sábado, 28 de febrero de 2015

Prohibido leer


     En Fahrenheit 451, Ray Bradbury postula una sociedad del futuro en la que los libros, y por lo tanto leer, están prohibidos, realidad que pavorosamente no está alejada de nuestros días, pero no porque exista una especie de Tribunal del Santo Oficio que envíe a la hoguera los textos que considera herejes, o porque el avance de la tecnología los haya convertido en objetos prescindibles, sustituyéndolos para siempre del mercado editorial, sino porque esa prohibición provendría, y esto es lo más terrible, de nosotros mismos, es decir, que el propio ser humano habría abdicado para siempre de su capacidad de leer, reemplazándola por otras actividades ancilares que ciertamente nunca podrán superar a aquella actividad eminentemente espiritual que no admite paralelos.

     En esta sociedad distópica que pinta Bradbury, los libros han desaparecido de la existencia de los hombres por razones prácticas, incinerados por disposición de los poderes fácticos, debido a su comprensible inutilidad. Es un mundo dominado por la máquina, que ha terminado enseñoreándose en la vida común y corriente de la gente, a tal punto que basta apretar unos botones o accionar otros dispositivos electrónicos para obtener las comodidades que uno busca y sentirse servidos y contentos.

     El protagonista, Guy Montag, es un bombero que ejecuta su tarea de una manera inversa a como concebimos la labor de los hombres de rojo. Claro, no sólo él, todo el cuerpo de bomberos está abocado no a apagar incendios, sino a provocarlos –en vez de mangueras usan lanzallamas–, sobre todo si llega a enterarse que en determinada casa o departamento alguien alberga estos sedicentes y subversivos objetos, considerados peligrosos por el poder establecido. Es lo que le sucede a la mujer en los primeros capítulos de la novela, a quien le descubren, al parecer por una delación, una biblioteca entera en su departamento; llegan los bomberos y proceden a ejecutar su labor, ella se resiste y decide no abandonar su valiosa colección, entonces sucede lo inevitable: ella también sucumbe a la furia piromaniaca.

     Pero llega un momento en que Montag enferma y, reflexionando sobre su labor, se rebela, se cuestiona a sí mismo y decide no ir más a trabajar. Su mujer, Mildred, lo apoya y va más allá: le pide que abandone a los bomberos y deje de quemar libros. El capitán Beatty, su jefe, lo llama para indagar por su salud y luego visita a la pareja en su departamento para convencer a Montag de que tiene que reincorporarse al servicio. A regañadientes, vuelve a la compañía. Suena la alarma mientras Beatty y otros compañeros juegan a las cartas. Todos se preparan para el llamado, las salamandras rugen por las calles de la ciudad en medio del estrépito y el ulular de sirenas. Llegan a la casa y Montag descubre, con estupor, que es la suya.

     Previamente, Montag había conocido en la calle al profesor Faber, un temeroso defensor de los libros, obligado a prescindir de ellos, pero quien devuelve a nuestro héroe el respeto y la consideración que merecen. Quizá a instancias suyas, algunos ejemplares guardaba Guy en su casa, se los muestra a Mildred y en ese momento sienten una extraña presencia en la puerta: es el Sabueso Mecánico que olfatea en busca de infractores de la ley. Y un día que comete la imprudencia de recitar poemas en presencia de las descocadas amigas de Mildred, termina por delatarlo de modo indubitable.

     Montag es obligado por Beatty a quemar su propia casa, pero luego de proceder al infausto acto, quema también al capitán apuntándole con el lanzallamas, asimismo a dos bomberos y al Sabueso Mecánico que se le abalanzó para inyectarle su veneno en la pierna. Salva cuatro libros y se aleja cojeando. La policía emprende su persecución con helicópteros. Casi es arrollado por un auto conducido por irresponsables adolescentes, que lo insultan y vejan impúdicamente. Llega a la casa de Black –uno de los bomberos– y da la alarma; llegan las salamandras para incinerar la casa. Enseguida se presenta en la casa de Faber, donde se entera por la televisión que otro Sabueso Mecánico llegará para salir en su busca.

     El protagonista se refugia en el río, donde puede despistar al Sabueso, luego sale a un campo de heno donde se encuentra con una comunidad de hombres que preservan el conocimiento como si fueran libros. Ve con estupor cómo el Sabueso y la policía dan la caza a un supuesto Montag en la ciudad. Es un hombre cualquiera, evidentemente, a quien han ultimado como si fuera el verdadero.

     Empieza la guerra, que dura un instante, y la ciudad es destruida por las bombas que la convierten en un montón de polvo y cenizas. Un final apocalíptico se cierne sobre el mundo, mas Montag, Granger –el líder del grupo de sabios– y los suyos irán despertando lentamente de los efectos de la gran hecatombe. El mundo podrá volver a reconstruirse gracias a la presencia de estos hombres que han preservado en su memoria el saber de la humanidad. Quizás es una nota de esperanza al final de un mundo que ha llevado al extremo su sumisión por las cosas.

 

Lima, 19 de febrero de 2015.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario