Si bien algunos teóricos de las ciencias
políticas consideran que la clásica división entre derecha e izquierda ha
quedado algo obsoleta, me parece que no existe una alternativa válida que pueda
reemplazarla adecuadamente cuando se trata de ubicar a las fuerzas,
movimientos, partidos o frentes dentro del marco de la lucha política de un
país determinado.
Pareciera que quienes propugnan la
obsolescencia de esa clasificación general, estuvieran más empeñados en borrar
toda referencia ideológica a un sector del espectro político, que en proponer
seriamente el sustituto conceptual de una vieja pero evidente realidad. Otra
cosa es que eso que llamamos izquierda no haya podido alcanzar sus caros
anhelos fundacionales, allá en los lejanos años del ochocientos, para situarnos
en un contexto más definido de su génesis doctrinal.
En las recientes elecciones francesas, por
ejemplo, y a raíz del triunfo del candidato socialista Francois Hollande, hemos
visto cómo, después de varios lustros ausente del poder, una fuerza de
izquierda vuelve a ser elegida como opción de gobierno por el pueblo con
mayores credenciales democráticas del Viejo Continente. Lo ha hecho derrotando
a quien ejercía la presidencia y pretendía su reelección, un gobierno que no
había sabido capear el temporal de la crisis que enfrenta la Unión Europea, de
la mano de la conservadora canciller alemana Angela Merkel. Por lo pronto,
Hollande ha tomado la batuta de una nueva propuesta para enfrentar el vendaval,
proponiendo austeridad y crecimiento frente al ortodoxo programa de la Merkel
que sólo exigía austeridad.
Todos quienes nos hemos definido alguna
vez de izquierda, hemos visto con simpatía la victoria del líder socialista
francés, pero una ligera suspicacia nos asalta a la vez cuando recordamos la
historia reciente de diversos lugares del orbe, y entendemos que lo que tan
auspiciosamente se inicia, muchas veces termina en el más estrepitoso fracaso o
en la más triste desilusión.
Sucedió con la llegada a la presidencia
del líder demócrata estadounidense Barack Obama, aun cuando sería una
exageración decir que el actual mandatario de los Estados Unidos pertenezca a
la izquierda. Claro que de un modo relativo, se podría situarlo a la izquierda
del Partido Republicano, el de los Reagan y de los Bush, y por supuesto de esa
anacrónica agrupación denominada Tea Party, cuyos líderes y seguidores
representan lo más ultraconservador de la sociedad norteamericana. Muy poco de
sus promesas electorales ha podido llevar a la práctica, razón por la que este
año enfrenta el difícil camino de la reelección, cuando en otras circunstancias
hubiese tenido el panorama más claro.
Otro caso es lo que sucede actualmente en
el Perú, un gobierno cuyos inicios despertó cierta esperanza en muchos sectores
sociales e intelectuales de izquierda, pero que a menos de cumplir un año en el
poder todo apunta a que el viraje experimentado en los últimos meses del año
pasado se va consolidando de una manera preocupante. El nombramiento de
personajes ligados al anterior régimen putrefacto del exdictador Fujimori para
puestos claves en algunos ministerios, la forma cómo se viene manejando el
problema de las protestas sociales, especialmente en Cajamarca y Cusco, el
copamiento de sectores decisivos del poder por parte de los eternos emisarios
del sistema económico imperante, son algunos de los aspectos en donde el
gobierno del presidente Ollanta Humala está demostrando su clamorosa incompetencia,
a la par que su precoz olvido.
Las próximas elecciones presidenciales en
México serán otro escenario de esta larga batalla entre esa derecha que busca
afianzar el statu quo, y una izquierda debilitada por sus catástrofes
históricas, pero que persigue reivindicarse a través de una propuesta
alternativa como la que representa Andrés Manuel López Obrador, el carismático
líder del Partido de la Revolución Democrática (PRD), groseramente desbancado
del poder en las elecciones pasadas por el actual presidente, el panista Felipe
Calderón. Según las recientes encuestas, AMLO ya está en el segundo lugar, a
doce puntos de Enrique Peña Nieto, del PRI, un joven pero inepto candidato como
quedó demostrado en su última presentación en la Feria del Libro de Guadalajara
y su famosa anécdota sobre los libros que había leído, situación que ironizara
en su momento el desaparecido Carlos Fuentes. Si yo tuviera la posibilidad de
votar el próximo 1 de julio, sin duda que lo haría por López Obrador.
La suerte de la izquierda se juega, pues,
en la encrucijada de tentar y llegar al poder, y ver sus manos atadas por una
estructura inamovible, asentada en siglos de dominación de los privilegiados y
los poderosos, para quienes es indistinto quien ejerza el poder formal, porque
el real lo manejan a su antojo. Actualmente, son las grandes corporaciones las
que deciden el gobierno mundial, mientras los gobiernos son meros amanuenses de
sus incontrovertibles dictados. Así las cosas, el ritual de la democracia se
vuelve una simple mascarada para ilusionar a los pueblos, debiendo replantearse
el sentido de una longeva institución para estar más acorde con las exigencias
de los nuevos tiempos.
Lima, 2 de junio
de 2012.
Walter:
ResponderEliminarTus conclusiones, por acertadas, solo dejan una posibilidad de cambio. Y esa posibilidad está reñida con el concepto de libertad individual.
Si analizamos a las izquierdas en su conjunto, veremos un ancho marco del pensamiento, que abarca desde el stalinismo más feroz, hasta el socialismo más débil y complaciente. Analizar la actualidad desde aquellos conceptos iniciales de las izquierdas es cuanto menos inocente. Los paradigmas económicos han cambiado y el hombre dejó de ser (a partir de su bien económico: la mano de obra no capacitada) un elemento determinante a la hora del desarrollo y la creación de riqueza.
Aun no hallo los pensadores que den una solución satisfactoria al nuevo estado de las cosas.
Y, por supuesto, la victoria de Hollande me dio gusto.
Saludos.