Uno de los poetas más notables del Perú
acaba de abordar su bíblica nave hacia mares ignotos, allá donde lo esperan aquellos
que se fueron antes para habitar la tierra áurea de los inmortales, esos
territorios de quimera que los dioses han destinado para el disfrute y el descanso de los magos de la palabra, los
hechiceros del verbo, demiurgos inconmensurables del verso, hijos de carne y
sangre de la poesía.
Nacido en un puerto de la costa norte del
país, Salaverry, adonde llegó su padre juez de primera instancia, Arturo
Corcuera vivió sus primeros años entre la arena, la playa y la fauna marina,
que dejarían su impronta en los ojos curiosos e inocentes de ese niño que ya
poseía el aura imborrable de la poesía. Su imaginación seguiría alimentándose
cuando la familia dejó la costa y se instaló en los feraces valles andinos,
donde encontró otros elementos que enriquecieron su vasta colección de animales
que luego irían a poblar sus versos.
Ganador de innumerables premios de poesía,
aquí y en el extranjero, adquirió renombre con un libro que ya es todo un
clásico de nuestras letras, Noé delirante,
publicado en 1963 por la editorial La Rama Florida, dirigida otro magnífico
poeta, Javier Sologuren, y que ha tenido más de una decena de ediciones. A lo
largo de más de cincuenta años el libro ha ido creciendo, ensanchando sus
dominios en el ámbito poético y consolidándose como la creación más afortunada
de Arturo Corcuera.
Recorrió el mundo invitado a diversos
encuentros y recitales de poesía, donde tuvo ocasión de conocer a grandes
poetas de otras latitudes, entre ellos al chileno Pablo Neruda, al español
Vicente Aleixandre y al caribeño Derek Walcott, todos ellos premios Nobel de
Literatura. Recuerda el poeta que cuando conoció a Aleixandre, a quien dio a
leer su famoso libro, éste le dijo que era muy difícil escribir poemas breves,
porque era como dar en el blanco con poco tiempo, pero que él lo había
conseguido.
Es que es difícil resistirse al encanto y a
la maravilla de los poemas que integran Noé
delirante, un auténtico fabulario lleno de insólitas metáforas, juegos
verbales, sentido lúdico de la naturaleza y un finísimo humor, no sin dejar
regado por uno y otro rincón, esa crítica social que también caracterizó al
poeta liberteño. Fábulas que están impregnadas de felices connotaciones
simbólicas y hallazgos sorprendentes que se solazan con el significado de las
palabras y las cosas.
Fácilmente reconocible en medio de una
multitud, por su nívea melena y su aguda mirada, Arturo Corcuera vivía en su
casa de Chaclacayo en medio de sus colecciones de libros, cuadros, grabados,
fotografías, esculturas, medallas y diplomas, obtenidos a lo largo de una vida
consagrada a las musas, a quienes debía servir día y noche, pues sino se iban
con otro, según lo aclaró en una de sus últimas entrevistas. Rodeado además de
un paisaje natural que hacía propicio el trabajo para el que su espíritu estaba
dotado con creces.
Siempre fue consciente Arturo Corcuera de
que el poeta nace y se hace, pues no es suficiente el haber llegado a este
mundo en la posesión de un don que te distingue del resto de los mortales, sino
que había que leer mucho, conocer, investigar, experimentar lo humano, vivir,
en una palabra, para tener el temple necesario de expresar a través de las
palabras esa peripecia fantástica de nuestro estar en la Tierra, y sobre todo
hacerlo con el talento y la destreza que logren cuajar en ese algo tan inasible
pero tan concreto como es la belleza, para asombro y deleite de los
privilegiados lectores que tengan la dicha de ser tocados por sus versos.
La muerte de un poeta nos empobrece como
especie, pues entraña la pérdida de una particular manera de sentir el
universo, una sensibilidad única que nos abandona. Mas tenemos en compensación
un valioso consuelo: su obra, el testimonio espléndido de su paso por la vida ataviado
con esa mirada alucinada y lúcida, reflexiva y delirante, la expresión cabal de
nuestra condición transmutada en esa sucesión de signos y sonidos melódicos,
paródicos y míticos que los griegos llamaron poiesis, es decir, creación, invención, el paso del no-ser al ser.
Lima,
24 de agosto de 2017.