lunes, 10 de junio de 2019

Desconfianza


    Luego de una semana tumultuosa de discusiones y propuestas políticas entre el Poder Ejecutivo y su contraparte el Poder Legislativo, se ha votado el miércoles pasado la llamada cuestión de confianza, planteada por el gobierno al parlamento sobre los proyectos de reforma que se aprobaron por referéndum en diciembre y que dormían el sueño de los justos en las comisiones congresales o que sencillamente fueron desestimados y enviados al canasto del olvido.
    Previamente el Congreso había escenificado uno de esos espectáculos a los que ya nos tiene acostumbrados desde hace casi dos años, cuando un grupo político que todos identifican llegó con una abrumadora mayoría al hemiciclo, a pesar de que esa representación no reflejaba fielmente la votación en las urnas; pero llegó para convertirse en una fuerza de choque, irracional, obtusa, abusiva y obstruccionista, que jamás aceptó el resultado final de las elecciones y quiso erigirse en un poder paralelo para poner en práctica sus políticas de gobierno que el pueblo había rechazado con su voto.
    Y llegó también, mas esto lo iríamos sabiendo con los meses siguientes, con una cantidad increíble de congresistas que exhibían, más que trayectorias profesionales aceptables como uno se podría imaginar, verdaderos prontuarios policiales y penales, amén de una indigencia intelectual y moral que nos ha provisto de una ristra interminable de frases, declaraciones, anécdotas e intervenciones que muy bien podrían integrar una improbable antología universal de la estupidez.
    Volviendo al hecho, el espectáculo del que hablaba, y que colmó el vaso de la paciencia del presidente de la República, fue lo perpetrado por la Comisión Permanente, que en un acto de inverosímil protección y complicidad, de apañamiento y miramientos con la impunidad, archivó la denuncia contra el ex Fiscal de la Nación Pedro Chávarry, acusado de haber violado un recinto judicial utilizando métodos propios del hampa, con el fin de sustraer documentos que lo incriminaban en todo este bochornoso caso de los Cuellos Blancos del Puerto, una organización criminal que intentó copar el Poder Judicial y de la que él era uno de sus más conspicuos cabecillas.
    En fin, lo cierto es que esta vergonzosa y desatinada decisión precipitó la cuestión de confianza solicitada por el Presidente a través de una carta muy severa que presentó el  Primer Ministro. Se conjeturaban los probables resultados de la votación luego del debate respectivo: si rechazarían la misma dejándole al primer mandatario la facultad expedita para disolver el Congreso, y convocar a elecciones en cuatro meses para elegir a los reemplazantes; o si al aprobarla se allanarían a discutir las reformar en el más breve plazo para impulsar el proyecto del Ejecutivo de combatir la corrupción y la impunidad tal como fue la recomendación de la Comisión de Alto Nivel que trabajó durante el verano pasado.
    Pues sucedió lo previsible, que la mayoría, ávida de sus jugosos sueldos y demás gollerías, incluyendo el escudo de la inmunidad que los viene salvando de la cárcel –tal  como tuvo el descaro y voluntaria sinceridad a la vez de declarar un parlamentario naranja–, votó a favor por una aplastante mayoría de 77 votos, contra 44 que lo hicieron en contra y 3 abstenciones. Sin embargo, para todos era evidente que votaron pensando más en sus bolsillos que en el bien del país, aferrados a un cargo que la gran mayoría no merece, tal como lo han demostrado los Mamani, los Becerril y los Donayre –prófugo de la justicia este último y sentenciado por ladrón de gasolina– y una larga lista más de gentuza que ha deshonrado y pisoteado un Poder del Estado con su sola presencia.
    Una profunda desconfianza me despierta esta aprobación tramposa, que esconde un innegable sabor a trafa y dilación, actitudes que han caracterizado el comportamiento de una bancada dictatorial, tiránica, oligofrénica y primitiva, pues ya hablan de que las palabras “esencia” y “desnaturalización” no figuran en la Constitución, en una interpretación legalista y dogmática, quizás muy a tono de lo que propalan los expertos “constitucionalistas”, sin ponerse de acuerdo desde luego, pues en el espíritu de los artículos correspondientes está claramente estipulado cuándo se considera una negativa. Si fuera así, el Presidente de la República tendría que reaccionar como corresponde, es decir, con una nueva cuestión de confianza o, en una interpretación válida del espíritu de la letra de la Carta Magna, cerrar el Congreso argumentando que le ha sido rehusada la confianza buscada.
    Mientras tanto, debemos estar vigilantes sobre los siguientes pasos de la actuación del Congreso, en cuya cancha se encuentra ahora el sacar adelante las reformas fundamentales para adecentar la representación del 2021, pues nadie quiere ver en un escaño parlamentario, sentado en esa ocasión, a un intruso y facineroso que, con la oscura financiación de dineros sucios o escondiendo sus trapacerías, se cuele nuevamente en el recinto legislativo para entregarnos otros cinco años de espectáculos grotescos, intervenciones anodinas e indigestas, frases de callejón y lugares comunes, ofensas perversas a la inteligencia y la dignidad de todos los peruanos.

Lima, 9 de junio de 2019.      
       

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