sábado, 7 de marzo de 2015

Sor Juana Inés de la Cruz: Señora de los signos


     En 1982, Octavio Paz publicó Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe (FCE), su monumental ensayo dedicado a la poetisa mexicana del siglo XVII, considerada por unanimidad como la mayor exponente de la poesía castellana del barroco hispanoamericano, y como una de las cumbres de la historia de la literatura española y universal. Un querido amigo, lastimosamente fallecido en circunstancias trágicas, me comentó algunos años después que su hermana le había conseguido el libro. Ella laboraba, probablemente lo siga haciendo todavía, en la biblioteca del Convento de San Francisco, de donde el libro pasó a manos de este amigo que, muy entusiasmado, me relataba sus primeras impresiones del formidable ensayo del escritor mexicano.

     Yo hervía de curiosidad, prometiéndome que en mi próxima incursión por las librerías, cosa que hacía con relativa frecuencia, me haría con un ejemplar. Tuvieron que pasar otros años para que mi sueño fuera cumplido. Es así que a fines de diciembre de 1997, cuando ya el poeta había obtenido el Premio Nobel de Literatura, y coincidiendo con la fecha de mi cumpleaños, tuve la dicha de obsequiarme el valioso texto, cuya tercera edición de 1983 he vuelto a leer con la misma fruición y el mismo apasionamiento con que lo hice por primera vez hace ya 17 años.

     La vida y la obra de Juana Asbaje Ramírez se engarzan admirablemente en el enjundioso estudio que Octavio Paz ha escrito con una paciencia y una consagración únicas, como si acometiera la empresa mayor de su vasta producción ensayística. Su origen modesto en una familia provinciana, su condición de hija natural –como eufemísticamente se decía de la bastardía–, su traslado a la capital en busca de mejores oportunidades y su posterior ingreso a la Congregación de San Jerónimo, como monja de clausura, están relatados en paralelo a la aparición de sus primeros tanteos literarios, el descubrimiento de su vocación por el saber y su consagración final a las letras.

     El autor nos recuerda que las opciones de vida para una mujer en la sociedad colonial eran bastante estrechas: el matrimonio o el convento. Ante esta tajante disyuntiva, y en vista de su rechazo temprano por la vida conyugal y su natural inclinación por el estudio y los libros, la elección no le ofrecía mayores alternativas. Su ingreso a la vida monacal podía servirle mejor a sus propósitos, pues como dice Octavio Paz, “se encerró en un convento no para rezar y cantar con sus hermanas sino para vivir a solas con ella misma.” La decisión de tomar los hábitos sería el primer cambio fundamental en la vida de esta admirable mujer que daría luego tanto que hablar a los siglos venideros.

     Protegida por los virreyes de la Nueva España, teniendo una relación particularmente intensa con la virreina, amparada espiritualmente por prelados amigos que al principio le sirvieron de guía, Sor Juana pudo dedicarse libremente a sus quehaceres literarios en el sosiego que le permitía la vida en el convento. Los ruidos y los vaivenes de sus hermanas, ella lograba aplacarlas en el retiro silencioso de su celda, donde comenzaría a dar forma a sus primeras creaciones de envergadura, aquellas que le darían fama y prestigio, así como el reconocimiento admirado de sus lectores en diferentes rincones del continente y España.

     Fuertemente influida por el hermetismo neoplatónico del notable jesuita alemán Atanasio Kircher, y “la coloración ‘egipcia’ de sus lecturas y aficiones intelectuales”, Sor Juana desplegaría su vocación intelectual en las ciencias de la astronomía y la física, tanto como lo hacía magistralmente en la versificación, a través de una variada gama de formas poéticas, como fueron los romances, las silvas, las redondillas y los villancicos que compuso para diversas ocasiones. Estaba dotada por el cielo tanto para el saber como para el arte, pues reunía los dos requisitos esenciales, a decir de Octavio Paz, que debe poseer el intelectual: el amor por las ideas y la pasión por el conocimiento. Y en cuanto a la poesía, su gran destreza y versatilidad para la composición de versos, la admirable maestría en el dominio del idioma, hacen que su figura se pueda situar tranquilamente entre la de los grandes creadores del siglo de oro español, junto a un Góngora, un Lope y un Quevedo. Para confirmarlo están allí sus libros, especialmente el auto sacramental Divino Narciso y el poema filosófico Primero sueño, quizás lo más logrado de su producción. En palabras de Octavio Paz, Primero sueño es “uno de los textos más complejos, rigurosos e, intelectualmente, más ricos de la poesía de lengua española”. Su tema, el ascenso y caída del espíritu en sus ansias de conocimiento, es único en la poesía universal, hasta la aparición, dos siglos después, del poema más emblemático de Guillaume Apollinaire. Es decir, la monja mexicana cumplía a cabalidad las tres condiciones que señalaba Eliot para ser un gran poeta: excelencia, abundancia y diversidad.    

     Su suerte variaría de signo luego de algunos acontecimientos políticos y sociales que vivió la sociedad novohispana a finales del siglo XVII. Su estrella empezaría a declinar a partir de ciertos sucesos, como la partida de sus amigos los virreyes y la asonada popular que sacudió la ciudad de México a raíz de malos manejos en la administración colonial. Pero sobre todo, lo que terminaría precipitando su caída, fue la carta que escribió a su amigo y protector, el obispo de Puebla Manuel Fernández de Santa Cruz, donde se atrevía a discutir y poner en tela de juicio ciertas cuestiones teológicas sostenidas por el padre Vieyra, un reputado teólogo portugués que gozaba de gran ascendencia entre la jerarquía oficial. En dicho texto, y mucho más todavía en la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, artificio literario de que se vale para dirigirse al mismo clérigo, Sor Juana hace una descarnada defensa de su vocación literaria y de los derechos de la mujer al estudio, hecho éste que la convierte en una especie de adelantada, o precursora si se quiere, del feminismo, movimiento impensable en su época. El autor explica la índole de la inquina eclesiástica contra Sor Juana: “La monja encarnaba una excepción doble e inoportuna: la de su sexo y la de su superioridad intelectual.”

     El escándalo que rodea este incidente, hace que su confesor, Antonio Núñez de Miranda, le retire sus auxilios y la palabra, pues entiende que el destinatario directo del provocador texto era nada menos que el todopoderoso Francisco de Aguiar y Seijas,  Arzobispo de México, conocido por su severidad y su misoginia. Sor Juana, perdidos el apoyo y la seguridad que le brindaban desde Palacio, es obligada a abjurar de las letras, en uno de los procesos más tristes y devastadores de la historia de las persecuciones de las ortodoxias hacia las voces siempre disidentes del arte y el pensamiento. Estamos en 1693, luego de lo cual sobrevendrá sobre la ciudad una peste que terminará diezmando a la población de la colonia; la madre Juana, reducida a las penitencias y las disciplinas del convento, sucumbirá a la plaga en medio de sus labores de asistencia y solidaridad con sus hermanas, falleciendo en 1695 a los 46 años de edad.

     En 1990, la cineasta argentina María Luisa Bemberg, llevó a la pantalla grande un guion basado en el libro del poeta mexicano, con el título de Yo, la peor de todas –así acostumbraba firmar sus cartas Sor Juana en los últimos años–, donde destaca la actuación de la actriz catalana Assumpta Serna, quien encarna de un modo convincente y conmovedor a Sor Juana. Pero más allá de esto, es imposible reflejar en el cine toda la riqueza conceptual, las discusiones filosóficas y teológicas, el cotejo de las ideas puestas en juego por el autor y toda una gama de cuestiones teóricas, doctrinarias e ideológicas que sólo el libro puede contener adecuadamente.   

     Por todo ello, resulta ejemplar la peripecia vital de una mujer que en muchos sentidos es un símbolo, una singularidad en el panorama de la cultura del siglo XVII novohispano, una figura que resume su significado en la imagen mitológica de Isis, la diosa egipcia de la sabiduría, la señora de los signos.

 

Lima, 6 de marzo de 2015.  

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario