jueves, 12 de marzo de 2015

Retrógrados


     Ese es el calificativo que les ha endilgado el congresista Carlos Bruce, principal promotor de la ley de unión civil, a los miembros de la Comisión de Justicia del Congreso, que por votación mayoritaria han decidido archivar el proyecto respectivo, después de un intenso debate en la sede del poder legislativo. Y para ello le asiste perfectamente toda la razón, pues no otra cosa puede ser una mentalidad cerrada de una manera obtusa a todo lo que signifique el progreso de la civilización en cuanto al reconocimiento de derechos iguales para todos los ciudadanos.

     Arcaicos, primitivos, anti históricos, antediluvianos, serían también calificaciones válidas para quienes asumen posturas tan dogmáticas y ortodoxas en materia de derechos humanos, pues ese es el terreno donde debe situarse la discusión sobre si las personas del mismo sexo tienen derecho o no a unirse libremente como la ley les reconoce a los heterosexuales. Efectivamente, son retrógrados quienes haciéndose eco de prejuicios, creencias y supersticiones, así como sacando a relucir sus posturas claramente homofóbicas e inquisitoriales, pretenden detener la marcha de la historia, erigirse en baluartes de la moral y condenar a un sector importante de la sociedad a ser ciudadanos de segunda categoría.

     Pero no nos quedemos en los adjetivos, vayamos ahora a lo sustantivo, es decir, a los argumentos que esgrimen estos aprendices de Torquemada, a las ideas que ponen en juego para, supuestamente, demostrar que tienen la razón. Lo primero a que apelan para validar sus puntos de vista es al asunto religioso, con todo ese rollo aquel de que dios creo varón y mujer y que eso es lo normal y patatín y patatán. Por muy respetables que sean las creencias religiosas, ellas deberían quedar relegadas al ámbito estrictamente  personal y privado de cada quien, y no convertirse en parámetros que luego pretenden imponerse a toda la sociedad. Una cosa son las creencias y otra son las ideas, no se deben confundir al momento de pensar la realidad. Cuando uno antepone sus creencias al juzgar los hechos, irremisiblemente caerá en el prejuicio, en la idea preconcebida, que a como dé lugar tratará de calzar con la realidad. Eso se llama racionalización.

     En segundo lugar, se presentan con el sambenito aquel de que los hijos se confundirán, que no podrán entender por qué tienen dos padres o dos madres, y que ello les acarreará problemas de índole psicológica o moral. Pamplinas; las personas, incluidos los niños por supuesto, puede muy bien entender la realidad si ella les es explicada adecuadamente, no son minusválidos mentales que se mueven por el mundo con inmensas anteojeras ideológicas o de cualquier otro tipo. Por lo demás, el proyecto en cuestión no contempla el caso de adopciones, debate que llegará en su momento, y el verdadero daño psicológico se produce cuando las personas son obligadas a vivir en la hipocresía y el temor, perseguidas y señaladas por ser diferentes. Ser homosexual no debe ser un estigma, pero posiciones como esa acentúan la exclusión y la marginalidad de una porción significativa de la población. Si por datos estadísticos sabemos que aproximadamente el 10% de la población posee una orientación sexual distinta a la heterosexual, estamos hablando, en el caso del Perú, de cerca de 3 millones de personas.

     Aducen también que para poblar la especie se necesitan del hombre y de la mujer, y por lo tanto es contranatura la unión de dos personas del mismo sexo. Este argumento no resiste el menor análisis, pues en primer término si un hombre decide juntarse con otro hombre no está pensando necesariamente en tener hijos, o procurárselos del modo que sea, sino vivir de acuerdo a sus necesidades biológicas, teniendo como único objetivo lícito aquello que todos buscamos en este mundo: ser felices. La procreación es una de las facetas de la vida sexual humana y animal, sin embargo hay una dimensión estética de la sexualidad que es el erotismo, privativo de los seres humanos y rasgo diferenciador de su condición. Un pensamiento reduccionista termina empobreciendo la vida del hombre y confinándolo a ser un mero agente de la propagación de la especie.

     Tampoco atenta contra la institución familiar, como repiten hasta el hartazgo los llamados defensores de la familia. Al contrario, la unión civil consagra un nuevo tipo de familia que enriquece la institución jurídica. Siendo su objetivo central el garantizar la transmisión de los bienes patrimoniales de las personas, no le hace ninguna mella a la familia tradicional que todos conocemos. No veo de qué manera el que dos seres decidan libremente unirse para compartir sus vidas y sus bienes, pueda afectar el tipo de familia heterosexual que la mayoría practica. Es sencillamente una falacia achacar a aquella forma de unión del deterioro de ésta.

     Por último, esgrimen la peregrina tesis de que son un mal ejemplo para los niños y para la sociedad en su conjunto. El afecto que se prodigan dos seres humanos nunca puede considerarse un mal ejemplo, como sí lo son la intolerancia, los prejuicios, la hipocresía, la pacatería, la pudibundez, la estupidez que pretenden hacernos tragar con una dosis apropiada de moralina. Y hablando de esto último justamente, apenas si es necesario mencionar las declaraciones de un congresista, que votó a favor del archivamiento, citando nada menos que a Hitler para avalar sus puntos de vista. Es decir, que se puede apelar a cualquier cosa, hasta a razonamientos absurdos, con el fin de apuntalar argumentos deleznables y anacrónicos. Bien decía Einstein que existen dos infinitos: el del universo y el de la estupidez humana, aunque del primero no estaba tan seguro.

 

Lima, 12 de marzo de 2015.      

3 comentarios:

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  2. Aquí hay una respuesta para lo que plantea en su blog. ¿Retrógradas por no aceptar aquello? Retrógrado es pensar que quien está en contra lo es. Le adjunto el vínculo. https://elblogdeldisidente.wordpress.com/2015/03/10/union-civil-once-preguntas-y-respuestas-contra-el-lobby-gay-para-no-tan-dummies/

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  3. Retrógrado es aquella persona que se niega a aceptar lo que el sentido común nos hace evidente: que los seres humanos debemos tener los mismos derechos y gozar de las mismas prerrogativas, sin consideración de su color, religión, sexo ni ninguna otra diferencia natural o cultural.

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