Una buena noticia para América Latina, por
segundo año consecutivo, es la concesión del Premio Cervantes 2018 a la
extraordinaria poeta uruguaya Ida Vitale, tan vital ella a sus 95 años y
todavía viviendo en olor de poesía, esa forma laica y suprema de la santidad.
Abrumada de premios –el 2009 recibió el Octavio Paz; el 2014, el Alfonso Reyes;
el 2015, el García Lorca; el 2016, el Reina Sofía; el 2017, el Max Jacob; y
este año, el que otorga la Feria del Libro de Guadalajara; y ahora, el más
importante de la lengua–, la escritora, poseedora de un gran sentido del humor,
ha ironizado diciendo que los premios los dan a la ancianidad, pero que no dan
la impunidad.
Creadora trashumante, salió de su país
natal cuando la dictadura militar se instaló en los años 70, como casi en todos
los países nuestros. Se instaló en México, donde fue acogida cálidamente, según
la magnífica tradición de esa gran nación que antes hizo lo mismo con
españoles, argentinos, chilenos y tantos otros exiliados que huían expulsados
por los déspotas de turno. Al final recaló en Austin, en los Estados Unidos,
donde ejerció la docencia por cerca de una década, hasta el retorno definitivo
a la patria para vivir con la democracia recobrada.
Y allí, en su Montevideo querido, ha
recibido el anuncio del ministro de Cultura de España, quien además ha leído
uno de sus más emblemáticos poemas. Integrante de la generación del 45, con
nombres mayores como los de Mario Benedetti, Juan Carlos Onetti e Idea
Vilariño, esta creadora infatigable, bajo el embrujo magistral de Juan Ramón
Jiménez y de José Bergamín, ha sabido dotar a sus versos de una sencillez y
profundidad parejas, piezas líricas desnudas de retórica, donde aborda todo el
abanico de la experiencia humana. De su oficio, artesana de la palabra, dice:
“Expectantes palabras,/ fabulosas en sí,/ promesas de sentidos posibles,/
airosas, aéreas, aireadas, ariadnas./ Un breve error / las vuelve
ornamentales./ Su indescriptible exactitud/ nos borra”.
En su libro del 2002, Reducción del infinito, título revelador de su afán constante por
corregir, borrar, pulir el poema, habla del verso como alimento para el
hambriento, del pan del espíritu, como “si fuese el fruto necesario / para el
hambre de alguien”, en este mundo cada vez más alejado de las necesidades del
alma, de la belleza del lenguaje, de la estética inconcebible de la palabra,
que se ha pervertido en las sentinas de esa comunicación amputada y tronchada
de las redes virtuales, herida de muerte en el balbuceo vertiginoso del hombre
pasmado de estos tiempos.
Fue compañera de ruta del acucioso crítico
literario Ángel Rama, muerto en el
infausto día aquel de 1983 en que un accidente de aviación en el aeropuerto de
Barajas, en Madrid, se llevó a lo más selecto de nuestras letras, truncando las
expectantes vidas del crítico uruguayo, del novelista peruano Manuel Scorza y
del poeta mexicano Jorge Ibargüengoitia. La poeta ya estaba unida al también
escritor platense Enrique Fierro, recientemente fallecido el 2016.
Es el segundo año, decía, en que el afamado
galardón recala por estas tierras, pues el año pasado le tocó el turno al estupendo
escritor nicaragüense Sergio Ramírez, rompiendo una vez más el pacto no escrito
de alternar cada año entre un autor de la península y uno de América Latina, lo
que en verdad era, y es, una absurda política de premiación literaria, sobre
todo teniendo en cuenta no sólo el estricto asunto demográfico –los hablantes
del español somos abrumadoramente mayoritarios en este lado del Atlántico– sino
también la calidad indudable de los creadores hispanoamericanos, que superan en
número a los autores españoles. Hay varios nombres todavía en vereda,
aguardando su momento para acceder a tan codiciado reconocimiento.
La suya es una poesía descarnada, que alza
su vuelo en procura de lo imposible, para que la luz de esta memoria, su
palabra dada, nos busque paso a paso, con oído andante, por los jardines
imaginarios de este invierno equivocado. Sumerjámonos, pues, en su maravillosa
poesía, para salir cada vez refrescados
al insomne barullo de los días.
Lima,
18 de noviembre de 2018.