sábado, 24 de febrero de 2018

La cruz de San Valentín

    Mientras millones de jóvenes se aprestaban a celebrar el Día de San Valentín, al promediar las dos y treinta de la tarde del 14 de febrero último, se producía el enésimo episodio de sangre en el historial de la muerte de los Estados Unidos, cuando un joven de 19 años, premunido de un rifle de asalto AR-15 irrumpía en el Instituto Marjorie Stoneman Douglas de Parkland, en Florida, desatando una carnicería que dejó como triste corolario el saldo de 17 muertos, entre ellos 14 adolescentes y 3 adultos, y decenas de heridos que se recuperan en los hospitales cercanos.
    El atacante, Nikolas Cruz, llegó ese día al centro escolar con el único fin de matar, su objetivo acariciado desde hacía tiempo, dado a conocer a través de las redes sociales, y que fue detectado por un casual usuario que hizo la denuncia correspondiente al mismo FBI, quienes por razones incomprensibles no pudieron hacer nada para detener a tiempo la horrenda masacre. Posteriormente, se han excusado alegando que era muy difícil detectar al autor del comentario, sin embargo un diario norteamericano ha demostrado que el nombre del joven se puede leer fácilmente en la publicación virtual. Un caso más de imperdonable negligencia de quienes deben velar por la seguridad de sus ciudadanos.
    Nikolas Cruz ha sido descrito como un joven extraño por la comunidad que conoció de sus andanzas. Había sido expulsado por actos de indisciplina del centro de estudios donde cometió su crimen; estaba prohibido su ingreso al local con mochila, pues ya una vez se le había encontrado armas blancas entre sus pertenencias. Desde muy jovencito gustaba bromear haciendo sonar las alarmas del colegio para crear zozobra en vano; además, muchos ex compañeros recuerdan que fueron amenazados alguna vez por el problemático adolescente. Se sabe que era huérfano y que vivía con sus padres adoptivos. Pero el padre había fallecido hace unos años y la madre en noviembre pasado. Era miembro, probablemente, de una agrupación supremacista blanca, hecho que se puede colegir de sus comentarios racistas y xenófobos en contra de los negros y los inmigrantes. No sé si todo esto pueda explicar, en parte, la actitud que lo ha llevado a protagonizar estos crímenes que han sacudido a la sociedad estadounidense. Seguía tratamiento siquiátrico por la muerte de su madre, que al parecer abandonó voluntariamente.    
    Lo cierto es que nos enfrentamos a otro hecho de armas que nuevamente pone sobre el tapete la vieja discusión sobre la segunda enmienda de la Constitución de ese país que permite el uso legal de armas como un derecho consagrado. Pero es verdad también que la cantidad de armas per cápita que posee EE.UU. no tiene parangón con ninguna otra realidad mundial, pues las estadísticas hablan claramente de casi un arma por persona, lo que evidentemente constituye un factor de gran fuerza para esta deriva mortal. Y si a  esto le sumamos el poderoso lobby que ejercen los integrantes de la Asociación Nacional del Rifle (NRA por sus siglas en inglés), que por boca de sus voceros han llegado a decir que quienes se oponen a esta barbaridad odian la NRA, la segunda enmienda y la libertad individual –cuando es perfectamente al revés, pues son ellos los que en verdad odian la vida, odian la vida civilizada de las personas y se solazan cada vez con estos crímenes salvajes que enlutan a decenas de hogares de familias inocentes y pacíficas–, el cóctel resulta altamente explosivo.
    Es evidente que los EE.UU. es una sociedad enferma, pues no se puede concebir que quienes se proclaman los abanderados de la civilización y los derechos humanos en el mundo, el país más poderoso de la Tierra, la democracia modelo y ejemplo para los demás pueblos del orbe, posea este residuo atávico de las formas de vida más primitivas, algo que se podría entender en los tiempos en que se formaba como nación, en medio de la hostilidad de los pobladores originarios que luchaban por impedir que estos invasores europeos les arrebataran sus tierras y finalmente los exterminaran de su territorio. Algo que hemos visto con bastante profusión a través de los famosos western que el cine yanqui puso en boga a mediados del siglo pasado. Tal pareciera que tal época no se ha acabado, que seguimos inmersos en la guerra de tribus, colonos y pioneers de los primeros años de la conquista. Será tal vez la muestra de su declive como superpotencia, el síntoma más clarísimo de su descomposición y decadencia, cuyo otro signo es la elección del presidente más estúpido y ramplón que haya tenido en toda su historia el país de Washington y Lincoln, de Emerson y Whitman.
    Los sobrevivientes de la matanza y los familiares de las víctimas están promoviendo ahora una campaña definitiva contra las armas, pues entienden que no puede ser que cada vez que sucede un hecho así, todo vuelva a la normalidad después de unos días de conmoción y dolor. Porque esta ha sido una constante desde hace más de medio siglo, y mientras tanto sigue creciendo la cantidad de muertos por el uso de armas civiles cada año, sobrepasando incluso al número de víctimas que las fuerzas armadas reportan de sus numerosas incursiones en las guerras que promueven por distintos puntos del globo siguiendo los dictados de la ambición imperial del país de las barras y las estrellas.
    Ojalá que esta cruzada rinda sus frutos, pues ya es tiempo de erradicar el salvajismo y  la barbarie de esta época que se precia de sus logros científicos y tecnológicos, pero que desde el punto de vista de la ética y la axiología, parece que aún vive en la Edad de Piedra.


Lima, 24 de febrero de 2018.    

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