Los sucesos del sur de Francia de la semana pasada, ilustran mejor que ninguno la realidad del mundo de hoy, amenazado por la incertidumbre del terror y sometido a las leyes imprevisibles de los extremismos de toda laya. El cruento asesinato de tres niños y un profesor en un colegio judío de la ciudad de Toulouse, sumado a los crímenes de tres militares franceses de origen magrebí, apenas unos días antes en otra ciudad muy cercana a la primera, perpetrados por un solo individuo, han puesto en entredicho los soportes sociales y culturales de una de las sociedades más representativas de la llamada civilización occidental.
Los horribles asesinatos de 7 personas en menos de diez días, ocurridos en Montauban y Toulouse, cometidos por Mohamed Merah, un francés de 24 años de origen argelino, han puesto de sopetón en el primer plano del debate internacional asuntos tan cruciales, y a la vez tan antiguos, como los del antisemitismo, la xenofobia, el terrorismo globalizado, la intolerancia y muchos más, que permanentemente han sido materia de reflexión por un sector especializado del pensamiento político tanto europeo como americano desde la segunda mitad del siglo XX.
Los hechos, sumariamente revisados, son como siguen. A bordo de una motocicleta robada, el joven yihadista ha llegado raudamente a las ocho de la mañana al colegio Ozar Hatorah de niños judíos, en un barrio modesto de la ciudad de Toulouse; inmediatamente ha disparado a dos niños pequeños de 3 y 5 años y al padre de ambos, un rabino del colegio; luego se ha dirigido resueltamente al interior del local para buscar a su cuarta víctima, una niña de 8 años, curiosamente la hija del director, a quien le ha descerrajado varios tiros directamente en la cabeza, y finalmente ha huido con rumbo desconocido.
Desde el mismo momento de conocidos los trágicos acontecimientos, la policía francesa ha montado una intensa búsqueda del criminal, rastreando todas las huellas y atando todos los cabos para encontrar los hilos conductores hacia la guarida del monstruo. En menos de 48 horas ya tenía el lugar preciso donde se refugiaba esta especie de serial killer, en el barrio islamista Belle Paule de Toulouse, que ha sitiado desde ese instante, evacuando a la vecindad e imponiendo un lento pero contundente cerco de 32 horas, en medio de las cuales se ha pretendido negociar con Mohamed, sin resultados positivos.
Ante la cerrazón suicida del muyahidín, las fuerzas de élite de la policía francesa (RIAD) han procedido al asalto; la defensa del joven combatiente ha sido denodada, inútilmente heroica, pues ha caído abatido finalmente por certeros disparos en la cabeza que le ha propinado un francotirador al momento de saltar por la ventana de su departamento.
Una serie de preguntas nos acucian el pensamiento: ¿Cómo es posible que esto suceda en un país democrático del Primer Mundo? ¿No estamos curados del todo del antisemitismo? ¿Cómo explicar la ocurrencia de un fenómeno de esta naturaleza a la luz del entendimiento humano? ¿Qué ha tenido que pasar en las sociedades opulentas para que broten estas espigas envenenadas por el odio y el resentimiento? Al parecer, complejas interrogantes sin fáciles respuestas; pero si ahondamos un poco la mirada y hundimos el pensamiento en la realidad esencial, veremos y comprenderemos con estupor que las causas remotas y próximas de aquello que observamos están en aquello que muchos prefieren ignorar u ocultar, por conveniencia o interés.
Pues el antisemitismo y la xenofobia siguen cabalgando libremente por el mundo, acompañados ahora por la islamofobia y toda otra forma de exclusión, precisamente en aquellos países que tanto se precian de ser desarrollados y civilizados. Cuando una sociedad margina a un sector importante de su colectividad, por las razones o sinrazones que sean, que nadie se extrañe entonces si erupciona luego un fenómeno de esta magnitud. Cuando algunos países, llevados por su poderío económico y militar, pretenden erigirse en los amos del mundo e imponer sus dictados en todos los rincones del orbe, allí estará un grupo o un individuo rebelde, insumiso e impermeable al poder, para levantarse ante el gigante y decirle que no todos están dispuestos a la anuencia y la resignación, que también existen la dignidad y el orgullo, aunque ello nada valga para los que miran las cosas con los ojos contaminados por la codicia y la ambición material.
Tal parece que la Ilustración y el Oscurantismo todavía libran su batalla en los flamantes campos desideologizados de este siglo XXI. Con los días, se irá clarificando el accionar de lo que algunos suponen un mero lobo solitario, aun cuando sus conexiones, por pequeñas y efímeras que hayan sido, así como el haber estado en Pakistán y Afganistán tratando de establecer contacto con Al Qaeda y los talibanes, habiendo incluso estado preso en alguno de estos países, ya nos hablan de un episodio con serias repercusiones e implicancias en este enrevesado ajedrez que es la política internacional.
No han faltado tampoco, con una elección presidencial ad-portas, los candidatos que no han perdido la ocasión para obtener réditos políticos de este incidente; pero eso puede ser materia de otra columna. Mientras tanto, Mohamed Mareh, el muyahidín de Toulouse, seguirá llenándonos de enigmas y preguntas desde su rebeldía a prueba de balas y desde su muerte irremisible.
Lima, 24 de marzo de 2012.
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