Desde
hace un tiempo se vienen presentando, en diversas regiones del planeta,
movilizaciones o manifestaciones de descontento, en que de una forma más
espontánea que organizada, generalmente convocada a través de las redes sociales,
los ciudadanos de países como Turquía, Brasil, España, Egipto o Perú, expresan
su malestar y su rabia lanzándose a las calles, tomando las principales plazas
públicas de sus ciudades y realizando las extendidas acampadas para resistir
las embestidas de las fuerzas del orden.
Sucedió en España cuando la crisis golpeó
duramente los niveles de vida de una población que había vivido el crecimiento
sostenido de las últimas décadas, así como por los casos de corrupción
destapados al interior tanto de la mismísima monarquía como del Partido Popular
(PP), agrupación política del presidente del gobierno Mariano Rajoy, uno de
cuyos servidores está preso precisamente por estar involucrado en manejos
sucios desde el poder.
La ola rebelde también se paseó por
Brasil, el coloso sudamericano que experimentaba su primer revés durante los
sucesivos gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT), cuya actual
presidenta Dilma Roussef afrontó masivas marchas y protestas en diferentes
ciudades del país a raíz de haberse elevado el precio de los pasajes en los
medios de transporte, lo cual parece ser sólo un mero pretexto de una rabia
largamente incubada a partir de otras tantas muestras de corruptela y actos
indebidos de miembros del gobierno, felizmente ya separados de cargos públicos
y juzgados como corresponde.
También en Turquía se desataron las
protestas cuando el gobierno de Ankara decidió construir un moderno centro
comercial en el lugar que ocupaba una plaza pública. Fue el detonante de un
malestar que igualmente hunde sus raíces en las expresiones de la crisis que
afecta al viejo país del Bósforo desde que cundiera el pánico que recorre
Europa, especialmente la zona meridional, arrastrando las economías más
vulnerables del Viejo Continente.
En el Perú también se vivieron intensas
jornadas de marchas callejeras cuando el Congreso de la República eligió a los
miembros de tres instituciones del Estado en medio de una nauseabunda
componenda entre las principales agrupaciones políticas. Las masivas muestras
de rechazo e indignación lograron hacer retroceder a las autoridades en su
polémico designio.
En
todas estas expresiones contestatarias, el común denominador es una masa
insatisfecha y molesta que se vuelca a los espacios públicos para proclamar a
los cuatro vientos su cólera desbordada, en principio de forma pacífica, pero
que al calor de los gritos y la rabia y, sobre todo, al empuje de las fuerzas
de represión, se convierten muchas veces en violentos disturbios que son
sofocados brutalmente por las fuerzas del orden.
Se ha dicho que dichos movimientos de
masas son inarticulados e inconexos, que no se prolongan en el tiempo
constituyendo propuestas organizadas de ciudadanos que no buscan solo alborotar
las calles y proferir sus gritos de desesperación e impotencia ante una
autoridad cada vez más sorda y soberbia. Y que por esa razón las revueltas que
promueven no pasan de ser episódicos sucesos de enfrentamientos entre
manifestantes y fuerzas del orden, con su secuela lamentable de muertos y heridos.
Por lo mismo, se trataría de lo que alguna
vez el filósofo español José Ortega y Gasset retratara con tanta fidelidad y
precisión en uno de sus libros más difundidos y leídos del siglo pasado. Tal
vez estemos viviendo una subida del nivel histórico, y el hecho de las
aglomeraciones lo que quiera expresar sea el crecimiento de la vida en esta
nueva altura de los tiempos. La violencia en la que deriva casi todo acto de
masas, pone de manifiesto en primer lugar ese primitivismo y barbarie que caracteriza
al comportamiento del hombre-masa, mas también revela esa faz peligrosa de un
Estado convertido en gendarme de un orden de cosas que ya no se sostiene.
En medio de esta especie de metafísica de
la historia, tienen su puesta en escena las multitudes como actores protagónicos
de este presente que ansía precipitarse en un futuro menos sombrío, pero al que
le falta definirse a partir de una orientación más precisa, orgánicamente menos
caótica, si quiere tener asegurado los cambios necesarios que deberá dar el
mundo para ser ese lugar más justo, más libre y más igualitario que todos soñamos
que sea.
Lima, 30 de
agosto de 2013.