El descomunal destape, que han realizado
dos periodistas y sus respectivos equipos de investigación, de los nauseabundos
audios en que magistrados del Poder Judicial y miembros del Consejo Nacional de
la Magistratura negocian prebendas, enjuagues y pactos infames con empresarios,
políticos y otros personajes facinerosos de la fauna nacional, es la prueba
cantada que todos esperábamos desde siempre para tener las evidencias
incontestables de la podredumbre que ya adivinábamos en ese poder del Estado.
Todos
los comentarios indignados de ciudadanos de a pie apuntan a que todo eso ya se
sabía, y es cierto, las sospechas y los reparos hacia la actuación de ciertos jueces,
fiscales y abogados han sido una constante entre los sufridos litigantes desde
hace muchísimo tiempo en nuestro país; pero nunca como ahora habíamos tenido la
certeza de los niveles de corrupción y miseria moral a que podían descender
individuos encaramados en las altas esferas de la judicatura en el Perú.
La valiente iniciativa de una jueza, el
subsiguiente respaldo de un fiscal y la corajuda participación de un valiente
periodista como Gustavo Gorritti, de IDL-Reporteros, han hecho posible este
hediondo develamiento de las sentinas mismas de un organismo público que infelizmente
ha sido copado paulatinamente por el lumpen seudo profesional de una burocracia
mediocre y delincuencial que ha administrado la justicia de este país por
décadas. Como me decía hace un tiempo un amigo poeta, en son de broma esa vez,
pero con cuánta verdad ante este espectáculo de asco: “Este no es el Poder
Judicial, sino el Poder Perjudicial”.
El hartazgo de la ciudadanía se ha
expresado en la multitudinaria e indignada marcha del pasado jueves 19. Miles
de personas, agrupadas en asociaciones de la sociedad civil, sindicatos,
universitarios, enfermeras, periodistas, y sobre todo jóvenes, se han manifestado
por las calles de diferentes ciudades del país, elevando al aire sus voces de
rabia y desengaño ante tanta exhibición impúdica de putrefacción y bajeza. Si
una esperanza todavía nos es permitida tener, es aquella que está depositada en
esa juventud que perfectamente puede erigirse en la reserva moral de la
sociedad. Ellos hacen política en su sentido más prístino, es decir, su
preocupación por la polis es
auténtica; y no la política partidaria de algunos sectores que sólo velan por
sus mezquinos intereses de facción.
Estoy seguro de que existen, a pesar de
todo, personas decentes en el Poder Judicial, el Ministerio Público y demás
instancias de la administración de justicia; sin embargo, también es evidente que
una gran mayoría de sus integrantes muy bien podría ser descubierta en
parecidos o iguales comportamientos de los que hemos sido testigos en las
últimas semanas. A través de un léxico propio de pandilleros de barriada,
usando frases y coloquialismos que ya están en conocimiento de todos (“Oye,
hermanito”, “estoy pensando en diez verdecitos”, etc.), sus comunicaciones,
interceptadas lícitamente, revelan también el estándar de educación que han tenido,
una pobrísima formación axiológica y una indigencia ética que realmente nos
apabullan. Sus patéticas explicaciones y justificaciones son el ejemplo más
rampante del cinismo y la sinvergüencería de que hacen gala con la mayor
desfachatez.
Las preguntas que surgen de rigor son,
entonces: ¿Habrán aprobado, si es que llevaron alguna vez, el curso de
Deontología Forense en la universidad?, ¿en qué Facultad de Derecho realizaron
su formación académica para terminar desbarrando como cerdos en el mundo
profesional?, ¿o es que nada de lo que supuestamente aprendieron les sirvió
para el ejercicio decente de su carrera? Son algunas de las numerosas
interrogantes que podemos seguir apiñando para tratar de explicarnos el estupor
en que hemos caído. Porque el problema parecer ser mayor, pues involucra el
sistema mismo en el que estamos inmersos, con una educación por los suelos y
una práctica política encanallada desde los mismos centros de poder, llámese
Poder Legislativo o Poder Ejecutivo. No es suficiente, por ello, la caída del ministro
de Justicia ni la renuncia del presidente del Poder Judicial.
Hemos hallado, pues, los huevos de la
serpiente, diseminados en diversas instancias de ese poder que tantos dolores
de cabeza causa a millones de compatriotas que viven día a día sus causas y
litigios en los pasillos de los juzgados y las cortes, esperanzados en obtener
justicia, sin saber a veces que toda esa maquinaria está infestada por los
trapicheos más inmundos, una diabólica parafernalia que medra del abuso, la
estafa, el engaño, la coima, la dilación y tantísimos otros mecanismos que han
convertido al Poder Judicial en un antro de alimañas y sabandijas de la peor
especie.
“Decirle a una persona que es embustera
constituye la más mortal de las afrentas […]. El hombre que padeciera la
desgracia de pensar que nadie iba a creer ni una sola palabra que dijera, se
sentiría el paria de la sociedad humana, se espantaría ante la sola idea de
integrarse en ella o de presentarse ante ella, y pienso que casi con certeza
moriría de desesperación”. Es impensable que en estos tiempos se pueda
presentar una situación como la que describe Adam Smith en su Teoría de los sentimientos morales, pero
cómo nos gustaría que tantos embusteros como los Hinostroza, los Ríos, los
Noguera y otros impresentables, terminen sus días en medio del escarnio
público.
¿Qué hacer ante tanta inmundicia? Hace
poco, y a propósito de los bochornosos sucesos del escándalo de Odebrecht que
desembocaron en la salida presidencial y el cambio de mando, propuse como
alternativa radical refundar la República, que ahora escucho en boca de un
congresista. Me parece la única salida válida. Reformar la Constitución, nombrar
comisiones de reforma, convocar una Asamblea Constituyente, volver a la
Constitución de 1979 (superior a este mamotreto fujimorista de 1993), pueden
ser algunas posibles salidas, pero siempre serán soluciones parciales o
epidérmicas. Lo que acá necesitamos es empezar de cero. ¿Cómo lo hacemos? He
ahí la cuestión, como dice Shakespeare. Esa es la tarea de expertos, juristas,
hombres honestos y valiosos que sin duda tenemos todavía, para que nos alcancen
en el tiempo más breve un proyecto de edificar desde los cimientos esta
República que se cae a pedazos sin haber cumplido siquiera los dos siglos de
vida.
Lima,
21 de julio de 2018.
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