sábado, 9 de febrero de 2019

Venezuela en la encrucijada


    Un país latinoamericano es el nuevo escenario de la confrontación internacional entre las grandes potencias, siempre detrás de poderosos intereses económicos que definen el tablero geopolítico mundial. En los últimos años hemos visto cómo gradualmente el gobierno de Venezuela se iba desmoronando imparablemente, acicateado por los enormes errores del régimen de Maduro, así como por la hostilidad imparable de los Estados Unidos y sus adláteres, situación que se acentuó con la llegada a la Casa Blanca, hace poco más de dos años, del peor presidente de que se tenga memoria en la historia de la nación americana.
    Me parece que el punto de quiebre del sólido edificio chavista, erigido por los seguidores del deslenguado mandatario desaparecido, comenzó en diciembre del 2017, cuando la oposición consiguió un rotundo triunfo en las elecciones para la Asamblea Nacional, hecho que fue respondido por el gobierno con una sistemática política de amedrentamiento que se selló cuando, aduciendo el clamor popular, convocó un referéndum para elegir una Asamblea Nacional Constituyente con el fin de iniciar una serie de reformas fundamentales en su Carta Magna.
    Instalado ya el nuevo organismo, se convirtió inmediatamente en un poder legislativo de facto, en paralelo al que detentaba la oposición, con la anuencia de las fuerzas armadas que hasta ahora constituyen el aval principal del régimen. Ha habido, por cierto, pequeñas asonadas, rebeldías focalizadas, levantamientos fallidos, pero nada afectó seriamente la solidez del poder. Manifestaciones reprimidas con rigor, líderes políticos perseguidos y encarcelados, funcionarios de primer nivel marchando al exilio, periodistas amenazados y una creciente población en éxodo, fue el saldo de este primer capítulo doloroso de la crisis venezolana.
    El otro momento estelar de esta deriva dramática fue la elección en solitario de Nicolás Maduro para un nuevo período presidencial en mayo del año pasado, en unas elecciones cuestionadas por la comunidad internacional y sin la presencia de observadores que refrendaran su legitimidad. Y el 10 de enero, fecha de su juramentación para otros seis años de gobierno, no contó con la presencia de buena parte de los representantes del continente ni de la Unión Europea. Cada vez más arrinconado, el inquilino del Palacio de Miraflores se embarcó en una estela de acciones erráticas producto del atolondramiento causado por un entorno más y más adverso.
    Mientras tanto, en Washington terminaban de mover sus piezas los halcones que merodean al presidente Trump, en medio de una parálisis de la administración por el capricho del mandatario de construir a toda costa un absurdo muro en la frontera con México. Un personaje de estas movidas por los corredores de la capital estadounidense era nada menos que Juan Guaidó, el joven presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela que el 23 de enero reciente se autoproclamó presidente interino de la nación caribeña, siendo reconocido inmediatamente por la Casa Blanca y por los países que integran el Grupo de Lima, con la excepción de México y Uruguay.
    Otros actores tras bambalinas en este drama descomunal que vive el país de Simón Bolívar, y no de segunda línea como podríamos presumir, son el consejero de seguridad de la administración Trump, John Bolton, el asesor para asuntos de Latinoamérica Elliot Abrams y el Secretario de Estado Mike Pompeo, culpables en el pasado de barrabasadas sin nombre en contra de los derechos humanos, desde sus tristísimos papeles de peones de las administraciones más retrógradas de USA, como fueron las de Ronald Reagan y de George Bush padre e hijo, en puestos encumbrados como el que tuvo Pompeo al frente de la temible CIA, y como figuras claves en invasiones y tráfagos mafiosos los otros dos mencionados.
    Nada de lo que acaba de suceder es, pues, simple coincidencia. El argumento estaba armado desde hace tiempo, sólo faltaba la ocasión que propiciara su puesta en acción, y esta se presentó con el entrampamiento del gobierno yanqui en su tira y afloja con el Congreso. La reacción de Rusia y China no se ha hecho esperar; ambas han condenado la bochornosa injerencia norteamericana que ha llegado al punto de no descartar una intervención armada. Sin duda que el panorama es inquietante; la prensa ha alertado de la presencia de dos portaaviones, uno ruso y otro chino, navegando hacia las aguas del Atlántico, en previsión de lo que pudiera ocurrir si las amenazas de Trump se materializan.
    La única salida para Venezuela debe provenir de unas nuevas elecciones democráticas y transparentes, con la presencia de figuras reconocidas de prestigio internacional en calidad de valedores; pero no de las intromisiones de nadie, menos de aquellos que no pueden exhibir un mínimo de trayectoria moral y democrática. La doctrina Estrada, retomada por el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, debe servir de guía para una solución consensuada entre los mismos venezolanos. Afuera las manos y las garras ajenas que pretenden cebarse con la crisis de ese país para sacar réditos políticos y económicos, pues no olvidemos las ingentes reservas de petróleo con que cuenta el territorio llanero.

Lima, 3 de febrero de 2019.

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