Día a día se incrementan los muertos en la
Franja de Gaza, producto del inmisericorde bombardeo, primero, y feroz ataque
por tierra, después, que las fuerzas armadas israelíes han desatado contra
territorio palestino, mientras el mundo asiste impasible ante esta nueva
masacre sin nombre.
La mayoría de víctimas son civiles, niños
sobre todo: las dramáticas escenas de ciudadanos palestinos corriendo por las
calles con sus hijos en brazos, algunos de ellos ya cadáveres, revelan al mundo
entero toda la bestialidad y la vesania de que es capaz el hombre cuando decide
lanzarse por los retorcidos caminos de la guerra.
El primer ministro israelí, el inefable
Benjamín Netanyahu, ha tenido el empacho de declarar, en una muestra
involuntaria de humor negro, que “la respuesta de Israel está siendo muy
mesurada”; no quiero ni imaginarme cómo sería si no lo fuera. El pavoroso
espectáculo de miles de personas huyendo de sus casas ante el inminente ataque
mortal, con los rostros de niños llenos de terror e incomprensión, no es sino
la prueba fehaciente de toda la infamia e iniquidad de un país que aplica la
limpieza étnica a estas alturas de los tiempos.
El pretexto argüido por el gobierno de
Tel-Aviv es desactivar los túneles que usarían los miembros de Hamás para
infiltrarse en territorio judío y así poder atacar con bombas determinados
puntos clave de Israel. La operación “Margen Protector”, impulsada por el
estado judío hace dos semanas, ha arrojado hasta el momento más del millar de
muertos, la inmensa mayoría palestinos, además de una destrucción considerable
de la ciudad, dejando en escombros cientos de casas, hospitales, escuelas y
mezquitas.
Muchos consideran, con fundada razón, que
las acciones del gobierno israelí constituyen crímenes de guerra, y como tales
deben ser juzgados en algún momento por los tribunales internacionales, cuando
esta era de impunidad y manto de silencio, que mantienen las grandes potencias
de Occidente sobre el régimen sionista, caiga definitivamente ante la fuerza de
los hechos
Algunos gobiernos han propuesto el cese de
hostilidades como paso previo para la solución del problema. En realidad, todo
alto al fuego es a la larga una simple tregua, hasta la siguiente escalada del
ejército hebreo, mientras las Naciones Unidas apenas pueden habilitar pequeñas
zonas de refugio, que son insuficientes para los miles de habitantes del barrio
este de Shejaiya que han emprendido un impresionante éxodo. Los halcones de la
derecha israelí, encabezados por el siniestro Avigdor Lieberman, ministro del
exterior, deben estar locos de contento, mientras en las calles ensangrentadas
de la castigada Gaza caen abatidos niños absolutamente inocentes, alcanzados
por los temibles drones, artilugios teledirigidos por asesinos cibernéticos a
distancia, parapetados en sus cómodas cabinas de videojuegos a miles de
kilómetros del lugar de los hechos.
Ni John Kerry, ni Ban Ki-moon lograrán
frenar la arremetida israelí, mientras el cada vez más decepcionante presidente
Obama trata de justificar el proceder de su aliado en el Medio Oriente apelando
al derecho de defensa de un Estado frente a los ataques terroristas de grupos
radicalizados islámicos. Es penoso tener que escuchar las declaraciones de un
líder político, que en sus inicios fue una gran promesa, sirviendo de apañador
crónico de actitudes genocidas de un Estado moderno en pleno siglo XXI.
Israel ha incumplido todos los acuerdos y
mandatos de Naciones Unidas sobre el territorio que le fue asignado a
Palestina, estrechándola cada vez más en dos enclaves que prácticamente tiene
colonizados, especialmente Cisjordania, donde la sistemática política de
asentamientos judíos no hace sino ver cómo los habitantes palestinos son reducidos
a vivir en barrios aislados unos de otros por la presencia de las barreras que
han establecido los colonos judíos.
Pero lo que ocurre en Gaza supera toda
consideración humanitaria, pues los tanques y los misiles israelíes están
devastando zonas densamente pobladas del territorio palestino, exhibiendo ante
los ojos del orbe azorado, todo su poder y su soberbia, actuando movidos por la
vieja ley del Talión, gracia que les permite el padrinazgo de la menguada
superpotencia, y que el resto moral del planeta, casi en silencio, condena de
la manera más enérgica.
Lima, 26 de julio de 2014.