sábado, 10 de diciembre de 2011

Ensayo sobre la estupidez

Desde que Albert Einstein afirmara alguna vez que había dos infinitos -el universo y la estupidez humana-, mucho se ha escrito y se ha discutido sobre este rasgo característico de una especie que pareciera ser la depositaria a exclusividad de un modo de ser y de un modo de actuar. Sólo que habría que hacerle una precisión a lo dicho por el científico alemán; y es que la estupidez sólo puede ser humana, pues otros seres están felizmente exentos de ella.
Curiosamente, los animales están exonerados de cometer estupideces, así como los vegetales y las piedras viven absolutamente ajenos a esta marca privativa de los seres humanos. Es por ello que hablar de la estupidez humana ya constituye una redundancia, por lo que debemos, al hablar de ella, decir sólo la estupidez, dejando sobreentendido que tras ella siempre anda agazapado un espécimen de nuestra raza.
Debemos hablar sobre la estupidez instalada, con derecho a perpetuidad, en los colegios, las universidades y los medios de comunicación; la estupidez que brilla, a pantalla completa, en los comentarios de las páginas virtuales que promueven las redes sociales.
La estupidez superlativa de los programas de televisión, de los locutores radiales -sobre todo los que transmiten partidos de fútbol-, con honrosísimas excepciones.
La estupidez se acumula en los anaqueles de esas reuniones familiares donde, después de la parte protocolar y convencional de los primeros momentos, se termina, azuzados a su vez por las bebidas desinhibitorias y la confianza adquirida, realizando vulgares chistes de doble sentido que no hacen más que repetir trillados tópicos de esa visión común y prejuiciosa sobre la sexualidad humana.
La estupidez de las ceremonias de toda clase, con sus respectivas cursilerías, su retórica inflamada y su previsible provisión de lugares comunes. Nadie resiste ese cargamontón de sandeces y bobadas que se profieren desde las formas más serias y graves, cuando en una ocasión determinada todos se someten a ella.
La estupidez, a escala juvenil, que se practica cotidianamente en las aulas de clase de todos los colegios del país; esa misma estupidez que alguna se ensañara con el poeta César Moro, según cuenta Mario Vargas Llosa en su libro de memorias. Esa atrevida estupidez, porque no sabe que lo es, que se pavonea y vanagloria de su supuesta hazaña de pacotilla.
La estupidez que se exhibe impúdicamente en los quioscos de periódicos y que emana a raudales de la prensa popular capturada por ese olfato para los negocios burdos y plebeyos. La estupidez que se lee interminablemente en esos pasquines inmundos por una masa de semianalfabetos embrutecidos por la basura periodística.
La estupidez que destella a borbotones en páginas famosas del mundo virtual, donde cualquier usuario se atreve, envalentonado por la posibilidad de ser alguien en el ciberespacio, a dejar su comentario en un enlace, en una foto, al pie de otro comentario, llevando ad infinitum esa retahíla de torpezas ortográficas y gruñidos gramaticales que caracterizan el lenguaje de las mayorías.
La estupidez cósmica que significa la coexistencia, en un mismo planeta, de un hombre que llega a ser endiosado hasta la náusea por el mercado que maneja el negocio del fútbol, llegando a ganar cifras astronómicas en corto tiempo, con otro que apenas sobrelleva su existencia material, acuciado por mil y un necesidades y obligaciones, así sea un hombre de talento y de genio.
Es estúpidamente obsceno que se pague cantidades bestiales por un hombre, que puede tener todas las condiciones y habilidades con la pelota, y que no se pueda reconocer a otro con una mínima cantidad, así posea las mismas o mejores capacidades en áreas más trascendentales de la vida humana. Que un futbolista obtenga esos hiperbólicos ingresos y que un artista muera en la indigencia, es una prueba fehaciente de la infinita estupidez de esta especie inverosímil.
En fin, como el problema excede ampliamente los limitados márgenes de esta columna, dejaré para otras veces el seguir sondeando este misterio central de la condición humana.

Lima, 10 de diciembre de 2011.

2 comentarios:

  1. Adhiero a su ensayo. Tanto como para cometer la estupidez de atreverme a enviar un artículo propio sobre estas cuestiones.

    Conductas visibles.
    Es notable poder observar en cuanto difiere el comportamiento de las personas.
    Cada uno demuestra a las claras el estadio evolutivo de su personalidad. Desde aquellas actitudes infantiles mal disimuladas que persisten más allá de lo aconsejable, a la impostura de actuar como si los años no hubiesen pasado.
    Jóvenes que emplean un modo seductor para hablar y moverse, como si la persona que estuviese delante de ellos estuviese interesada en algún tipo de juego de seducción; la utilización de un humor simple y directo, típico de jóvenes adolescentes, en boca de cuarentones o quizás mayores aún, son espectáculos cotidianos, que, con un poco de observación, cualquiera podrá ver a diario.
    Es así que abundan las muchachas que otean a su alrededor en busca del reflejo de su imagen en algún espejo o vidrio apropiado, en franca actitud narcisista, mientras hablan con grandilocuencia sobre temas nimios. Con esa conducta ponen de manifiesto su inseguridad. También pululan gentes de todo tipo y color que elevan el tono de su voz para efectuar comentarios sobre hechos insignificantes, a sólo título de hacerse notar.
    En fin, pueblan nuestro alrededor un número infinito de personajes raros, cada uno con su manía… y su actuación correspondiente.
    Irrita sobremanera presenciar como gente grande actúa como un cándido, en un intento vano de mostrar una inocencia que ya no le es propia.
    Nada peor para la buena comunicación entre las personas que encontrarse con alguien que transita un nivel de madurez más avanzado que el de uno. Nos tornaremos pesados y predecibles en grado sumo: aburriremos al interlocutor.
    Lo mismo sucederá cuando quien intenta comunicarse tiene frente a sí a alguien que está muy por debajo de su nivel de conciencia y experiencia: no logrará hacerse entender en lo más mínimo; el resultado en esta ocasión será que el receptor del mensaje terminará aburrido, igual que en la otra situación. Normalmente, en estos casos, la persona más experta simulará poseer un nivel inferior, para intentar hacerse entender por el otro.
    En aquellos casos en que una persona burda trata de parecer lo que no es y simula conocer lo que no conoce en verdad, se dan situaciones incómodas: el conocedor no sabe si poner en evidencia la farsa o reírse en silencio, y dar lugar a una situación de burla irónica hacia el pobre simulador.
    Patéticos.

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  2. la estupidez es el problema mas grave que debe afrontar el ser humano. Muchas guerras, desequilibrios economicos y problemas politicos que han perjudicado a la humanidad se debe a este mal.

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