Después de más de dos décadas, he releído
una de las novelas más queridas de ese entrañable gurú de Occidente que se
llamó Hermann Hesse, experiencia que ha despertado en mi memoria sentimientos y
circunstancias vividas en esa primera juventud que, como la de todos, esta
llena de momentos decisivos, de encrucijadas que el tiempo irá despejando, y de
una voluntad que se afirmará, a veces de modo ciego e inconsciente, para
determinar lo que finalmente seremos.
Se trata de Demian (1919), o la historia de la juventud de Emil Sinclair, como
reza el subtítulo, obra que se sitúa en lo que comúnmente se llama novela de
aprendizaje, y que muy bien puede constituir un auténtico derrotero del drama
existencial del hombre contemporáneo.
Lo primero que salta a la vista y es
motivo de honda y detenida reflexión, son las palabras de inicio, donde
meditando sobre la vida del ser humano se concluye que ésta es “el punto único
y especial, en todo caso importante y curioso, donde, una vez y nunca más, se
cruzan los caminos del mundo de una manera singular.”
Si bien “la vida de cada hombre es un
camino hacia sí mismo”, como afirma el narrador en otra parte de esas palabras
liminares, “unos no llegan nunca a ser hombres; se quedan en rana, lagartija u
hormiga”, graficando de esta manera la titánica y compleja lucha de este
extraño ser por conquistar su condición elevada. Una verdad que la antropología
filosófica ha sondeado a través del
tiempo y razón también de arduas
disquisiciones de pensadores y filósofos.
En el primer capítulo se nos plantea ya la
presencia de los dos mundos, lo diurno y lo nocturno de la existencia. Cuando
Emil Sinclair conoce a Franz Kromer, intuye perfectamente que este pertenece a
ese otro mundo, distinto y distante del suyo. Los silbidos del muchacho eran el
santo y seña de ese lado oscuro al que resbalaba peligrosamente Sinclair.
Mientras que sus padres y hermanas representaban la claridad y el orden, Franz
simbolizaba el caos y las tinieblas.
Luego conoce a un nuevo alumno, Max
Demian, quien le predica la teoría de Caín, pero dándole una interpretación
diferente, lejos de la convencional. Gracias a Demian, a quien por cierto
admira y teme simultáneamente, logra liberarse de la sujeción a Kromer, quien lo
mantenía bajo su órbita en base al chantaje y la amenaza.
El rostro de Demian le parece extraño,
“inexplicablemente distinto a todos nosotros”, subraya Sinclair, a la vez que
lentamente se va a producir el despertar de la sexualidad y el conocimiento del
otro lado de su amigo, a quien un día lo ve petrificado en su pupitre, como un
ídolo de piedra, volcado hacia un mundo interior desconocido, imagen que
conmociona a Sinclair.
Posteriormente
Sinclair ingresa a un internado, allí conoce a Alfons Beck. Ambos van a una
taberna donde, bajo los efectos del vino, logra desahogarse y se muestra
locuaz. Regresa ebrio al internado y siente que algo en su vida se ha quebrado.
En el mismo parque en que había conocido a Beck ve a una muchacha alta y delgada,
de la que se enamora; su vida cambia desde ese momento. Era el sacerdote de un
nuevo santuario, donde se rendía culto al amor profundo a Beatrice. Se dedica a
pintar, quiere hacer un retrato de su musa, pero termina pintando a Demian;
mientras tanto lee a Novalis, poeta que lo impresiona, y envía el dibujo a
Demian.
Recibe la respuesta de Demian
interpretando el dibujo del pájaro saliendo de un cascarón que le había
enviado. En la clase, el joven profesor que guiaba la lectura de Herodoto,
pronuncia en nombre de Abraxas, que Sinclair leyó por primera vez en el
papelito que anteriormente le había hecho llegar Demian. El sueño
definitivamente lo inclina hacia Abraxas, esa deidad mitad dios y mitad
demonio, símbolo de la nueva perspectiva que asume Sinclair.
Un día, caminando por la ciudad, se
detiene ante una iglesia para escuchar la música que un organista ejecutaba
dentro. Pero será otro día en que se anime a seguir al músico a su salida del
recinto, abordándolo en una taberna; habla con él de Abraxas, a quien el
organista conocía. En el siguiente encuentro van a la casa del artista, allí Pistorius
le cuenta que vive con sus padres y que ha estudiado teología, pero que se ha
descarriado.
Sinclair posee el gusto de contemplar las
extrañas formas que adopta la naturaleza. Pistorius le explica que todos
llevamos el mundo entero en nosotros mismos, pero que pocos tienen conciencia
de ello. Así fue rompiendo Sinclair el cascarón y a sacar la cabeza del pájaro
amarillo del sueño. Su nuevo amigo interpreta el sueño del vuelo que había
tenido.
El sueño recurrente consistía en que
entraba a su casa, quería abrazar a su madre y en su lugar era una mujer
grande, con rasgos masculinos, que le inspiraban miedo y atraían a la vez.
Pistorius aconseja a Sinclair seguir sus sueños y no tenerles miedo. Se le
acerca Knauer, un compañero de clase que le habla de la castidad y la pureza.
Le pide ayuda, y como Sinclair no le dice nada, prorrumpe en improperios contra
él. Una fuerza oscura impulsa a Sinclair a ir en busca de Knauer, hallándolo en
una casa abandonada pretendiendo suicidarse. Luego de aparta de él y
conversando con Pistorius llega a herir su ideal “arqueológico.” Acaba el
colegio, se va de vacaciones y su padre decide que estudie un semestre de
filosofía.
De visita en la casa en que había vivido
Demian, la dueña le muestra fotografías donde reconoce el gran parecido de la
madre de su amigo con la imagen del sueño. Luego se matricula en la universidad
y queda muy ilusionado. Encuentra a Demian y hablan del espíritu gregario, del
miedo y la solidaridad; llegan a la casa de éste y conoce a su madre, por quien
se sentirá irresistiblemente atraído, naciendo en su alma un extraña afecto por
ella, la que se hace llamar Frau Eva, como sólo la llamaban los amigos íntimos.
Al final, temiendo nuestro héroe la
separación de Frau Eva, se concentra para que ella llegue hasta él; pero quien
llega es Demian, enviado por su madre. Éste le comunica el inicio de la guerra,
situación que hará que ambos marchen al frente, desencadenándose una serie de
visiones de carácter místico apocalíptico que prefiguran el destino trágico de
la humanidad. Son los prolegómenos de la hecatombe bélica, el principio del fin
de una era y el anuncio del comienzo de otra, todavía desconocida, que surgirá
de las cenizas de la conflagración.
Lima, 29 de
octubre de 2012.