jueves, 14 de febrero de 2019

Schopenhauer y el amor


    Desde la óptica tremendamente pesimista del filósofo alemán, toda la existencia humana arrastra una rémora de sufrimiento que se hace visible en cualquier vivencia y  actividad que emprenda, incluida el amor, desde luego. Debe aclararse, sin embargo, que toda filosofía surge al calor de las experiencias y vicisitudes que configuran el temperamento y la personalidad de quien más adelante las elaborará en entramados conceptuales que buscarán erigirse en interpretaciones peculiares de la realidad y, finalmente, en visiones del mundo.
    No podemos entender el pensamiento de Schopenhauer sin tener en cuenta los pormenores y las singularidades de su biografía, como el hecho de que al descubrir a los 13 años de edad su vocación para la lectura, el estudio y la reflexión, y a los 15 revelar sus inclinaciones, el padre será presa de un profundo disgusto por ese hijo para quien ya había dispuesto un futuro dedicado al comercio. En esta lucha con la figura paterna para hacer prevalecer sus propias búsquedas, se irá delineando una de las aristas del carácter del futuro filósofo. Providencialmente, ante la extraña y repentina muerte de Heinrich, Johanna, su madre, lo libera de cumplir la promesa paterna para dedicarse completamente a seguir su propio camino.
    Su periplo por diversas universidades alemanas, su contacto con filósofos como Fichte y Hegel, así como sus lecturas decisivas de Platón y Kant más el conocimiento de los textos fundamentales del pensamiento oriental, definirán su destino como pensador abocado a desentrañar los misterios que encierra el dolor en el mundo, sus causas y manifestaciones, y por tanto, también, la manera cómo librarnos de él. Ese será su aporte más importante a la filosofía universal.
    Entre los años 1814 y 1818 compone, en Dresde, su obra maestra: Die Welt alles Wille und Worstelung (El Mundo como Voluntad y Representación), publicada en 1819, hace ya doscientos años. En ella está descifrado el universo, como lo han reconocido notables escritores del siglo XX que se han rendido ante la magnificencia de su pensamiento. Lo dice así precisamente nada menos que el poeta y ensayista argentino Jorge Luis Borges, quien en su conocido “Otro poema de los dones”, alude al genio de Danzig con estos memorables versos: “Por Schopenhauer, / que acaso descifró el universo…”. En ese mismo poema, justamente, también agradece “al divino laberinto de los efectos y de las causas”, “por el amor, que nos deja ver a los otros / como los ve la divinidad…”.
    Schopenhauer llama Voluntad a esa energía o fuerza cósmica que nos impele a obrar en determinado sentido, y que es culpable igualmente de la marcha del universo. Ella explica el deseo, que está en la raíz de todas nuestras acciones que desembocan inevitablemente en el dolor y el sufrimiento. Una de las manifestaciones de ese deseo es el amor, verdadera trampa que nos tiende la voluntad para cumplir sus propios fines. Dice el filósofo: “Es el amor una estratagema que emplea la Naturaleza para llegar a su fin, que en realidad no es otro que la creación de un nuevo ser determinado en su naturaleza”; aunque más adelante reconoce que “el amor es como una compensación de la muerte”.
    El amor no sería sino una fuerza ciega impulsada por la voluntad, pues “en cuanto la voluntad se siente satisfecha, desaparece, y disipándose el goce del individuo, ya no ve junto a él más que una detestable compañera”. Se ha hablado también, a propósito, de una reprobable misoginia que subyace en muchas de las ideas del pensador, a veces abiertamente, hecho que debemos entender en el contexto de su tiempo y de su propia formación, sin que esto signifique de ninguna manera una forma de justificar sus exabruptos sexistas.
    En ese mismo sentido, aborda una de las paradojas más reconocidas del amor, como aquella de la dudosa elección, “por eso es posible ver a hombres llenos de buen sentido, hasta de genio, casados con verdaderas arpías. Con justicia se ha pintado el amor teniendo vendas en los ojos”. Si pensamos, por ejemplo, en el caso de Sócrates, tendremos una histórica confirmación que validaría esta afirmación de Schopenhauer; y aquello de que el amor es ciego no es sino uno de los tópicos más recurridos y recurrentes del inconsciente colectivo que trata así de explicarse una deriva irracional del mismo.
    Esa energía instintiva avasallante que nos sobrecoge, digitada directamente por la voluntad en sentido schopenhaueriano, se expresa también como pasión, tan asociada a la vivencia amorosa. Al respecto, dice el filósofo: “Como la pasión descansa sobre la ilusión de un goce, de una felicidad personal, en provecho de la especie, una vez pasado el tributo a la Naturaleza y al genio de la especie, la ilusión desaparece”. Eso explicaría la fugacidad de la pasión amorosa, fuego fatuo que chisporrotea un instante y se desvanece.
    La mayoría de las ideas de Schopenhauer sobre el matrimonio y la mujer han perdido vigencia, al empuje del progreso de los tiempos en materia de justicia e igualdad entre los sexos. Las tres oleadas feministas han terminado sepultando las polémicas tesis del filósofo alemán, las que evidentemente deben ser entendidas, como ya lo dije líneas arriba, en su contexto y a la luz de su temperamento y de su filosofía en general. Pero en cuanto al fenómeno del amor, todavía se puede seguir discutiendo su interesante enfoque a partir de lo que él llama la voluntad, fuerza inmanente que sostiene el universo, y la representación que ejecutamos los seres humanos a un nivel más o menos consciente, pues a la larga también estamos tironeados por esa decisiva causa primera, culpable sí de muchas alegrías, pero también de tantos pesares y dolores.

Lima, 14 de febrero de 2019.

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