisis que hacía tambalear la economía de la península, y cuyas consecuencias ya se empezaban a sentir en los niveles de vida de la población, hasta la multitudinaria marcha de hace unos días en las calles de Santiago de Chile, donde decenas de miles de estudiantes, profesores y padres de familia volvieron a reclamar al gobierno de Sebastián Piñera por la gratuidad y la calidad de la enseñanza, una serie de otras movilizaciones han sobresaltado el llamado mundo civilizado de Occidente y sus arrabales.
Han sido bautizados por la prensa como los “indignados”, como si esa palabra contuviera muchos de los otros síntomas del generalizado desasosiego que experimentan los pueblos ante el embate de una crisis que recorre el espinazo de un sistema de cosas que ya no da para más. Los motivos pueden diferir según la coyuntura específica de cada país, las razones se bifurcan en múltiples causas que llegan a eclosionar en violentos enfrentamientos contra las fuerzas del orden, señal de una cólera social largamente gestada en el vientre de las sociedades de consumo.
Han sido, sin embargo, los países árabes los que han llevado esta indignación hasta límites inéditos, derribando anquilosadas dictaduras y resistiendo durante meses a los sátrapas enquistados en el poder, confrontación que hasta hoy mantiene a sirios y libios en pie de lucha. Eran motivaciones distintas, desde luego, a las de los jóvenes españoles, chilenos y griegos, mas en todos ellos latía esa misma rabia por acabar con una situación insostenible.
Indignación que también ha estallado en el Reino Unido, a causa de un incidente confuso en que ha terminado muerto un joven de origen africano en el populoso barrio de Tottenham, al norte de Londres. La policía ha explicado que se trataba de un simple delincuente que al intentar fugar ha disparado a un miembro de las fuerzas del orden, y que en esas circunstancias, fortuitas y accidentales, había fallecido. Los pobladores dicen que los efectivos habrían ultimado en el suelo al joven una vez capturado. Las protestas que se iniciaron frente al local de la comisaría se han extendido luego por la ciudad, ocasionando destrozos en la propiedad pública y privada: carros incendiados, tiendas apedreadas y edificios en llamas. Luego ha crecido hacia otros barrios londinenses; se ha extendido a otras ciudades del Reino como Birminghan, Liverpool y Manchester, haciendo que el propio Primer Ministro se haga cargo de la situación.
Hasta en el invulnerable Israel, engreído del sistema capitalista mundial dominante, los jóvenes han salido a gritar su desconcierto y malestar por la errada conducción política en la que tercamente perseveran los sectores conservadores aupados al poder, y en la que se mezclan de pasada críticas referidas al modo en que se enfrenta el asunto de Palestina, un conflicto de larga data que tiene entrampado al Medio Oriente en una suerte de callejón sin salida, debido sobre todo a la necedad de las autoridades israelíes para comprender la complejidad de un asunto que entraña aspectos esenciales de justicia y equidad internacionales.
Sin contenidos ideológicos precisos muchos de ellos, sin un programa doctrinal de reivindicaciones en algunos casos, todos estos movimientos -una auténtica rebelión de la masas de los tiempos modernos-, tienen el común denominador de cuestionar implícitamente el modelo reinante en términos políticos y económicos, un modelo que hace agua de una manera dramática desde los mismos centros neurálgicos del poder, que se desploma con estrépito y sin gloria ante la atónita mirada de sus fautores, que todavía no pueden creer que aquello que ellos imaginaban eterno e inexpugnable ha tocado su fin, precipitado por la tozudez y la soberbia de una clase dirigente que no ha sabido estar a la altura de los tiempos. Una era nueva espera a la humanidad tras el desastre de un neoliberalismo que se encamina inexorablemente a su triste final de polvo y ceniza.
Lima, 20 de agosto de 2011.
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