Desde la óptica tremendamente pesimista del
filósofo alemán, toda la existencia humana arrastra una rémora de sufrimiento
que se hace visible en cualquier vivencia y actividad que emprenda, incluida el amor,
desde luego. Debe aclararse, sin embargo, que toda filosofía surge al calor de
las experiencias y vicisitudes que configuran el temperamento y la personalidad
de quien más adelante las elaborará en entramados conceptuales que buscarán
erigirse en interpretaciones peculiares de la realidad y, finalmente, en
visiones del mundo.
No podemos entender el pensamiento de
Schopenhauer sin tener en cuenta los pormenores y las singularidades de su
biografía, como el hecho de que al descubrir a los 13 años de edad su vocación
para la lectura, el estudio y la reflexión, y a los 15 revelar sus
inclinaciones, el padre será presa de un profundo disgusto por ese hijo para
quien ya había dispuesto un futuro dedicado al comercio. En esta lucha con la
figura paterna para hacer prevalecer sus propias búsquedas, se irá delineando
una de las aristas del carácter del futuro filósofo. Providencialmente, ante la
extraña y repentina muerte de Heinrich, Johanna, su madre, lo libera de cumplir
la promesa paterna para dedicarse completamente a seguir su propio camino.
Su periplo por diversas universidades
alemanas, su contacto con filósofos como Fichte y Hegel, así como sus lecturas
decisivas de Platón y Kant más el conocimiento de los textos fundamentales del
pensamiento oriental, definirán su destino como pensador abocado a desentrañar
los misterios que encierra el dolor en el mundo, sus causas y manifestaciones,
y por tanto, también, la manera cómo librarnos de él. Ese será su aporte más
importante a la filosofía universal.
Entre los años 1814 y 1818 compone, en
Dresde, su obra maestra: Die Welt alles
Wille und Worstelung (El Mundo como Voluntad y Representación), publicada
en 1819, hace ya doscientos años. En ella está descifrado el universo, como lo
han reconocido notables escritores del siglo XX que se han rendido ante la
magnificencia de su pensamiento. Lo dice así precisamente nada menos que el
poeta y ensayista argentino Jorge Luis Borges, quien en su conocido “Otro poema
de los dones”, alude al genio de Danzig con estos memorables versos: “Por
Schopenhauer, / que acaso descifró el universo…”. En ese mismo poema,
justamente, también agradece “al divino laberinto de los efectos y de las
causas”, “por el amor, que nos deja ver a los otros / como los ve la
divinidad…”.
Schopenhauer llama Voluntad a esa energía o fuerza cósmica que nos impele a obrar en
determinado sentido, y que es culpable igualmente de la marcha del universo.
Ella explica el deseo, que está en la raíz de todas nuestras acciones que
desembocan inevitablemente en el dolor y el sufrimiento. Una de las
manifestaciones de ese deseo es el amor, verdadera trampa que nos tiende la
voluntad para cumplir sus propios fines. Dice el filósofo: “Es el amor una
estratagema que emplea la Naturaleza para llegar a su fin, que en realidad no
es otro que la creación de un nuevo ser determinado en su naturaleza”; aunque
más adelante reconoce que “el amor es como una compensación de la muerte”.
El amor no sería sino una fuerza ciega
impulsada por la voluntad, pues “en cuanto la voluntad se siente satisfecha,
desaparece, y disipándose el goce del individuo, ya no ve junto a él más que
una detestable compañera”. Se ha hablado también, a propósito, de una
reprobable misoginia que subyace en muchas de las ideas del pensador, a veces
abiertamente, hecho que debemos entender en el contexto de su tiempo y de su
propia formación, sin que esto signifique de ninguna manera una forma de
justificar sus exabruptos sexistas.
En ese mismo sentido, aborda una de las
paradojas más reconocidas del amor, como aquella de la dudosa elección, “por
eso es posible ver a hombres llenos de buen sentido, hasta de genio, casados
con verdaderas arpías. Con justicia se ha pintado el amor teniendo vendas en
los ojos”. Si pensamos, por ejemplo, en el caso de Sócrates, tendremos una
histórica confirmación que validaría esta afirmación de Schopenhauer; y aquello
de que el amor es ciego no es sino uno de los tópicos más recurridos y
recurrentes del inconsciente colectivo que trata así de explicarse una deriva
irracional del mismo.
Esa energía instintiva avasallante que nos
sobrecoge, digitada directamente por la voluntad en sentido schopenhaueriano,
se expresa también como pasión, tan asociada a la vivencia amorosa. Al
respecto, dice el filósofo: “Como la pasión descansa sobre la ilusión de un
goce, de una felicidad personal, en provecho de la especie, una vez pasado el
tributo a la Naturaleza y al genio de la especie, la ilusión desaparece”. Eso
explicaría la fugacidad de la pasión amorosa, fuego fatuo que chisporrotea un
instante y se desvanece.
La mayoría de las ideas de Schopenhauer
sobre el matrimonio y la mujer han perdido vigencia, al empuje del progreso de
los tiempos en materia de justicia e igualdad entre los sexos. Las tres oleadas
feministas han terminado sepultando las polémicas tesis del filósofo alemán,
las que evidentemente deben ser entendidas, como ya lo dije líneas arriba, en
su contexto y a la luz de su temperamento y de su filosofía en general. Pero en
cuanto al fenómeno del amor, todavía se puede seguir discutiendo su interesante
enfoque a partir de lo que él llama la voluntad, fuerza inmanente que sostiene
el universo, y la representación que ejecutamos los seres humanos a un nivel
más o menos consciente, pues a la larga también estamos tironeados por esa decisiva
causa primera, culpable sí de muchas alegrías, pero también de tantos pesares y
dolores.
Lima,
14 de febrero de 2019.
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