sábado, 21 de noviembre de 2015

Elecciones 2016: perspectivas

        A punto de iniciarse una de las campañas políticas más intensas, desabridas e inquietantes de los últimos tiempos -estando en la etapa oficial de las definiciones de las candidaturas a través de unas elecciones internas que tienen más de meros espectáculos de vodevil que de auténticos ejercicios democráticos de participación ciudadana, sobre todo a juzgar por lo sucedido en un partido tradicional y por lo que se avecina en las demás tiendas políticas, excepción hecha de un frente de la izquierda-, es bueno traer a la memoria del futuro elector algunos aspectos esenciales que puedan orientar mejor su elección.
     Me preguntaba hace unos meses, ante el panorama desolador de nuestra escena política, sobre quién podría encarnar una alternativa decente en las elecciones presidenciales del próximo año, y la respuesta no la encontraba por ninguna parte. Era sencillamente desconsoladora la sola idea de pensar que uno de los figurones que encabezan, dizque las encuestas de intención de voto, pudiera alzarse con el triunfo en las jornadas de abril del 2016.
     ¿No hay mejores opciones que éstas?, ¿es que no nos merecemos algo distinto?, ¿estamos condenados a sufrir gobiernos desastrosos que nosotros mismos elegimos cada cinco años?, eran algunas de las interrogantes que me acuciaban insistentemente, al contemplar cómo la hija de un expresidente sentenciado por ladrón y asesino, un exministro al servicio invariable de las grandes corporaciones, un exmandatario con serios cuestionamientos sobre su conducta en materia de política antinarcóticos, otro con graves acusaciones que aún se ventilan en la justicia, eran los nombres que sonaban con más fuerza en la opinión pública para el recambio presidencial del próximo año.
     En medio de este gris pesimismo y casi sin ningún atisbo de luz en el horizonte, se yergue de pronto la inmortal esperanza en la forma de una promesa que vuelve a despertar los ánimos deshechos por años y años de experiencias nefastas, sumido en decepciones y traiciones propinadas por esta impresentable clase política. Aunque racionalmente no hubiera cupo para la ilusión, una tendencia natural de lo humano nos lleva a veces a rendirnos a esa fuerza desconocida gobernada por el instinto y la intuición. Pues como decía el maestro Ernesto Sábato, si la angustia es la prueba ontológica de la nada, la esperanza lo es del sentido de la vida; en este caso, de nuestro futuro político.
     Se ha dicho que, así como ha sucedido en numerosos países latinoamericanos, ya es tiempo de que una mujer asuma la conducción política del Perú, más allá de si este argumento pueda considerarse sexista o no pase de la simple mención anecdótica, pues es verdad también que, independientemente del género, quien gobierne un país debe hacerlo basado en consideraciones programáticas e ideológicas que fundamenten su propuesta de gobierno, y que reciban el respaldo de una ciudadanía informada y conocedora de sus derechos.
     Si en el Perú ha llegado el momento en que una mujer sea elegida presidente de la República, ella tendría que ser, entre aquellas que figuran como candidatas, no alguien que exhiba un dudoso pasado como parte de un régimen que pisoteó los derechos humanos y convirtió nuestro país en un chiquero moral, que avaló con su silencio convenido o su abierta complicidad, todas las tropelías que se cometieron en contra de la frágil democracia que empezaba a construirse, la heredera de una década ignominiosa de la historia política reciente, aquella que por puro oportunismo electorero busca desmarcarse de sus reales principios autoritarios, lavarse la cara con un discurso insólito ante una universidad estadounidense, cuando vemos que tras su aparente fachada de demócrata ejemplar, se esconden y cobijan viejos dinosaurios de ideas trasnochadas y posturas anacrónicas. No podría serlo aquella que encarna una forma de gobernar basada en la confrontación y la imposición, en el desconocimiento de los errores cometidos en el régimen del que fue parte, y en la defensa de los peores aspectos de esa década infame en que su padre, ahora preso, transformó al Perú en una satrapía oriental, con los ingredientes más sórdidos y truculentos de una novela negra.
     Es verdad que no hay muchos motivos para ser optimistas a estas alturas, pero no darle cabida aunque sea a una pizca de esperanza, es abandonarse irremediablemente en brazos de la más oscura desesperanza, antesala del nihilismo y la muerte. ¿Hay alguien que puede devolvernos esa brizna de ilusión que logre salvarnos del caos en esta noche profunda que vive nuestra democracia?

Lima, 3 de noviembre de 2015.  

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