martes, 16 de octubre de 2018

La embestida neofascista

    Estamos asistiendo, entre espantados y absortos, al auge de líderes y movimientos de ultraderecha que están accediendo al poder, o lo están intentando, en numerosos países del mundo, especialmente de Occidente, que incluye Europa y América. El caso más reciente lo vemos en Brasil, donde el candidato del ultraconservador Partido Social Liberal (PSL), el exmilitar Jair Bolsonaro, acaba de obtener un rotundo triunfo en las elecciones de la primera vuelta del pasado 7 de octubre con un impresionante 46 % de los votos.
    Y todo indica que en la segunda vuelta alcanzará la mayoría suficiente para convertirse en el próximo inquilino del Palacio de Planalto. Las posibilidades del candidato del Partido de los Trabajadores (PT), Fernando Haddad, heredero del legado de Lula y víctima de la desconfianza del electorado hacia un partido que terminó envuelto en los escándalos de corrupción que todos conocemos, son pocas, por no decir mínimas, salvo que en el último momento, un vuelco en la conciencia cívica del pueblo brasileño impida el triunfo, que sería letal para la democracia de ese país y para América Latina, del líder neofascista.
    No es poca cosa lo que puede suceder el próximo 28 de octubre, fecha de la segunda vuelta y día clave que decidirá el futuro del gran país sudamericano. Pero cómo es que hemos llegado a este escenario de pesadilla, al punto de que un desconocido, que supo aprovecharse de la coyuntura crítica que vive el país, se haga del poder a través de una campaña impulsada por los instintos más primarios del ser humano. Apelando sobre todo al miedo y a la mentira –como ya lo vimos en su momento en el caso de Donald Trump en los Estados Unidos–, ha logrado cautivar a una población desorientada y confusa por los hechos de los últimos tiempos.
    Sin embargo, lo que me llama poderosamente la atención, es el afán contemporizador y hasta cierto punto indulgente y concesivo de algunos líderes de opinión que buscan minimizar, por no decir banalizar, lo que está a un paso de suceder. Ver simplemente el asunto como un casual juego de la democracia, donde se alternan cada tanto posiciones contrapuestas del espectro político, resignándose a que sea ese pueblo, obnubilado por un mensaje populista, el que decida lo que cree que más le conviene, es no percibir el paisaje de fondo y aquello que verdaderamente está en juego.
    Un hombre que es capaz de decirle a una mujer que no la violaría porque es fea, o que preferiría un hijo muerto a uno gay, o que las mujeres no deben tener el mismo salario que los hombres porque salen embarazadas, o que la función de la policía no es torturar sino matar; que ensalza la violencia y es nostálgico de la dictadura, que ama las armas y piensa que la violencia es la panacea social, y que tener una hija sólo puede explicarse por un momento de debilidad, no es precisamente el hombre idóneo para dirigir a una nación. Es un crápula, un verdadero energúmeno que tendría que pasar, como mínimo, por un consultorio psiquiátrico para evitar así que se convierta en un peligro para la sociedad.
    Pero así es la democracia, pues, dicen sus abiertos y enmascarados defensores, restándole importancia a la amenaza que se abate sobre un país en su hora más aciaga. ¿Acaso no ha declarado también que no reconocería un resultado si él no fuera el ganador? La gran paradoja de la democracia es que precisamente permite albergar en su seno a personajes con tintes marcadamente autoritarios y despóticos. Un espécimen que tiene instalado en su estructura mental un mundo binario para explicarse la realidad, que utiliza el pensamiento maniqueo para encasillar y luego despreciar a los demás sólo porque son diferentes, no creo que sea la figura más adecuada para conducir los destinos de un país. Un individuo que, como su mentor norteamericano, no tiene ningún empacho en exhibirse  impúdicamente como un racista, machista, xenófobo, homófobo, misógino, sexista y demás lindezas, sencillamente está incapacitado moralmente para erigirse en presidente de cualquier país. Pero ya vemos que la realidad, desgraciadamente, es distinta, que los pueblos pueden elegir prácticamente a su propio verdugo, como la historia lo ha demostrado hasta la saciedad.
    Es por eso que cientos de miles de mujeres, encarnado en el movimiento #EleNao (Él No), expresaron hace unas semanas en las calles de las principales ciudades brasileñas su rechazo a Bolsonaro, por representar justamente aquellos valores anacrónicos y antihistóricos que pretende imponer una vez salga elegido presidente de la República. Igualmente los intelectuales brasileños han salido a decir, solitariamente, lo que sienten y piensan ante el peligro que se cierne sobre su país a partir del próximo 28. La periodista y escritora Eliane Brum, los sociólogos Fernando Limongi y Manuel Castells, la escritora e historiadora Lilia Schwarcz y muchos más advierten claramente a sus compatriotas del abismo ante el que alegremente se inclinan con su decisión de ese domingo. En el mismo sentido se han manifestado los músicos emblemáticos de ese país, como los entrañables Caetano Veloso, Gilberto Gil y Chico Buarque. Es mejor no hablar, en cambio, del apoyo que viene recibiendo este candidato de algunas figuras del deporte de ese país, así como del movimiento evangélico, situación que es hasta cierto punto entendible.
    La humanidad se degrada con sujetos de esta calaña. No queremos más en el mundo personajes como Trump, Orbán, Salvini, y ahora Bolsonaro, pues constituyen una auténtica afrenta para la dignidad humana y para el sentido común de la decencia, la civilización y el respeto por los inalienables valores del espíritu.

Lima, 13 de octubre de 2018.   

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