Acorralado por sus propios errores, por sus
mentiras patológicas, por su debilidad política congénita, por sus enjuagues
financieros con empresas corruptas, más que por el avasallamiento de una
oposición cancerbera en el parlamento, como fue y es la fujimorista, ha caído
sin pena ni gloria el gobierno de Pedro Pablo Kuczynski, protagonista de esta
novela negra de resonancias faulknerianas que ha vivido el régimen casi desde
sus inicios, agudizado en los últimos meses del año pasado con las primeras
revelaciones y el primer intento de vacancia, y que hoy llega a su fin.
La cerril mayoría se la tenía jurada desde
antes de la misma instalación de su gobierno el 28 de julio del 2016, al cual
jamás quiso reconocer ni saludar democráticamente, instalándose para siempre en
una infantil pataleta de no saber aceptar la derrota. Con esta amenaza que
pendía permanentemente sobre su cabeza, era previsible que el menor exabrupto,
el menor incidente sería aprovechado por las mesnadas naranjas para colarse a
borbotones y asestarle con saña y gran regocijo la estocada final. Y fue el
mismo PPK quien les abrió la rendija de
la oportunidad para que los vengadores y justicieros de FP pudieran consumar su
siniestro designio. Sus tratos oscuros con Odebrecht mientras era ministro del
gobierno de Toledo, recibiendo sumas considerables por supuestas asesorías
desde sus empresas Westfield Capital y First Capital, hundieron definitivamente
el ya cuestionado prestigio de este banquero que siempre fue sirviente leal del
gran capital.
Una estrategia que parecería armada por el
mismo Maquiavelo, con los hermanos Fujimori enzarzados en una feroz lucha
fratricida por el poder, utilizando para ello las mismas armas que en su
momento usó con gran diligencia su mentor y padrino Montesinos –grabaciones
secretas, jugosos ofrecimientos y pagos para torcer la voluntad de
congresistas, audios y vídeos soltados en el tiempo preciso–, ha terminado
empujando al ex presidente a presentar su renuncia antes de verse sometido al
vergonzoso expediente de la vacancia al día siguiente en el pleno del Congreso.
Los analistas se preguntan, y no cesan de
romperse la cabeza, tratando de entender qué tuvimos que hacer mal los
electores, los supuestos ciudadanos adultos de este país, para colocar en la
Casa de Pizarro desde hace 18 años a los personajes equivocados. Cuando todo
hacía suponer que salíamos de la crisis terminal del régimen putrefacto de la
dupla Fujimori-Montesinos, con el decentísimo gobierno de transición que
encabezó Valentín Paniagua, nadie imaginó que los sucesivos gobiernos que se
instalarían en palacio de gobierno estarían inficionados por el virus nefando
de la podre que dejábamos atrás. Qué tal decepción, llena de rabia e
impotencia, nos asalta a los peruanos al comprobar que cada uno de esos sujetos
a quienes les brindamos nuestra serena confianza, terminarían defeccionando de
la peor manera sirviendo a intereses totalmente ajenos al de los hombres y las
mujeres de este país.
El ex presidente nunca dejó de mentir, y
hasta el discurso final de su dimisión jamás reconoció sus culpas ni ensayó
siquiera un atisbo de acto de contrición. La ilusión del renacer democrático de
la que habló Paniagua en su discurso de toma de posesión de la presidencia el
año 2000 fue minándose gradualmente con cada gobierno, hasta acabar
desplomándose con los últimos y bochornosos actos de este precario y errático
remedo de gobierno que lideró un lobista de toda la vida.
Tenemos ahora el imperativo kantiano de la
esperanza con la asunción del vicepresidente Martín Vizcarra al máximo cargo de
la nación. No podemos hundirnos más de lo que ya estamos, aun cuando todo se
puede esperar de una realidad que en muchos aspectos supera ampliamente a las
más disparatadas fantasías. Una fe platónica es la única respuesta que nos
queda a los atribulados peruanos que hemos contemplado con gran perplejidad y
espanto, si no con asco, los sucesos que han precipitado estos hechos.
Humildad, inteligencia, visión de futuro,
fortaleza para enfrentar la adversidad, temple y coraje para asumir la tarea
del presente, es lo que necesita el nuevo gobierno que deberá llevarnos a buen
puerto del bicentenario. Estaremos expectantes.
Lima,
25 de marzo de 2018.