sábado, 30 de septiembre de 2017

Memoria, justicia y verdad

    A raíz de la conmemoración de los 25 años de la captura del líder máximo de la organización subversiva PCP-SL, se han puesto en la mesa de discusión pública varios hechos de resonancia mediática. El primero de ellos se refiere al significado que tuvo esa época de violencia demencial que vivió nuestro país cuando un grupo de extremistas radicalizados en la ideología maoísta polpotiana decidieron llevar a la acción lo que en el vocabulario marxista se denomina lucha armada, desatando el terror en los poblados centro andinos para luego propagarse como un incendio de sangre por el resto del territorio nacional.
    El segundo, quiere detenerse en la reacción que tuvieron el gobierno y las fuerzas del orden ante tamaño desafío, que primero fue minimizado, para luego convertirse en una feroz carnicería de los dos bandos, situándose al medio la inocente población de hombres y mujeres, en su mayoría de origen humilde, que sufrieron el embate homicida por ambos frentes, dejando como saldo trágico cerca de 70 000 muertos, miles de desaparecidos y otros tantos heridos, desplazados, huérfanos y víctimas en general de la cruenta guerra interna, según cifras aportadas por la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR).
    El tercero, sobre el paciente trabajo de seguimiento que realizó el Grupo Especial de Inteligencia (GEIN) de la Policía Nacional, que en dos años de ardua búsqueda logró su objetivo con los métodos más racionales y científicos de que dispone un trabajo de esta naturaleza, a contrapelo de los medios utilizados por el régimen, que tuvo en el grupo Colina su epítome más siniestra y asesina. La caída del líder senderista demostró, pues, las enormes ventajas de una labor ajustada a los principios profesionales de la investigación, trayéndose abajo además el mito aquel de que el gobierno de Fujimori acabó con el terrorismo, estando demostrado hasta el hartazgo de que aquel ni su socio Montesinos no sabían nada de lo que estaba sucediendo, pretendiendo a última hora aprovecharse del acontecimiento.   
    El cuarto, la lamentable pasada renuncia del director del Lugar de la Memoria (LUM), Guillermo Nugent, motivado por presiones desde el Ministerio de Cultura a propósito de la muestra Resistencia Visual, que recoge un conjunto de obras de arte, entre fotografías, esculturas e instalaciones, sobre el año de 1992, emblemático en muchos sentidos, periodo en que se produjeron una serie de hechos de triste pero necesaria recordación, memoria que un grupo político, que avasalla desde el Congreso con sus invencibles gestos y burdos ademanes, pretende ocultar y acallar.
    Y por último, la reciente excarcelación de la bailarina Maritza Garrido Lecca, presa por terrorismo durante 25 años y ahora libre al haber cumplido su condena. Esto ha servido de pretexto para una grosera exhibición de periodismo barato a través de la televisión, principalmente, y de algunos comentarios no precisamente afortunados en la prensa escrita en momentos en que todos debemos contribuir a la sanación de las heridas que como país nos dejó la violencia. Las reacciones de un puritanismo destemplado, la chillandería de una turbamulta presta al linchamiento, la ignorancia y el odio en sus versiones más crudas, el torvo espectáculo de los buitres acechando en las redes sociales, los miedos exacerbados convenientemente de un vecindario que se niega a tener entre los suyos a quien han convertido en la apestada, la estigmatizada –la terruca, la llaman–, no son precisamente actitudes maduras de una sociedad que busca superar el trauma vivido.
    Quien ha cometido un delito, ha sido hallado culpable en un juicio cumpliendo todos los requisitos del debido proceso, y luego ha purgado su pena por el tiempo que los jueces han estimado ajustado a la ley, no puede convertirse por ello en un condenado de por vida, en una persona que merezca el repudio irracional de quienes se imaginan posibles víctimas de probables delitos que la prensa y cierta opinión pública azuzan con sus prejuicios y lapidaciones a priori. Eso no quiere decir que se deba descuidar el seguimiento de quienes infringieron la ley, labor que compete a las autoridades correspondientes. Por lo demás, en el caso de Garrido Lecca, ella fue sentenciada por complicidad al encubrir al jefe de la agrupación senderista, pero no mató ni asesinó a nadie, ni tampoco perpetró algún ataque con explosivos u otra barbaridad parecida, ni pertenece a la cúpula de Sendero Luminoso, como lo saben los entendidos; es cierto que su pensamiento sigue adhiriendo a los postulados del partido, y es por ello que justamente ha purgado esta larga carcelería, pagando con su encierro el tremendo error cometido. No es mi afán defender lo que hizo, sino explicarme las circunstancias en que incurrió en ello, tratando de entender el contexto que la empujó a actuar como una militante más de la organización violentista.
    En fin, todos queremos que la verdad y la justicia se impongan en el Perú como en todo país civilizado donde impera el estado de derecho, pero ello no será posible sin el socorro curativo y profiláctico de la memoria, pues olvidar lo que sucedió, desfigurar los hechos que pasaron, o más aún, ningunearlos, sólo puede llevarnos al reino de la impunidad o a instalarnos en el círculo perverso del eterno retorno, repitiendo ad infinitum aquello que ya debiéramos haber superado hace mucho tiempo.


Lima, 24 de septiembre de 2017.      

domingo, 24 de septiembre de 2017

Jauja: una historia visual

    Ha resultado todo un acontecimiento la reciente exhibición en la Galería Pancho Fierro de la Municipalidad de Lima de la muestra “Fotografía Indeleble”, del fotógrafo jaujino Teodoro Bullón Salazar, que retrató entre fines del siglo XIX y comienzos del XX el alma y el cuerpo de la sociedad provinciana de ese rincón del valle del Mantaro. El cuidado y la selección se lo debemos a la artista visual Sonia Cunliffe, quien ha tenido el acierto de rescatar para la posteridad este conjunto de piezas de la colección de Jorge Bustamante.
    Muy poco es lo que se sabe de Teodoro Bullón Salazar, aparte de que era dueño de un taller de relojería que simultáneamente funcionaba como estudio fotográfico, situado en la calle Grau a pocas cuadras de la plaza principal de la ciudad, en cuyos archivos se halló la preciosa colección que fue a parar a manos de su actual dueño.
    La muestra constituye una expresión valiosísima tanto por su valor histórico como por su calidad estética, pues a la par que nos presenta imágenes sorprendentes de la ciudad de Jauja de hace aproximadamente cien años, rincones que se pueden rastrear en la memoria de lugares hoy modificados por el tiempo; rostros que perduran en las siguientes  generaciones; atuendos que se usaron en aquella época, y expresiones que corresponden a un momento, el de sus primeros pasos, del arte de fotografiar; también revela una clara intención del artista por mostrarnos su visión personal de los paisajes, las situaciones y las personas, una narración que está en consonancia con ese imaginario que menciona el subtítulo de la exposición.
    Los negativos de vidrio, perfectamente acondicionados en una pared de adobes, poseen ese aire espectral que los dota de cierta dimensión fantástica, como si los seres y enseres de otro tiempo cobraran vida gracias a la magia del artista, en una época donde tal vez el fotógrafo no disfrutaba aún de esa condición. El visitante que se acerca a la luz de sus espacios en negativo establece un diálogo de sombras con esas figuras inmortalizadas por el relámpago de magnesio.
    He visitado el recinto de la galería el último día de la muestra, al filo de su cierre, preparándose para enrumbar a sus orígenes, allá donde su visión significará una inmersión en el pasado y un reconocimiento en el presente. Y lo que me ha devuelto el observar este conjunto de medio centenar de imágenes en blanco y negro, de una colección de más de trescientas piezas, es esa sensación de consanguinidad con sus ámbitos domésticos, una inquietante afinidad con esas fotos que todos guardamos en el álbum familiar, donde nos volvemos a encontrar con los antepasados y los seres entrañables que en algún momento poblaron de ternura y nostalgia nuestra infancia. Presencias que ya no son de este mundo, pero que han ingresado a ese universo inefable y misterioso del trasmundo, encantados para siempre por el arte hechicero de la fotografía.
    Es imposible no pensar en Martín Chambi, el paradigmático fotógrafo cusqueño, al mirar con detenimiento la composición de muchas de las fotografías, sobre todo aquellas realizadas en estudio, pues ambas miradas poseen una misma agudeza para captar el espíritu de las situaciones, el alma de los decorados y el secreto de sus múltiples mensajes expresados a través de ese juego de luces y sombras que proyecta la cámara en manos de tan diestro artesano, que es la forma popular y modesta de llamar al artista.
    Hombres y mujeres que nos hablan desde el pasado, mostrándonos su idiosincrasia a través de esas placas a veces erosionadas por el óxido y el olvido, desvelando ante estos ojos contemporáneos, heridos de modernidad, la flagrante sencillez y candorosa mansedumbre de una vida con ciertos acentos bucólicos y ribetes de utopía. Miradas petrificadas que nos interpelan desde su lejanía para hacernos vislumbrar un porvenir más comprometido con sus raíces, reconocidos en una identidad que jamás debe anclarse en un desdén por la diversidad.

Lima, 16 de septiembre de 2017.