viernes, 31 de mayo de 2013

Días de cine

     Espoleado por la curiosidad, y luego de esperar pacientemente algunas semanas desde su estreno, he ido al cine para ver cómo era verdad que una película peruana rompía el récord histórico nacional de taquilla, con alrededor de tres millones de espectadores, hasta el momento en que escribo esta crónica. No es difícil darse cuenta que estoy hablando de Asu mare, ese biopic nacional sobre el talentoso comediógrafo Carlos Alcántara.
     Confieso que iba premunido de ciertas ideas preconcebidas. No me hacía muchas ilusiones sobre la calidad del filme, mas poseía una pequeña dosis de expectativa, necesaria para que la decisión de verlo se concretara. La realidad ha confirmado casi en un ciento por ciento mis aprensiones y dudas, por más que sería inútil negar que es una película que entretiene y que sintoniza fácilmente con los gustos del gran público.
     Fue un día domingo, quizás el peor día para ir al cine, pues la afluencia se decuplica, así hayan transcurrido ya algunas semanas en cartelera. El ritual que se ha impuesto como una condena hollywoodense en nuestras salas comerciales  -el ingreso a ellas de muchos cinéfilos con inmensos azafates,  provistos de cerros de canchita y sus infaltables vasos de gaseosa-, fue la primera impresión que reviví después de algún tiempo, además de las consabidas colas, claro está.   
     Instalado en la butaca junto a mi mujer, comentamos los incidentes de nuestra entrada, en medio de una oscuridad sobreviviente de la función anterior, y que estuvo a punto de ocasionarme una caída, pues no pude divisar la escalinata que conducía al pasillo central. El providencial brazo de mi acompañante me salvó de una estrepitosa escena nada cinematográfica.
     Empieza la función y me apresto a observar meticulosamente las escenas, las actuaciones; la realización, en una palabra. Transcurren los minutos y la sala se llena de risas, risotadas y carcajadas que celebran los gags, las palabras subidas de tono -una característica del cine hecho en casa- y las bromas de un humor bizarro que el popular Cachín ha desparramado estratégicamente por toda la obra para obtener el máximo de atención del público, sin dejar de entregarle diligentemente lo que éste ha ido a buscar.
     Concita interés el recuento histórico de los cambios que ha sufrido la ciudad en las casi cinco décadas que abarca la vida del protagonista, acompañando los hitos significativos de una existencia que pretende mostrarse como ejemplo del ascenso social de un joven de clase media que aspira a ver transmutados sus talentos y capacidades en reconocimiento y aceptación por una sociedad fuertemente prejuiciosa y lastrada de un racismo que está en retirada, pero que todavía no ha desaparecido del todo.
     La película es, pues, como decía, entretenida, interesante, graciosa, divertida, pero nada más. Alguien me preguntará, asombrado, si debemos pedir algo más a una obra del séptimo arte. Acostumbrados como estamos al imperio del cine norteamericano, a esa dictadura monotemática de los bodrios que produce a montones la industria del celuloide del país del Tío Sam, pareciera que fuera suficiente que un largometraje lograra hacer pasar un buen rato al espectador. La respuesta es un tajante no; el cine posee infinitas posibilidades para explorar la condición humana como lo han hecho grandes cineastas de la historia, autores de la talla de un Ingmar Bergman, un Fritz Lange o un Pier Paolo Passolini.
     No debemos olvidar que estamos hablando de una obra de arte, razón de sobra para exigir en un producto de esta naturaleza todo el potencial artístico y todas las posibilidades narrativas de que está investido. Si vamos a producir meros remedos de malas producciones yanquis, por más talento local que haya invertido en ello, los resultados no pasarán de jugosas recaudaciones y éxitos fulgurantes; pero todo eso no contribuye a edificar un gran cine nacional. Es verdad también, como ocurre en otros países, que aquello se logra con el concurso valioso de un Estado preocupado por el desarrollo cultural de sus ciudadanos, de una tradición que se forja con el tiempo y del apoyo constante de un público educado para saber apreciar el buen cine.
     No se debe caer en el facilismo del autoengaño ni en el espejismo del número. A riesgo de ser un aguafiestas -condición que no me fastidia, pues esa parece ser mi esencia-, debo decir que Asu mare está bien, mas no por ello debe ser sobrevalorada como el non plus ultra del cine nacional. Quizá pueda servir como un buen paso, el decisivo para lograr futuras producciones que afiancen y movilicen lo mejor de nuestra cinematografía.


Lima, 28 de mayo de 2013.

domingo, 26 de mayo de 2013

La muerte del sátrapa


A los 87 años de su edad, confinado en una prisión por la justicia argentina, ha muerto Jorge Rafael Videla, el que fuera cabecilla del golpe de estado del 24 de marzo de 1976 y figura notoria del régimen del terror implantado por los militares en el país de Astor Piazzola y Atahualpa Yupanqui, de Ernesto Sábato y el Che Guevara.
     Con el pretexto de la amenaza terrorista, y valiéndose del temor inculcado a la población por los enemigos del pueblo, defenestró a María Isabel Martínez de Perón y asumió el mando de lo que pretenciosamente llamaron el Gobierno de Reconstrucción Nacional, al frente de un triunvirato que lo integraban, además, el siniestro jefe de la armada Eduardo Massera –también recientemente fallecido- y el brigadier Orlando Agosti.
     Fueron siete años de auténtica pesadilla para la nación del plata, viviendo bajo el reinado absoluto de la persecución y la tortura, el crimen y la desaparición. Se calcula que aproximadamente 30 mil personadas fueron desaparecidas a través de métodos vesánicos e infernales, además de crudelísimas ejecuciones extrajudiciales, como la perpetrada contra el periodista y escritor Rodolfo Walsh.
     Secuestros sistemáticos de opositores; robos oprobiosos de bebés, que eran entregados en adopción a personas amigas del régimen; lanzamientos espeluznantes de víctimas desde el aire al río de La Plata, al Océano Atlántico o al delta del Paraná, en lo que se conoce con el espantoso nombre de los vuelos de la muerte; asesinatos selectivos de gente de izquierda, activistas, militantes y periodistas; imposición de una férrea dictadura, que llevó al descalabro económico y social al país más culto de Sudamérica, es el saldo nefasto de los cinco años que estuvo en la Casa Rosada el sátrapa que acaba de expirar.
     Los crímenes y atrocidades del gobierno militar fueron investigados por la Comisión Nacional de Desaparición de Personas (CONADEP) que presidió el insigne escritor Ernesto Sábato, y que emitió al final de sus investigaciones un estremecedor informe –Nunca más, conocido como Informe Sábato-, donde se hace un minucioso recuento de toda la acción asesina de la dictadura militar, así como del testimonio de cientos de personas que sufrieron en carne propia las arremetidas sanguinarias de un grupo de psicópatas aupados al poder con el único fin de exterminar a quienes creían los enemigos de la patria.
     Juzgado y condenado durante los juicios por delitos de lesa humanidad durante el gobierno democrático de Raúl Alfonsín, salió libre cuando el siguiente presidente argentino, Carlos Saúl Menem, decretó una amnistía para los militares que purgaban prisión por los delitos cometidos. Pero fue cuando asumió la conducción del gobierno el presidente Néstor Kirchner, que se dejó sin efecto esa injusta amnistía, y Videla fue a dar nuevamente a la cárcel, como debía. En un nuevo juicio fue sentenciado a cadena perpetua, pena que cumplía desde hace más de una década, cuando la muerte lo ha sorprendido en medio de su reclusión final.
     No quedó totalmente impune, como el otro genocida Augusto Pinochet; pagó lo que los tribunales dictaron en sus veredictos, pero quizá ello no fue suficiente para aliviar el inmenso dolor de miles de argentinos que esperan hasta ahora el actuar balsámico de la justicia. Con su partida de este mundo se lleva también la verdad del paradero de tantos desaparecidos en los años aciagos de su régimen, realidad que el dictador nunca aceptó, así como tampoco tuvo la entereza de por los menos reconocer sus errores y pedir disculpas a los dolidos familiares. Era pedir mucho, ya lo sé, pero era lo que mínimamente necesitaban esos seres acogotados por el inabarcable dolor de la pérdida del ser querido.
     Lima, 20 de mayo de 2013.

miércoles, 8 de mayo de 2013

Un imprescindible


     Tras breve pero titánica lucha contra el cáncer, ha fallecido Javier Diez Canseco, líder del Partido Socialista y veterano luchador de diversas causas a través de más de cuatro décadas. Desde su puesto de combate, sea el cargo de diputado o senador, la calle tumultuosa, o la trinchera periodística, ha demostrado su compromiso invencible con sus ideales, fiel a una militancia que le acarreó detenciones, persecuciones e infamias por parte de quienes siempre estuvieron alineados con las clases dominantes y con las castas privilegiadas.
     Siento rabia y pena a la vez porque un hombre de su integridad moral se vaya tan pronto de este mundo, habiendo tantas batallas por librar, quedando tantos combates pendientes contra una mayoría de facinerosos sin escrúpulos que pretenden tomar en sus manos el derrotero precioso de nuestros destinos. La consternación y la emoción intensa me ponen al borde de las lágrimas, como nunca lo he experimentado por personaje político alguno.
     Era indudablemente el guerrero más conspicuo de la izquierda peruana, un verdadero quijote infatigable que se enfrentó, desde sus años juveniles, a cuanta injusticia campeara en la realidad heterogénea de la política. No toleró jamás la mentira ni la infamia, la hipocresía ni la podredumbre, y siempre les hizo frente de los más encumbrados en el poder, desafiando sus fuerzas omnímodas y desnudando sus vicios ocultos.
     Una sonrisa proterva debe estar esbozándose en el rostro de todos aquellos políticos corruptos y mequetrefes de dos por medio, al saber que el único combatiente que les plantó cara y los persiguió hasta sus escondrijos más recónditos, ha tenido que dejar el látigo de su verbo inflamado y la espada de su espíritu justiciero, abatido por un silencioso enemigo que en pocos meses terminó con sus días, pero ante quien se enfrentó también con un coraje y una valentía inusitados.
     Actualmente era congresista de la República, pero una inicua conspiración de sus enemigos de siempre lo llevó a ser suspendido en sus labores legislativas, acusado de favorecimiento ilícito a sus familiares, hecho que se demostró a todas luces falso y jamás probado. Un recurso de amparo interpuesto ante el Poder Judicial, y admitido en los últimos días, ordenaba reponerlo en su cargo congresal, ante la negativa miserable de quienes montaron la farsa esa de la acusación para anularlo políticamente.
     Una gavilla de mediocres y miserables de todo pelaje, expertos en componendas y cuchipandas, lo defenestró temporalmente del Congreso de la República. Mas era un honor, y motivo de legítimo orgullo, ser tratado así por una pandilla de arribistas y oportunistas llegados sabe dios cómo a ocupar una curul parlamentaria. Esa masa amorfa de encubridores de estafas y latrocinios, cuyo denominador común es la grisura intelectual y la indigencia moral, no le perdonó que se atreviera a meterse contra sus jefes y cabecillas, unos en la cárcel y otros en proceso de investigación.
     Javier era uno de los últimos hombres honestos y decentes de nuestra política, un ejemplar único en medio de esa vasta teratología de politicastros, politicuchos y politiqueros que abundan en nuestro medio. Un hombre esencialmente bueno, solidario y comprometido con los más débiles, fiel a sus principios e ideales como sólo un héroe romántico lo puede ser. Un personaje singular, inquisitivo, culto e informado, arrancado de alguna novela de caballería para desfacer entuertos y reparar injusticias.
     Porque Javier era, como dicen los famosos versos de Bertolt Brecht, uno de esos hombres que luchan no un día, o por un tiempo, sino que lo hacen toda la vida, es decir, un imprescindible. Hasta siempre Javier; para quienes admiramos tu constancia y tenacidad serás un ejemplo valioso de lucha, una presencia invisible que guiará nuestros pasos en pos de conseguir esa anhelada justicia y bienestar para nuestros pueblos.
                                           
Lima, 5 de mayo de 2013.

domingo, 5 de mayo de 2013

La dama del mal


El reciente fallecimiento de la exprimera ministra británica Margaret Thatcher convoca una serie de reflexiones sobre el significado de su figura en el panorama político de fines del siglo pasado y su configuración en el sistema de cosas imperante en el mundo de hoy. La controversia que rodea su imagen ha dado materia para que tenga tantos admiradores como detractores. Su presencia en la escena internacional ha sido sin duda determinante en muchos aspectos de la marcha de occidente, mas la discusión se centra en el papel que le cupo desarrollar en una época decisiva de la historia contemporánea.
     Sus más fervientes seguidores, entre quienes se cuenta, como no podía ser de otra manera, el escritor peruano Mario Vargas Llosa, seguido por una honrosa caterva de liberales, neoliberales y conservadores de los más diversos matices, le agradecen el rol decisivo que cumplió a fines de la década de los 80, en el desmoronamiento del sistema soviético y la gradual extinción de la amenaza comunista para una Europa que se preparaba a recuperar su papel protagónico en la política mundial.
     Pero el legado de conjunto de la llamada Dama de Hierro es más bien negativo y desalentador, por decirlo de la manera más delicada, pues su arribo a 10 Downing Street y su permanencia en el despacho por poco más de once años, le acarrearon al mundo una ola de sucesos nefastos que van desde la economía hasta la política, pasando por lo judicial, social y sindical. Que haya colocado a la Gran Bretaña en el sitial que antes tuvo, no justificaba los desmadres que perpetró a nivel planetario.
     Su ultraortodoxa concepción de la sociedad, en la que las preocupaciones sociales quedaban abolidas, erigiéndose el individuo en la medida de todas las cosas, entronizando el egoísmo como la materia prima del novísimo edificio internacional, consagrando el mercado como la varita mágica de todas las soluciones posibles, deificando al capitalismo salvaje como el mejor hábitat para la humanidad, no podían ser sino síntomas de un pensamiento reaccionario que tanto daño le ha hecho a las conquistas sociales más importantes del hombre de nuestros días.
     La actuación de su gobierno en relación a los derechos humanos, por ejemplo, ha sido desastrosa, apoyando inicuamente al sanguinario dictador Augusto Pinochet, cobijándolo bajo sus faldas cuando el valiente juez español Baltasar Garzón le dio caza con las transparentes armas de la ley. El solo hecho de haber sostenido a un régimen asesino por una década entera, en pago de favores de dudosa índole, mostrándose comprensiva y tolerante con el crimen y la violación de los derechos humanos, pintan de cuerpo completo a un personaje maquiavélico que deshonró a la justicia y a la dignidad humana.
     Tuvo la dudosa suerte de que durante su mandato, la dictadura argentina quisiera también lavarse la cara agitando las banderas de un supuesto acto de nacionalismo reivindicativo, invadiendo las islas Malvinas con el fin de recuperarlas para la soberanía nacional. Esto sirvió para que ella aprovechara la magnífica oportunidad que se le presentaba de fortalecerse en el poder, sabiendo de la superioridad bélica de las armas reales frente al exiguo desafío que entrañaba el limitado poderío del país sudamericano.
     Secundó abiertamente las políticas trazadas a nivel mundial por el expresidente estadounidense Ronald Reagan, convirtiéndose ambos en los paladines de un imperio que asoló vastas regiones del globo con el pretexto de sofocar las amenazas terroristas que venían a cuestionar el imbatible reinado de las superpotencias capitalistas. De manera sibilina, flemáticamente inglesa, arrostró los conflictos del Ulster en la Irlanda católica, mientras a nivel mundial actuaba de pareja complaciente de todas las tropelías y desmanes que perpetraba Estados Unidos en su papel autoimpuesto de policía internacional.
     Ese es el mundo que hemos heredado de la Dama de Hierro, un mundo que ve desplomarse sus más firmes soportes estructurales, penetrado por un desquiciado afán de consumo, una ambición sin límites de las clases dominantes, preocupadas por mantener el statu quo para seguir viviendo en el parasitismo y el fácil estipendio, y una marcada tendencia hacia la consagración de los valores materiales del mercado como si fueran los diosecillos laicos de un planeta de locura y patas arriba.

Lima, 28 de abril de 2013.