Con la decapitación de Peter Kassig, un ex
combatiente del ejército estadounidense en Irak y cooperante en Siria, se
cierra al parecer, aunque sea momentáneamente, una cadena de ejecuciones
atroces que ha perpetrado a lo largo de este año el Estado Islámico (EI) y
alguna otra organización yihadista.
Anteriormente habían perdido la cabeza
otros cinco ciudadanos occidentales, dos estadounidenses, dos británicos y un
francés, a manos de movimientos fundamentalistas islámicos, constituyéndose en
una cruel parábola que exhibe el sinsentido por el que marcha el mundo en estos
tiempos.
Los periodistas norteamericanos James
Foley y Steven Sotloff, los cooperantes británicos David Haines y Alan Henning,
más el francés Hervé Gourdel, han perdido literalmente la parte más noble del
cuerpo humano en medio de un paisaje lunar, vestidos con un traje naranja y
arrodillados al costado de su verdugo, cubierto totalmente de negro y
blandiendo una amenazadora cimitarra cual heraldo negro que anuncia la muerte.
Todos ellos habían sido secuestrados meses
antes, generalmente en Siria, en el marco del nacimiento del Califato que la
agrupación Estado Islámico (ISIS, en sus inicios) decretó en parte de los
territorios de Siria e Irak. La coincidencia de que todos los ejecutados
pertenezcan a naciones protagónicas de Occidente, se debe justamente a que sus
países han liderado las acciones bélicas para hacer frente a dicha pretensión
política de los extremistas musulmanes. Estados Unidos, secundado especialmente
por el Reino Unido, se embarcó en una campaña para acabar con la naciente
entidad política que según su punto de vista constituye una seria amenaza para
la paz en la región.
Además, una forma de obtener recursos para
sus objetivos políticos era precisamente a través del secuestro, pues así conseguían
jugosos rescates de parte de las naciones a las que pertenecían las víctimas.
Pero si ello fue posible con países europeos como Alemania, Francia o Países
Bajos, Estados Unidos siempre fue reticente a prestarse a esos intercambios, lo
mismo que ahora el Reino Unido, razón por la que sus ciudadanos en juego hayan
tenido este triste final.
Se sabe que entre los autores de estas
bárbaras ejecuciones se encuentran jóvenes europeos, preferentemente franceses
e ingleses, que habrían abrazado la causa de estas organizaciones radicales en
los meses previos a su aparición en los videos, que luego han sido colgados en
los portales de internet. Convertidos en luchadores de las guerras que
promueven en el Medio Oriente, han sido detectados a través del acento con el
que se dirigen en los mensajes que sirven de colofón a las vidas de estas
inocentes víctimas.
Todo hace pensar que Monsieur Guillotin ha
entronizado su práctica en pleno siglo XXI, gracias a estos combatientes
integristas con ínfulas de cruzados del medioevo. El paisaje es invariable: un
paisaje desértico, dos hombres en posiciones diametralmente opuestas, uno en
traje invariablemente naranja, y el otro siempre de negro, partícipes de un
salvaje ritual que concluye con el feroz corte que el segundo le inflige al
primero hasta desprenderle la cabeza del cuerpo y luego exhibirla sangrante a
sus pies.
No hay imagen más reveladora de lo que ha
venido a significar el mundo en nuestros días, la cruel metáfora de una época
que ha perdido todos los valores que alguna vez sirvieron para edificar estas
civilizaciones, el espejo perfecto de una especie que ha abandonado la razón
para rendirse al sangriento vasallaje de las ortodoxias y los fundamentalismos
en todas sus formas, la demostración cabal de cuál ha de ser el destino de una
humanidad que parece marchar aceleradamente a su declive fatal.
Lima,
29 de noviembre de 2014.