He aguardado con gran expectativa los
resultados de la segunda vuelta electoral en Francia, donde finalmente ha
obtenido la victoria el candidato social liberal Emmanuel Macrón, líder del
movimiento En Marche!, fundado apenas
hace un año y catapultado al palacio del Elíseo de la mano de este joven
banquero de 39 años, ex ministro de economía y representante de la centro
derecha francesa. No era, quizás, la mejor opción, pero era la única
alternativa ante la amenaza retrógrada que significaba la agrupación neonazi
rival.
Los peores temores que abrigaba el mundo
democrático, con los antecedentes del brexit
en el Reino Unido y el ascenso a la Casa Blanca del inefable Donald Trump, se
han disipado por ahora, pues no se puede decir que el Frente Nacional, el
partido de la ultraderechista Marine Le Pen, haya sido totalmente derrotado,
pues desde que su fundador y padre de la actual lideresa pasara a la segunda
vuelta en las elecciones del 2002, obteniendo una votación cercana al 20%, el
apoyo a sus propuestas no ha cesado de crecer, favorecido por una realidad
social y económica que no ha hecho sino deteriorarse en los últimos años,
cundiendo el descontento y la decepción con las políticas liberales en amplios
sectores de la sociedad francesa.
Aupada a una campaña basada en noticias
falsas, apelando conscientemente al miedo y con posiciones claramente
xenófobas, antiinmigracionistas y contrarias a la Unión Europea, Marine Le Pen
ha conquistado un importante 33% del electorado, sin rozar, sin embargo, su
gran objetivo político de alcanzar el 40% de votos. Mientras que Macrón, merced
a un discurso europeísta, respetuoso de los valores republicanos y apelando
constantemente al diálogo, ha obtenido un 66%, que lo sitúa como el flamante
presidente de la V República.
Es singular en varios sentidos el historial
de quien será el sucesor del socialista Francois Hollande; pues aparte de que
será el presidente más joven del país de Voltaire y Víctor Hugo, su vida parece
el guion extraído de una novela. A los quince años, siendo todavía un
estudiante secundario, se enamoró de su maestra de teatro y francés, 23 años
mayor, de quien sus padres trataron de apartarla llevándolo desde su natal
Amiens a estudiar a París, pero el joven ya había prometido algo que cumpliría
con la puntual aquiescencia de un caballero: casarse con la mujer que había
deslumbrado su corazón y sus sueños. Ella se divorció de su primer marido y se
fue a vivir con este bisoño aprendiz de finanzas, una unión que ha perdurado a
pesar de las diferencias de edad porque está hecha, sin duda, con la sólida
materia del sincero afecto y la lealtad invulnerable.
Por otra parte, encuentro un gran parecido
con lo sucedido en el Perú el año pasado en las elecciones de la segunda
vuelta, donde igualmente una candidata que concitaba profundo resquemor en los
ámbitos democráticos fue impedida de llegar a la presidencia por un amplio
abanico de fuerzas que haciendo un esfuerzo supremo evitaron que el Perú
repitiera su historia a través de un régimen que hubiese encarnado las
prácticas y los principios de la época más nefasta de su historia reciente. En
Francia, el fascismo encubierto que representa Le Pen ha sido barrido por el
electorado, poniéndose a salvo todo aquello que simboliza, mal que bien, el
país de la bandera tricolor, y que después de superado este serio susto, debe
encontrar su camino para convertirse en el otro gran pilar del proyecto
comunitario, conjuntamente con Alemania.
Es cierto, además, que en la insurgencia de
estos movimientos de extrema derecha en muchos países del viejo continente
tiene buena parte de culpa la propia clase política que ha estado al frente de
la mayoría de gobiernos de corte liberal y socialdemócrata, que en la última
década han enfrentado serios tropiezos para manejar una crisis que ha terminado
reacomodando el tablero político preexistente. Ya sucedió en España, hace poco,
y ahora en Francia los dos partidos que han usufructuado el poder desde la
Segunda Guerra Mundial –los Republicanos y los Socialistas–, han sido
desplazados a la condición de segundones en el escenario renovado que ha
estrenado esta elección.
Queda por verse, también, lo que sucederá
de aquí a un mes cuando se celebren las elecciones legislativas, lo que
significará la piedra de toque para la conformación del nuevo gobierno, estando
en perspectiva diversas alternativas que en la tradición francesa se han
ensayado en numerosas ocasiones. Pero lo mejor de todo es que, aunque sea por
breve tiempo, el peligro fascista ha pasado, lo cual no debe significar que se
deba bajar la guardia ante su arremetida en sociedades democráticas de gran
solera como la que ostenta la patria de Jean Paul Sartre y Albert Camus, dos
figuras representativas de la cultura gala del siglo XX.
Lima,
8 de mayo de 2017.
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