sábado, 7 de marzo de 2015

El caso Nisman


     El 18 de enero de este año apareció muerto, en el baño de su departamento en un exclusivo barrio de Buenos Aires, el cuerpo del fiscal Alberto Nisman, quien estaba a cargo de las investigaciones del horroroso atentado terrorista contra el local de la Asociación Mutualista Israelita Argentina (AMIA), perpetrado el 18 de julio de 1994 y que costó la vida de 85 personas, además de decenas de heridos y múltiples daños materiales de gran consideración.

     Había regresado intempestivamente de España, donde se encontraba de vacaciones con su hija y su ex esposa, para presentar una denuncia formal ante la justicia de su país contra la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y el ministro de Relaciones Exteriores Héctor Timerman, entre otros, por el supuesto delito de encubrimiento de los autores, la mayoría de ellos de nacionalidad iraní, que habrían cometido el reprobable crimen. Lo curioso es que lo hizo en plena temporada de feria judicial, que es como en aquel país llaman al receso de fin de año. Al día siguiente, es decir el lunes 19, debía presentarse ante el Congreso de los diputados para sustentar los puntos esenciales de su alegato.

     Es misteriosa la circunstancia de la muerte de Nisman, que algunos atribuyen a un caso típico de suicidio, pues se encontró el arma que habría usado a pocos centímetros del cuerpo, así como el orificio de entrada de bala en la sien disparada desde una distancia de menos de un centímetro, según los resultados de los peritos forenses; y, lo más importante, la ausencia de otras huellas en el escenario del crimen. El arma, una vieja pistola de poca envergadura, le fue facilitada días antes, y a instancias del propio Nisman, por Diego Lagomarsino, un técnico informático que laboraba a órdenes del fiscal.

     Según la acusación de 2006, Nisman señalaba como autor intelectual a Irán y al grupo extremista libanés Hezbolá como el ejecutor material. Al respecto, el poeta y periodista argentino Juan Gelman, siempre agudo y lúcido, señalaba -en un artículo publicado en el diario Página 12, el 20 de julio de 1994, a escasos días del atentado-, lo siguiente: “No creo en la teoría de la conspiración extranjera. En las entrañas del país, también inextricablemente unido a él, pasea el monstruoso animal de la supresión del otro.” No debemos olvidar que Gelman tenía origen judío y que lo decía alguien que padeció, tal vez como ninguno, la vesania del régimen militar de 1976.

     Pero en fin, las investigaciones siguieron otro camino y a pesar de las evidencias en contrario, el fiscal Nisman perseveró en su intento de involucrar a la mandataria argentina y a su ministro más importante. Basado en el Memorándum de Entendimiento que suscribieron los gobiernos de Argentina e Irán en el año 2013, abonó su tesis de que lo que buscaba la Casa Rosada era cubrir con el manto de la impunidad el hecho execrable, con el propósito de obtener beneficios económicos de índole comercial en relación con el país árabe.

     Apenas si es necesario señalar que los supuestos beneficios jamás se presentaron, pues nunca hubo evidencia de que los hipotéticos acuerdos entre Buenos Aires y Teherán se hayan convertido en palpable realidad. Esa es la razón por la que el juez Daniel Rafecas haya desestimado las imputaciones del fiscal asesinado y las que ha proseguido luego Gerardo Pollicita, su substituto en el cargo, quien por cierto tampoco ha querido presentarse ante el Congreso para sustentar los cargos que debió presentar en su momento el fiscal Nisman. Para el juez de la causa no hay ningún indicio probatorio de las acusaciones de éste. Tampoco se ha podido probar que Timerman se haya reunido con Noble, el Secretario General de la Interpol, para presionar que se den de baja las notificaciones rojas para detener a los implicados. El mismo Noble ha desmentido el hecho.

     Pero más allá de la polémica y la incertidumbre que reina en el ámbito estrictamente judicial, la muerte de Nisman tiene claras implicancias políticas, tanto por la labor que desempeñaba desde que el desaparecido presidente Néstor Kirchner lo nombró para el cargo, como por haber involucrado en el caso a nada menos que la primera mandataria de la nación en un momento particularmente álgido, estando a la vista las próximas elecciones generales de este año y ante el embate de sectores de la oposición que podrían aprovecharse de esta situación para debilitar aún más al gobierno que ingresa a la recta final de su periodo.

     Han aparecido en estos días una grabación de la cámara de seguridad del aeropuerto, siguiendo los pasos de Nisman a su regreso a Buenos Aires; una supuesta novia del fiscal, de apenas 25 años y que hasta ahora nadie conocía, excepto la empleada que laboraba para aquél; así como los resultados del equipo forense que la exesposa de Nisman contrató para el caso, que concluirían, según sus propias declaraciones, en que se trató de un homicidio. Son elementos, sin duda, que la justicia tendrá que aquilatar en las próximas semanas.

     Si fue un suicidio, un suicidio asistido o un asesinato, sólo podremos saberlo si la justicia hace su papel como es debido; no obstante, si tenemos en cuenta que después de dos décadas del atentado de la AMIA no hay un solo acusado ni menos condenado, poco aliciente quedará para el optimismo en un caso como éste que ha remecido a la sociedad argentina, y que lo único que pide –como si fuera poco– es justicia y acabar para siempre con la impunidad.

 

Lima, 2 de marzo de 2015.  

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